Sobre la madre de todas las bombas

Trabajaba yo en Radio Martí cuando cierto día me llegó a la redacción una nota de prensa sobre la existencia de una bomba capaz de penetrar profundamente en el blanco y destruir cuevas, túneles y subterráneos utilizados por fuerzas enemigas.

No recuerdo la fecha de aquel interesante despacho de aspecto rutinario sobre una nueva tecnología, al parecer prometedora, pero pendiente de pruebas y decisiones en los altos mandos del Pentágono, complejo proceso que podría tardar años en concretarse.

Eran los tiempos en que Fidel Castro malgastaba los recursos nacionales construyendo refugios subterráneos presuntamente inexpugnables, a semejanza tal vez de la estrategia vietnamita, para hacer frente a una invasión yanqui inventada por él con el fin de promover la imagen de una Cuba en estado de sitio. De ahí que me pareciera oportuno informar a nuestros radioyentes en la isla y en particular a la cúpula gobernante, que a partir de entonces era inútil vivir como los topos en madrigueras a salvo de las furias del mundo exterior.

La idea de que hasta allí no llegaban los tiros había quedado obsoleta desde la hora en punto que Estados Unidos había dado a conocer que contaba ya con la madre de todas las bombas, como se conoce ahora popularmente el artefacto no-nuclear que acaban de utilizar por primera vez para destruir un centro de operaciones subterráneo del denominado Estado Islámico en Afganistán.

El uso de esta arma merece una breve reflexión. No era un arma para ser usada a discreción contra un blanco cualquiera, estaba guardada desde hace años en el arsenal estadounidense a la espera de alguna encrucijada político-militar que justificara su demoledor efecto bélico tanto como su impacto psicológico en los enemigos reales o potenciales de Estados Unidos.

Esta operación, sumada a la andanada de misiles contra una base aérea en Siria indica, además, que la nueva administración estadounidense ha devuelto a los militares la capacidad operativa muy menguada en los últimos años por el gobierno anterior, una clara advertencia a todos aquellos que intentan socavar la democracia y el estilo de vida de este país.

Cabe incluso la posibilidad de que el despliegue de esta nueva arma haya alterado en alguna medida las normas o conceptos de la guerra convencional.

El dilema de cómo lanzar un ataque efectivo contra las soterradas instalaciones nucleares de Corea del Norte e Irán sin necesidad de apelar a una guerra atómica podría haber desaparecido tras la exitosa operación contra elementos del califato en la provincia afgana de Nangarhar.

La espera por la prueba definitiva del nuevo artefacto fue larga, pero todo lo que anunciaba aquella lejana nota de prensa dio en el blanco.