Juan Triana Cordoví es un economista, profesor del Centro de Estudios de la Economía Cubana de la Universidad de la Habana. Parece una persona franca y llana.
En su condición de experto, acudió al Ministerio del Interior a dictar una charla sobre los cambios que propicia el dictador Raúl Castro. Vale la pena ver la hora filmada por la policía política y proyectada por medio de YouTube.
Lo interesante es que demuestra el altísimo nivel de desengaño con el colectivismo marxista. Ya nadie cree en esa soberana estupidez. De la charla se deduce que Fidel –a quien la única virtud que le concede es que consiguió prevalecer pese a los descalabros que él mismo provocara– es un tipo terco e irresponsable, cuyas decisiones hay que ir desmontando para alcanzar un modo racional y productivo de hacer las cosas.
No lo dice así, y trata a Fidel con respeto, pero el subtexto es ése: la reforma consiste en desandar todas las inútiles barbaridades hechas por este arbitrario caotizador, responsable de la pobreza y el atraso que padecen los cubanos.
Triana Cordoví cree (a mi juicio ingenuamente) que las reformas podrán llevarse a cabo con éxito en las 2 500 empresas clave que el Estado maneja. Opina que en ese núcleo productivo la revolución se juega su destino.
Si Triana Cordoví fuera capaz de aplicar su propia lógica arribaría a la conclusión de que le está pidiendo peras al olmo. Como él ya sabe, porque lo dice una y otra vez, el Estado es un pésimo e incosteable productor, incapaz de convertirse en un empresario eficiente.
Al raulismo le está sucediendo algo inevitable: quienes quieren reformar un Estado-empresario acaban por descubrir que eso no es posible. Como alguna vez escuché en España: "los dinosaurios no suelen parir gacelas".
Naturalmente, cuando acaben de enterrar ese adefesio tendrán ante ellos una grave cuestión moral: la función esencial de la dictadura de partido único era ponerle fin a la existencia de la propiedad privada en los medios de producción como parte del glorioso trayecto hacia una maravillosa sociedad sin clases. Una vez que se renuncia a esa perniciosa creencia, ¿por qué y para qué se va a sostener un modelo político como el comunista con su lamentable "dictadura para el proletariado"?
Por eso, hace muchas décadas, Milovan Djilas advirtió que el comunismo no era reformable. No sé qué tiempo demorará Raúl Castro en admitirlo. Me da la impresión de que Triana Cordoví no está muy lejos.
Publicado en El Diario Exterior el 2 de enero del 2014
Lo interesante es que demuestra el altísimo nivel de desengaño con el colectivismo marxista. Ya nadie cree en esa soberana estupidez. De la charla se deduce que Fidel –a quien la única virtud que le concede es que consiguió prevalecer pese a los descalabros que él mismo provocara– es un tipo terco e irresponsable, cuyas decisiones hay que ir desmontando para alcanzar un modo racional y productivo de hacer las cosas.
No lo dice así, y trata a Fidel con respeto, pero el subtexto es ése: la reforma consiste en desandar todas las inútiles barbaridades hechas por este arbitrario caotizador, responsable de la pobreza y el atraso que padecen los cubanos.
Triana Cordoví cree (a mi juicio ingenuamente) que las reformas podrán llevarse a cabo con éxito en las 2 500 empresas clave que el Estado maneja. Opina que en ese núcleo productivo la revolución se juega su destino.
Si Triana Cordoví fuera capaz de aplicar su propia lógica arribaría a la conclusión de que le está pidiendo peras al olmo. Como él ya sabe, porque lo dice una y otra vez, el Estado es un pésimo e incosteable productor, incapaz de convertirse en un empresario eficiente.
Al raulismo le está sucediendo algo inevitable: quienes quieren reformar un Estado-empresario acaban por descubrir que eso no es posible. Como alguna vez escuché en España: "los dinosaurios no suelen parir gacelas".
Naturalmente, cuando acaben de enterrar ese adefesio tendrán ante ellos una grave cuestión moral: la función esencial de la dictadura de partido único era ponerle fin a la existencia de la propiedad privada en los medios de producción como parte del glorioso trayecto hacia una maravillosa sociedad sin clases. Una vez que se renuncia a esa perniciosa creencia, ¿por qué y para qué se va a sostener un modelo político como el comunista con su lamentable "dictadura para el proletariado"?
Por eso, hace muchas décadas, Milovan Djilas advirtió que el comunismo no era reformable. No sé qué tiempo demorará Raúl Castro en admitirlo. Me da la impresión de que Triana Cordoví no está muy lejos.
Publicado en El Diario Exterior el 2 de enero del 2014