En un portal colmado de hollín en la Calzada de Monte, varios vendedores ambulantes ofertan almanaques con el rostro de las grandes estrellas: Messi, Cristiano Ronaldo y Neymar.
Tipos emprendedores como Osviel, dueño de una céntrica cafetería, obtuvo una licencia para vender cerveza y empotró un tele de plasma de 42 pulgadas en la pared, para que los parroquianos viesen los partidos de fútbol mientras beben o comen.
“Esta zona de La Víbora es netamente futbolera. El jueves, a partir de las 2 de la tarde, mi cafetería se convertirá en un peña deportiva”, señala, y la boca se le hace agua pensando en las ganancias.
Cientos de tenderos aprovechan los aires del Mundial para hacer plata. En un portal colmado de hollín en la Calzada de Monte, varios vendedores ambulantes ofertan almanaques con el rostro de las grandes estrellas: Messi, Cristiano Ronaldo y Neymar.
Cerca del Centro Comercial de Carlos III, en el centro de la ciudad, dos particulares tienen en sus manos camisetas piratas de Brasil, España, Alemania y Argentina, las selecciones con mayor cantidad de seguidores en Cuba.
En La Habana también se pueden comprar afiches, bufandas y banderas, desde la 'verdeamarela' brasileña, la roja y amarilla española hasta la albiceleste argentina.
El Estado, que de un tiempo acá piensa como un auténtico capitalista, se apresta a hacer caja.
En los Jardines de La Tropical, un espacio rodeado de vegetación en la Avenida de Puentes Grandes, en el pasado célebre por sus fiestas populares y donde las mejores orquestas de música bailable se ponían a prueba, abrirá sus puertas para vender cerveza de cuarta categoría para los bolsillos estrechos y de primera para quienes pueden pagar en moneda dura Cristal o Heineken, mientras en una pantalla gigante ven fútbol.
Cines metropolitanos y concurridos como el Payret, Riviera o Yara, repetirán la fórmula exitosa del Mundial de 2010, trasmitiendo tres partidos diarios y vendiendo toneladas de rositas de maíz.
Los bares de glamour, privados o estatales, como El Encuentro en la calle Línea o el Sloppy’s Joe, a tiro de piedra del Paseo de Prado, igualmente se conectarán con los partidos del Mundial.
Por tanto, el circo está asegurado. Raúl Castro sabe que, en tiempos de tormenta económica, no hay nada mejor que placer y distracción para la gente.
Ya el pan es otra cosa. Después de las tandas de buen fútbol, no pocas familias comerán un tentempié y beberán mucha agua. Y es que la comida sigue siendo el gran problema cubano.
Llevar cada día dos platos calientes a la mesa es una epopeya para un segmento mayoritario de la población. El toque concreto y mágico de Iniesta, Messi, Neymar o Cristiano, los alejará de esa encrucijada durante unas horas.
Muchos cubanos no solo comen poco y mal. También viven en casas precarias y hablar de futuro es un tabú. Como lo es charlar de política o mencionar la última paliza a las Damas de Blanco.
En esos temas, un porcentaje alto de ciudadanos siguen sentados en las gradas. Son meros espectadores. Prefieren escapar. Hacia donde sea y por cualquier medio. En una balsa, fumando marihuana o bebiendo ron pendenciero.
La solución al disparate económico montado por la autocracia verde olivo es soñar. Conversar de ropa y autos que no pueden pagar o sobre la vida fácil de los millonarios que quisieran ser.
Y el Mundial de Fútbol te ofrece esas opciones. Se hincha por un once foráneo. Te cuelgas al cuello una bufanda extranjera y te encasquetas una camiseta XL de Messi. Puedes hacer pronósticos y apostar y ganar algunos pesos.
Aquéllos con talante de DT, cerveza mediante, plantean sus estrategias de juego: 4-3-3, 4-5-1 o jugar con falso nueve. Luiz Felipe Scolari, Alejandro Sabella o Vicente del Bosque son niños de teta cuando escuchamos a una generación de cubanos disertando sobre futbol.
A estos jóvenes no les gusta el béisbol. Industriales es un bicho raro. Prefieren a Luis Suárez o Robben antes que a Puig o Pito Abreu.
Y no estamos hablando de un circo local. No, es de trascendencia planetaria. Los africanos que saltan las vallas de Ceuta y Melilla que separan a Marruecos de España, intentando cambiar su destino, también se las apañan para seguir a sus selecciones.
Y en Brasil, Dilma Rousseff tiembla. Los trabajadores pueden reanudar la huelga y paralizar el Metro de Sao Paulo. Las protestas pueden continuar en el resto del país y ser más masivas, debido a la corrupción y los gastos estratosféricos en una sociedad donde un 10% de ricos acapara el 40% de la riqueza nacional.
Si Brasil no gana la Copa, Dilma puede pagar el pato y perder las elecciones programadas para el próximo otoño. Los de las favelas seguirán en lo suyo. Drogas, prostitución infantil o ser futbolista para escapar de la pobreza. La democracia llega tarde o no llega para muchos de ellos.
Es lo que tenemos. Frivolidades y circo. El pan, luego veremos.
“Esta zona de La Víbora es netamente futbolera. El jueves, a partir de las 2 de la tarde, mi cafetería se convertirá en un peña deportiva”, señala, y la boca se le hace agua pensando en las ganancias.
Cientos de tenderos aprovechan los aires del Mundial para hacer plata. En un portal colmado de hollín en la Calzada de Monte, varios vendedores ambulantes ofertan almanaques con el rostro de las grandes estrellas: Messi, Cristiano Ronaldo y Neymar.
Cerca del Centro Comercial de Carlos III, en el centro de la ciudad, dos particulares tienen en sus manos camisetas piratas de Brasil, España, Alemania y Argentina, las selecciones con mayor cantidad de seguidores en Cuba.
En La Habana también se pueden comprar afiches, bufandas y banderas, desde la 'verdeamarela' brasileña, la roja y amarilla española hasta la albiceleste argentina.
El Estado, que de un tiempo acá piensa como un auténtico capitalista, se apresta a hacer caja.
En los Jardines de La Tropical, un espacio rodeado de vegetación en la Avenida de Puentes Grandes, en el pasado célebre por sus fiestas populares y donde las mejores orquestas de música bailable se ponían a prueba, abrirá sus puertas para vender cerveza de cuarta categoría para los bolsillos estrechos y de primera para quienes pueden pagar en moneda dura Cristal o Heineken, mientras en una pantalla gigante ven fútbol.
Cines metropolitanos y concurridos como el Payret, Riviera o Yara, repetirán la fórmula exitosa del Mundial de 2010, trasmitiendo tres partidos diarios y vendiendo toneladas de rositas de maíz.
Los bares de glamour, privados o estatales, como El Encuentro en la calle Línea o el Sloppy’s Joe, a tiro de piedra del Paseo de Prado, igualmente se conectarán con los partidos del Mundial.
Por tanto, el circo está asegurado. Raúl Castro sabe que, en tiempos de tormenta económica, no hay nada mejor que placer y distracción para la gente.
Ya el pan es otra cosa. Después de las tandas de buen fútbol, no pocas familias comerán un tentempié y beberán mucha agua. Y es que la comida sigue siendo el gran problema cubano.
Llevar cada día dos platos calientes a la mesa es una epopeya para un segmento mayoritario de la población. El toque concreto y mágico de Iniesta, Messi, Neymar o Cristiano, los alejará de esa encrucijada durante unas horas.
Muchos cubanos no solo comen poco y mal. También viven en casas precarias y hablar de futuro es un tabú. Como lo es charlar de política o mencionar la última paliza a las Damas de Blanco.
En esos temas, un porcentaje alto de ciudadanos siguen sentados en las gradas. Son meros espectadores. Prefieren escapar. Hacia donde sea y por cualquier medio. En una balsa, fumando marihuana o bebiendo ron pendenciero.
La solución al disparate económico montado por la autocracia verde olivo es soñar. Conversar de ropa y autos que no pueden pagar o sobre la vida fácil de los millonarios que quisieran ser.
Y el Mundial de Fútbol te ofrece esas opciones. Se hincha por un once foráneo. Te cuelgas al cuello una bufanda extranjera y te encasquetas una camiseta XL de Messi. Puedes hacer pronósticos y apostar y ganar algunos pesos.
Aquéllos con talante de DT, cerveza mediante, plantean sus estrategias de juego: 4-3-3, 4-5-1 o jugar con falso nueve. Luiz Felipe Scolari, Alejandro Sabella o Vicente del Bosque son niños de teta cuando escuchamos a una generación de cubanos disertando sobre futbol.
A estos jóvenes no les gusta el béisbol. Industriales es un bicho raro. Prefieren a Luis Suárez o Robben antes que a Puig o Pito Abreu.
Y no estamos hablando de un circo local. No, es de trascendencia planetaria. Los africanos que saltan las vallas de Ceuta y Melilla que separan a Marruecos de España, intentando cambiar su destino, también se las apañan para seguir a sus selecciones.
Y en Brasil, Dilma Rousseff tiembla. Los trabajadores pueden reanudar la huelga y paralizar el Metro de Sao Paulo. Las protestas pueden continuar en el resto del país y ser más masivas, debido a la corrupción y los gastos estratosféricos en una sociedad donde un 10% de ricos acapara el 40% de la riqueza nacional.
Si Brasil no gana la Copa, Dilma puede pagar el pato y perder las elecciones programadas para el próximo otoño. Los de las favelas seguirán en lo suyo. Drogas, prostitución infantil o ser futbolista para escapar de la pobreza. La democracia llega tarde o no llega para muchos de ellos.
Es lo que tenemos. Frivolidades y circo. El pan, luego veremos.