En Miami, niña que conoció a Martí

Tomasa Figueredo.

El 20 de mayo de 1902 vio izar la bandera en El Morro de La Habana, vivió en Cuba durante décadas y en 1960 se exilió en el sur de La Florida.

La organización de un evento destinado a conmemorar los cien años de la instauración de la República de Cuba me reveló la existencia de dos documentos curiosos en un hogar de Miami; dos documentos ante los cuales había pasado en más de una ocasión sin percatarme de su valor; colgaban, humildemente enmarcados, de una pared del hogar de la familia compuesta por Ricardo Florit, Concepción Chaves Figueredo, Concepción Florit (la hija de ambos) y Eugenio Florit, el gran poeta cubano. No lejos de aquellos documentos se alzaban dos caballos sujetalibros regalados por Gabriela Mistral y, detrás de un cristal, unas palomitas de papel, obsequio de una hija de Miguel de Unamuno.

Tomasa Figueredo y Francisco Chaves Milanés en El Morro el 20 de mayo de 1902.

No tardé en recibir una llamada telefónica de Ricardo, cuya memoria admirable iba de la mano de su jovialidad. Había leído la publicidad del evento, se disponía a reservar boletos para asistir y quería recordarme la existencia de aquel pequeño cuadro donde su esposa, ya fallecida, había conservado dos reliquias del 20 de mayo de 1902: una fotografía de sus padres en El Morro, al instante mismo de izarse la bandera cubana, y la hoja del almanaque del General Leonard Wood, gobernador militar de Cuba, correspondiente a aquel día. Están, me dijo, a tu disposición. El cuadro incluía un pequeño sobre de plástico con tierra de Cuba.

Hoja arrancada al almanaque del General Leonard Wood.

Concepción Chaves Figueredo (Conchita, para todos) era hija de Francisco Chaves Milanés y Tomasa Figueredo. Chaves Milanés se desempeñó como exitoso abogado en Santiago de Cuba y llegó a ser magistrado del Tribunal Supremo, pero en 1902 era secretario del General Wood.

El día de la transferencia de poderes, cuando todos se iban a contemplar cómo la bandera norteamericana era sustituida por la cubana, Chaves Milanés tuvo la ocurrencia de arrancar aquella hoja y conservarla, consciente de la significación del acontecimiento. La fotografía, tomada en El Morro, muestra al abogado y a su futura esposa a unos pasos de la bandera que comienza a ondear. La propia Tomasa, ya anciana, y sus hijas se las arreglarían para que ambos documentos vinieran con ellas al exilio en 1960, cincuenta y ocho años después.

Fotografía de José Martí regalada por éste a Tomasa Figueredo en 1892.

Tomasa Figueredo, quien nació en Cayo Hueso en 1885 y falleció en Miami en 1982, era hija de Fernando Figueredo, revolucionario de la Guerra del 68 y secretario particular de Carlos Manuel de Céspedes. Figueredo alcanzó el grado de coronel en la contienda, se unió a Maceo en la Protesta de Baraguá, vino al destierro y fue --además de alcalde de West Tampa y fundador y delegado del Partido Revolucionario Cubano en La Florida durante la Guerra del 95-- el primer cubano americano electo representante a la legislatura de La Florida, el primero en ser nombrado superintendente de escuelas en el condado Monroe y el autor de varios libros valiosos, entre ellos, “La toma de Bayamo” y “La Revolución de Yara”. En 1892 hospedó en su hogar de Cayo Hueso a José Martí, de quien era amigo y a quien hizo un regalo invaluable: la escarapela que Carlos Manuel de Céspedes había lucido en el sombrero durante la Guerra Grande. El distintivo iba a figurar entre los objetos que acompañaron a Martí el día de su muerte.

El 7 de diciembre de aquel mismo año, durante su estadía en casa de Figueredo y al dorso de una fotografía suya, Martí le escribió unos versos a la niña Tomasa, un juguete rimado del que esa niña jamás se separaría:

No sé qué tienen las flores,
lindísima bayamesa,
que unas se secan muy pronto;
que hay otras que no se secan.

De blancas flores un ramo
ayer me diste en tu casa,
y hoy las fui a ver, niña mía,
y las encontré más blancas.

Así como el alma en pena,
como un clavel amarillo,
besa tu mano, y el alma
se pone color de lirio.

Poema escrito por Martí al dorso de su foto y dedicado a Tomasa.

La fotografía aún cuelga autografiada y enmarcada en un hogar del suroeste de Miami, al cuidado de Georgina Mestre Chaves (una de las nietas de Tomasa), a pocos pasos de la casa que habitaron su hermana Concepción y la familia Florit.

La niña de siete años que conoció a José Martí en Cayo Hueso a finales del siglo XIX, y que pasó casi toda su vida adulta en Cuba, residió en Miami durante los años sesenta, setenta y principios de los ochenta del siglo XX. Había nacido en un hogar de exiliados, el de su padre Fernando, y pasaría los últimos años de su vida en otro, el de su hija y su nieta.