En el epílogo de su libro "Mi Rusia. La guerra o la paz", editado por la editorial española Impedimenta en el 2024, Mijaíl Shushkin escribe:
“Desde hace años me pasa lo siguiente: cuando un taxista en algún lugar del mundo se entera de que soy ruso, esboza de pronto una alegre sonrisa, dice ‘¡Putin!’ y levanta los pulgares. Nunca he podido comprender el aprecio que sienten los taxistas por Putin. Solo tengo claro que estamos hablando de diferentes Putins. A mi Putin no se le puede querer. El taxista ha creado un Putin a su imagen y semejanza…”.
Pues lo mismo me ha ocurrido y me sigue ocurriendo a mí -pese a que está más muerto que la piedra en la que lo empotraron (no, perdón, la piedra está más viva, seguro)- con Fidel Castro. No hay taxista que no lo ame. Francamente, nunca he entendido el mecanismo absurdo de esa pasión desbordante, ni lo comprenderé. No creo que sea porque los taxistas sean tan idiotas que se identifiquen fácilmente con esos asesinos, más bien pienso que pudieran calcular que esas expresiones aspaventosas les convierten en seres simpáticos y merecedores de jugosas propinas de mano de gente que ellos consideran fronterizos, o energúmenos, sólo por venir de lugares tan improbables como Rusia o Cuba.
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Con numerosos taxistas me he fajado por esa tonta sinrazón. A veces me he bajado del taxi, o en ocasiones me han expulsado ellos. No, ya no me fajo. He decidido que ningún taxista merece conocer de dónde provengo; entonces los timo, primero los dejo escoger, les pongo el acertijo. A ver, ¿de dónde creen ellos que soy? En innumerables oportunidades piensan que soy de Sri Lanka y en otras de Trinidad y Tobago, al albur...
No voy a cometer la grosería de aconsejar la lectura de este libro de Mijaíl Shushkin, únicamente, debido a esta anécdota con la que coincidimos; aunque sí, por el contrario, les diré que allí donde el autor escribió Mi Rusia, yo hubiera podido escribir Mi Cuba, y que sustituyendo apenas una historia, su historia, por la de Cuba y la mía, con toda evidencia coincidimos, no exclusivamente porque se trate de un novelista leído por otra novelista y que ambos analicen la historia como una cresta de azares concurrentes (cito a José Lezama Lima) que no nos conduce más que a una interpretación de la verdad, sino porque a ciencia cierta, la historia siempre es una, dislocada en un mundo cuyo eje central es todavía el ser humano, o el “ser cubano”.
Si ustedes anhelan de una vez alejarse de la mentira acerca de una idea falsa e ilógica de Rusia, si pretenden borrar el engaño que nos han metido a la fuerza con esa Rusia de ‘ellos’, deben leer de inmediato este estupendo volumen que desmenuza la historia desde los acontecimientos mismos, reales, exteriores e interiores, desde la historia devenida ensayo. Ensayo que roza la novela, novela que es vida. Porque como afirmó Marcel Proust: “La vida es una novela”. Y, yo añado: “La novela es historia pura a través de la vida”.
En los renglones finales, el autor se despide con esto: “No sé si leerás esta carta. Pese a ello te escribo y la envío sin señas. Sólo sé que las cartas no escritas son las únicas que nunca llegan.”
Mijaíl, tu carta me ha llegado, y me ha llegado hondo. Llevo media vida escribiendo el mismo estilo de cartas con la misma intención, ilusión y propósito: enviar preguntas, aunque no reciba respuestas. Sólo sé que las cartas escritas siempre llegan. Un abrazo desde el mundo.