"Hubo una época en la que no era difícil encontrar un disidente cubano dispuesto a criticar el embargo, pero que hoy en día ya no creen que la inversión extranjera les ayude en su lucha por la liberación".
Las actitudes ante el embargo económico de Estados Unidos a Cuba, que cumplió 52 años y ha sufrido numerosas modificaciones, han cambiado mucho en los últimos años. Pero no siempre de formas previsibles.
En un artículo publicado en “The Wall Street Journal”, la periodista Mary Anastacia O’Grady dice que hubo una época en la que no era difícil encontrar un disidente cubano dispuesto a criticar el embargo, pero que hoy en día, un gran número de activistas políticos de la isla y defensores de los derechos humanos ya no creen que la inversión extranjera les ayude en su lucha por la liberación. Es más, están pidiendo que haya más presiones económicas del extranjero sobre el régimen.
“Es cierto que Cuba está cambiando lentamente, pero eso es motivado por la desesperación, no por el compromiso. Los Castro quieren que el embargo acabe, no porque están reformando sino porque no lo están haciendo. La economía sigue siendo un desastre. El régimen puede ahora comprar todos los alimentos y las medicinas que quiera de EE.UU., pero bajo el embargo tiene que pagar en efectivo. Después de haber cesado el pago de US$75.000 millones en préstamos del resto del mundo, se quedó sin acreedores estatales dispuestos a financiarlo”, afirma.
Los cubanos que ahora pueden viajar al extranjero llevan a la isla mercancía de Miami, lo que ha reducido algunas de las privaciones en Cuba. Pero el régimen bien sabe que acumular riqueza significa acumular algo de control sobre el propio destino. Es por eso que si un extranjero es atrapado pagándole en moneda dura a un empleado puede terminar en la cárcel.
“Hacer negocios en un país caribeño en donde solo gobierna un hombre puede resultar rentable. Lo entiendo. Pero la teoría de que una ola de inversión extranjera hacia Cuba puede hacer naufragar el bote del totalitarismo ha sido puesta en práctica y ha fracasado. No pretendamos que lograr acuerdos con los dueños de la plantación va a mejorar la situación de los cubanos”, puntualiza la periodista.
Durante más de 20 años, Castro ha estado invitando a los extranjeros a que operen hoteles, extraigan níquel, fabriquen cemento y suministren cualquier otra forma de capital a la isla. Españoles, canadienses, británicos, suizos, italianos y rusos, entre otros, han invertido miles de millones en sociedades con el gobierno. Algunos de estos inversionistas han usado propiedades estadounidenses confiscadas. Millones de europeos y latinoamericanos han hecho de Cuba un destino turístico. Cientos de miles de estadounidenses viajan ahora a la isla cada año.
No obstante, los cubanos siguen oprimidos. Las empresas extranjeras le pagan al gobierno en moneda dura, pero La Habana le paga a la fuerza laboral salarios de esclavos en pesos locales que prácticamente no tienen ningún valor. El capital extranjero canalizado hacia los déspotas solo ha empeorado la vida de los cubanos comunes y corrientes porque le ha proporcionado a los Castro un salvavidas económico y más recursos con los cuales reprimir a la población.
En un artículo publicado en “The Wall Street Journal”, la periodista Mary Anastacia O’Grady dice que hubo una época en la que no era difícil encontrar un disidente cubano dispuesto a criticar el embargo, pero que hoy en día, un gran número de activistas políticos de la isla y defensores de los derechos humanos ya no creen que la inversión extranjera les ayude en su lucha por la liberación. Es más, están pidiendo que haya más presiones económicas del extranjero sobre el régimen.
“Es cierto que Cuba está cambiando lentamente, pero eso es motivado por la desesperación, no por el compromiso. Los Castro quieren que el embargo acabe, no porque están reformando sino porque no lo están haciendo. La economía sigue siendo un desastre. El régimen puede ahora comprar todos los alimentos y las medicinas que quiera de EE.UU., pero bajo el embargo tiene que pagar en efectivo. Después de haber cesado el pago de US$75.000 millones en préstamos del resto del mundo, se quedó sin acreedores estatales dispuestos a financiarlo”, afirma.
Los cubanos que ahora pueden viajar al extranjero llevan a la isla mercancía de Miami, lo que ha reducido algunas de las privaciones en Cuba. Pero el régimen bien sabe que acumular riqueza significa acumular algo de control sobre el propio destino. Es por eso que si un extranjero es atrapado pagándole en moneda dura a un empleado puede terminar en la cárcel.
“Hacer negocios en un país caribeño en donde solo gobierna un hombre puede resultar rentable. Lo entiendo. Pero la teoría de que una ola de inversión extranjera hacia Cuba puede hacer naufragar el bote del totalitarismo ha sido puesta en práctica y ha fracasado. No pretendamos que lograr acuerdos con los dueños de la plantación va a mejorar la situación de los cubanos”, puntualiza la periodista.
Durante más de 20 años, Castro ha estado invitando a los extranjeros a que operen hoteles, extraigan níquel, fabriquen cemento y suministren cualquier otra forma de capital a la isla. Españoles, canadienses, británicos, suizos, italianos y rusos, entre otros, han invertido miles de millones en sociedades con el gobierno. Algunos de estos inversionistas han usado propiedades estadounidenses confiscadas. Millones de europeos y latinoamericanos han hecho de Cuba un destino turístico. Cientos de miles de estadounidenses viajan ahora a la isla cada año.
No obstante, los cubanos siguen oprimidos. Las empresas extranjeras le pagan al gobierno en moneda dura, pero La Habana le paga a la fuerza laboral salarios de esclavos en pesos locales que prácticamente no tienen ningún valor. El capital extranjero canalizado hacia los déspotas solo ha empeorado la vida de los cubanos comunes y corrientes porque le ha proporcionado a los Castro un salvavidas económico y más recursos con los cuales reprimir a la población.