La rebelión de Liliput

Antonio Castro, al centro, con camiseta púrpura, vacaciona en el balneario de Bodrum, Turquía.

Una alegoría publicada en "Tribuna de La Habana" habla de un hijo de Gulliver que viaja seguido, disfruta en el Mediterráneo y tiene barcos fantasmas. El autor parece aludir a Antonio Castro, el hijo de Fidel.

Llamar a la austeridad mientras viven en la opulencia ha sido práctica común de los gobernantes cubanos durante más de medio siglo. Los reclamos a "apretarse el cinturón" son enarbolados por funcionarios de cuello gordo y semblante sonrosado, que hace décadas no saben lo que es un refrigerador con más escarcha que comida.

Esa contradicción molesta, sin dudas, a quienes deben dividir el pan del racionamiento con un familiar o trocear con ingenio un jabón para que les dure varias semanas.

El malestar popular ante el contraste entre los discursos y los hechos podría haber llevado al periodista Alexander A. Ricardo a publicar en la sección de opinión de Tribuna de La Habana un texto metafórico pero certero. Con el título de "Los viajes de Gulliver", la columna de opinión hace referencia a alguien a quien "se le ve de gigante disfrutando en costas del Mediterráneo, o de enano aventurero sin problema en su vida, en su visa".

La alusión ha sido publicada a pocos meses de que Antonio Castro, uno de los hijos del expresidente cubano, fuera descubierto por una cámara indiscreta mientras se encontraba de vacaciones en Bodrum, Turquía. Un lugar al que llegó proveniente de la isla griega de Mykonos, a bordo de un barco de 50 metros y donde se habría hospedado en lujosas suites junto a sus acompañantes.

Es difícil no relacionar la opulenta vida del hijo de Fidel Castro (…) con la irónica frase del periodista: "Una vez en casa no cuenta nada. Engaña a los coterráneos con anécdotas sobre naufragios".

Las similitudes entre la historia simbólica y la vida real han convertido al artículo en un fenómeno viral que se está transmitiendo a través del correo electrónico dentro de Cuba.

Las coincidencias aumentan cuando A. Ricardo escribe "vuelve a levar el ancla, esta vez parte al norte, donde la frialdad del clima lo distanciaba tiempo atrás", que concuerda con el posterior viaje del hijo del expresidente a Nueva York, donde fuera también captado enfundado en ropa deportiva de marca y un oso de peluche entre las manos.

"Gracias a su padre Gulliver junior viaja bastante seguido", se lee en el texto aparecido en el periódico de la capital cubana. O sea, por el sistema de precariedades económicas que su progenitor le impuso a millones de cubanos, ahora él puede darse lujos que superan lo que podría pagarse con una pensión del padre retirado. Pero los liliputienses también se cansan. ¿Habrá sido el artículo de este periodista una muestra de esa indignación para nada diminuta?

[Publicado originalmente en 14ymedio el 11/05/2015]

Los viajes de Gulliver junior

Tribuna de La Habana

Sábado, 24/10/2015 12:07 PM

Por Alexander A. Ricardo

Descansada vida: Antonio Castro en el balneario de Bodrum, Turquía.

Gracias a su padre, Gulliver junior viaja bastante seguido. Se le ve de gigante disfrutando en costas del Mediterráneo, o de enano aventurero sin problema en su vida, en su visa.

Zarpa a comparar si el azul de otros cielos es tan intenso como el suyo. Navegar en la flota de papá es un privilegio hereditario. Mientras transita por mares calmados, allá en su tierra, otros marineros solo ven pasar las gaviotas. Posee “barcos fantasmas” poderosos. Muy pocos logran verlos pasar.

"Barcos fantasmas": La prensa turca reportó que en este yate llegó Antonio Castro a Bodrum, Turquía.

Cientos de pergaminos narran las vivencias del elegido. Noches pausadas en las márgenes del Aomori. Barriles de vinos abiertos en playas hawaianas. Tardes de pesca en la bahía de Sidney.

El joven primogénito tiene libros coleccionando hojas de rutas; y siembra rosas náuticas al culminar cada travesía.

Una vez en casa no cuenta nada. Engaña a los coterráneos con anécdotas sobre naufragios. Describe olas enormes, tormentas interminables, criaturas marinas y las sirenas que cantan; luego agarra el saco y guarda el botín. Los trabajadores del muelle le llaman “mar-tirio”.

Quien fabricó su brújula no conoce nuevos horizontes. Pareciera resignado a seguir un único rumbo. Las manos de unos tejen las velas de otros.

Vuelve a levar el ancla, esta vez parte al norte, donde la frialdad del clima lo distanciaba tiempo atrás. Está bien abrigado y rodeado por secuaces. Abre el mapa y señala el destino. Mira a las estrellas en busca de buenos augurios porque, cuando niño, nunca aprendió a nadar.