El 4 de marzo se cumplen 20 años de la muerte del Néstor Almendros, Fausto Canel nos regala este texto a manera de homenaje al cineasta.
Era alto y delgado y ya con entradas prominentes, vistiendo uno de esos seersuckers clásicos de Brooks Brothers, con corbata de lana negra. Yo había leído alguna colaboración suya en la sección Cine de la revista Carteles y sabía que venía de Nueva York, invitado a trabajar en el recién creado Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, ICAIC, por su amigo Tomás Gutiérrez Alea.
Conocía también su nombre, Néstor Almendros, y que había traído con él su cámara, una Bolex de cuerda que el ICAIC se apresuró a alquilarle ante la carencia de equipos que teníamos. Lo que no sabía era que Néstor provocaría una conmoción en el cine cubano. De nuevo.
Ya antes lo habían acusado de agente de la CIA, a fines de los años 40, en la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo. Su padre, Herminio Almendros, alto funcionario del Ministerio de Educación de la República Española, ya llevaba varios años exilado en Cuba, y ahora Néstor, con 18 años, acababa de llegar de España, borracho con las teorías del director Eisenstein, pionero del cine soviético.
Armado con su cámara, se puso a sacar primeros planos de sus compañeros en la sociedad cultural, la cual acababa de pasar, subrepticiamente, al control del Partido Comunista (PSP). Algunos dirigentes de Nuestro Tiempo, estalinistas paranoicos, creyeron que Néstor les hacía retratos para la agencia estadounidense de inteligencia, cuando en realidad eran ingenuos y primeros amagos de cine. Y lo expulsaron.
Y esa fue su definición inicial: extranjero, y para colmo catalán, que quería revolucionar a los nativos con sus exóticas ideas europeas. ¿Será trotskista?
A principios de los años 50, la energía creativa de Néstor se hizo sentir en el cine experimental de la época. Almendros demostró a los cubanos que la única manera de hacer películas era haciéndolas: es decir, hacerse de una cámara, aprender a utilizarla, y filmar. Aquella breve efervescencia experimental tendrá su final cuando varios de sus protagonistas, entre ellos Néstor, se van a Roma a estudiar cine.
De Roma Almendros se irá a Nueva York, esta vez a estudiar cinematografía en el New York Community College, y llega a Manhattan justo en el momento en que los jóvenes cineastas newyorkinos descubren una aliada esencial en la Tri X, una película en blanco y negro ultrarrápida que la Kodak acababa de lanzar.
Además, las cámaras se habían vuelto más pequeñas y se sofisticaban con lentes de sensibilidad superior. Esa liberación de los pesados equipos de iluminación permitía filmar con una enorme flexibilidad de movimiento y conseguir un espectro más amplio de expresión. La noche de fin de año, con su pequeña Bolex y sólo la luz natural de las tiendas y del alumbrado, Néstor filmará 58-59 en Times Square, un poema a Nueva York y a la noche. Tres meses más tarde estará en La Habana, invitado por Gutiérrez Alea.
Con 58-59 Néstor provocará una segunda conmoción. A todos nos sorprendió la calidad de la película, la sensibilidad del autor; pero sobre todo la libertad con que el cineasta había contado, gracias a la película rápida. Esa posibilidad de independencia fue precisamente lo que preocupó a la dirección del ICAIC, lo que el organismo quería evitar a toda costa, ya que detrás del ropaje generador de una verdadera industria de cine en Cuba se escondía un objetivo mayor: la agitación y la propaganda en favor del régimen recién instituido.
Muy pronto Néstor entró en contradicción definitiva con la dirección del Instituto del Cine, al tiempo que 58-59 se convertía en punto de referencia para muchos documentalistas. Carnaval Socialista, de Alberto Roldán, y Asamblea General, de Gutiérrez Alea, ambos fotografiadas por Ramón F. Suárez para el ICAIC.
Pero el ejemplo más notorio fue P.M., corto realizado por Orlando J. Leal y Sabá Cabrera fuera del control del Instituto del Cine y con un punto de vista ajeno a la agit-prop. La confiscación y prohibición de ese corto por el ICAIC hizo que Néstor dejase definitivamente el organismo para irse a trabajar como camarógrafo en un noticiero de televisión. Y por su cuenta, con los recortes de negativo que le sobraban de esos noticieros, Almendros filmará Gente en la playa, uno de los cortometrajes más libres y hermosos que jamás se han hecho en Cuba.
Eran tiempos definitivos. Néstor tomará partido a favor de los autores de P.M. en su columna de la revista Bohemia, de la cual era crítico de cine, y muy pronto se verá atacado por Verde Olivo, órgano oficial del Ejército Rebelde, tras lo cual lo expulsaron de Bohemia. Después del cierre del magazine literario Lunes de Revolución, Almendros escogerá el exilio una vez más---lo cual no le fue fácil, pues su padre, a quien él respetaba, era ya un alto funcionario del Ministerio de Educación de Fidel Castro.
En Barcelona, su ciudad natal, Almendros recuperó su pasaporte español y se hizo amigo de los jóvenes que conformaban la entonces llamada “escuela de cine de Barcelona”. Estos le propusieron una película como director de fotografía, que Néstor aceptó, pero que tuvo que abandonar cuando la protagonista, la diva Sara Montiel, se negó a trabajar con un fotógrafo desconocido. Una vez más, Almendros hizo su maleta y se marchó.
Ya en Francia, envió Gente en la playa al Festival de Estrasburgo, donde su película fue elogiada por Edgar Morin, director del Museo del Hombre. Morín le presentó a Eric Rohmer y éste lo invitó a presenciar el rodaje de su cuento en una película de varios segmentos, Paris vu par.
Durante la filmación el director de fotografía, de cuyo nombre prefiero olvidarme, se peleó con Rohmer y se marchó. Desesperado por salvar la inversión del día, el productor Barbet Schroeder preguntó a su alrededor quién era operador y Néstor dijo que él. Sí, los milagros existen.
Almendros dejó de dar clases de español a sus alumnos particulares y se entregó por entero a la película de Rohmer---aunque sólo le habían dado un contrato por 48 horas, pues el productor Barbet Schroeder no había querido comprometerse con él sin ver primero las tomas reveladas.
Néstor no pudo firmar el cuento porque no tenía permiso de trabajo, pero sus imágenes gustaron tanto a Barbet que éste le llamó de nuevo para que hiciese la fotografía del próximo cuento, dirigido por Jean-Luc Godard. Néstor le dio las gracias y le dijo que le entusiasmaba la idea de trabajar con Godard, pero que no podía abandonar de nuevo sus clases, de las cuales vivía, y aprovechó para decirle a Schroeder que nunca le había pagado sus honorarios en aquel primer trabajo con Rohmer.
Barbet le pagó, abochornado, tras lo cual Néstor hizo el episodio de Godard y más tarde Ma nuit chez Maude, de Rohmer. Fue entonces que Francois Truffaut descubrió la fotografía de Néstor---lúcida, translúcida sin luces---y consideró que era la ideal para L'enfant sauvage, que ya preparaba. Y las películas de Truffaut sí que se veían en Hollywood. El resto, como se dice, es historia.
Almendros trabajó durante años con los mejores directores franceses y norteamericanos. Ganó un César por El último metro, de Truffaut, y un Oscar con Days of Heaven, de Terence Malik, además de otras nominaciones. La crítica le consideró un director de fotografía excepcional; un fotógrafo que, además, supo dirigir sus propios documentales.
Más allá de su talento, tres elementos ayudaron al éxito de Néstor Almendros: la sofisticación cultural que absorbió en su adolescencia en Barcelona; los estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana, que sorprenderán a los cineastas franceses acostumbrados a trabajar con fotógrafos que no eran más que técnicos; y la invención de la película Tri XXX, que le permitirá independizarse de los equipos pesados.
Cuando Néstor sintió que ya tenía el prestigio profesional necesario en París y en Hollywood, mundos obnubilados por la propaganda castrista, produjo y dirigió (con Jiménez Leal) Conducta impropia, el más poderoso alegato jamás hecho en el cine contra el régimen de La Habana. Luego realizó Nadie escuchaba, (con Jorge Ulla), sobre la violación sistemática de los derechos humanos en la isla.
En la plenitud de su fama y su carrera, Néstor murió de sida en Nueva York el 4 de marzo de 1992, a la edad de 62 años.
En la foto, Fausto Canel y Néstor Almendros filman "El tomate", un documental didáctico. Es un día de finales de octubre de 1959, en Camagüey. A Néstor se le ve al mando de su inseparable cámara Bolex. Por aquella época el ICAIC se la alquilaba, dada la carencia de equipos técnicos. Al día siguiente, cuando regresamos a continuar el rodaje, nos encontramos con que todos en la cooperativa agrícola se habían ido a “buscar” a Camilo. El comandante Camilo Cienfuegos había desaparecido en su avioneta después de arrestar a Huber Matos en la capitanía de la provincia. Poco importaba que la avioneta de Camilo hubiese desaparecido sobre el mar Caribe, al sur de la isla, y que nosotros estuviésemos tierra adentro, más bien al norte. Teníamos todos que “buscar a Camilo”. El país entero se concentró aquel día---aquella semana–-en “buscar a Camilo”.
Conocía también su nombre, Néstor Almendros, y que había traído con él su cámara, una Bolex de cuerda que el ICAIC se apresuró a alquilarle ante la carencia de equipos que teníamos. Lo que no sabía era que Néstor provocaría una conmoción en el cine cubano. De nuevo.
Ya antes lo habían acusado de agente de la CIA, a fines de los años 40, en la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo. Su padre, Herminio Almendros, alto funcionario del Ministerio de Educación de la República Española, ya llevaba varios años exilado en Cuba, y ahora Néstor, con 18 años, acababa de llegar de España, borracho con las teorías del director Eisenstein, pionero del cine soviético.
Armado con su cámara, se puso a sacar primeros planos de sus compañeros en la sociedad cultural, la cual acababa de pasar, subrepticiamente, al control del Partido Comunista (PSP). Algunos dirigentes de Nuestro Tiempo, estalinistas paranoicos, creyeron que Néstor les hacía retratos para la agencia estadounidense de inteligencia, cuando en realidad eran ingenuos y primeros amagos de cine. Y lo expulsaron.
Y esa fue su definición inicial: extranjero, y para colmo catalán, que quería revolucionar a los nativos con sus exóticas ideas europeas. ¿Será trotskista?
A principios de los años 50, la energía creativa de Néstor se hizo sentir en el cine experimental de la época. Almendros demostró a los cubanos que la única manera de hacer películas era haciéndolas: es decir, hacerse de una cámara, aprender a utilizarla, y filmar. Aquella breve efervescencia experimental tendrá su final cuando varios de sus protagonistas, entre ellos Néstor, se van a Roma a estudiar cine.
De Roma Almendros se irá a Nueva York, esta vez a estudiar cinematografía en el New York Community College, y llega a Manhattan justo en el momento en que los jóvenes cineastas newyorkinos descubren una aliada esencial en la Tri X, una película en blanco y negro ultrarrápida que la Kodak acababa de lanzar.
Además, las cámaras se habían vuelto más pequeñas y se sofisticaban con lentes de sensibilidad superior. Esa liberación de los pesados equipos de iluminación permitía filmar con una enorme flexibilidad de movimiento y conseguir un espectro más amplio de expresión. La noche de fin de año, con su pequeña Bolex y sólo la luz natural de las tiendas y del alumbrado, Néstor filmará 58-59 en Times Square, un poema a Nueva York y a la noche. Tres meses más tarde estará en La Habana, invitado por Gutiérrez Alea.
Con 58-59 Néstor provocará una segunda conmoción. A todos nos sorprendió la calidad de la película, la sensibilidad del autor; pero sobre todo la libertad con que el cineasta había contado, gracias a la película rápida. Esa posibilidad de independencia fue precisamente lo que preocupó a la dirección del ICAIC, lo que el organismo quería evitar a toda costa, ya que detrás del ropaje generador de una verdadera industria de cine en Cuba se escondía un objetivo mayor: la agitación y la propaganda en favor del régimen recién instituido.
Muy pronto Néstor entró en contradicción definitiva con la dirección del Instituto del Cine, al tiempo que 58-59 se convertía en punto de referencia para muchos documentalistas. Carnaval Socialista, de Alberto Roldán, y Asamblea General, de Gutiérrez Alea, ambos fotografiadas por Ramón F. Suárez para el ICAIC.
Pero el ejemplo más notorio fue P.M., corto realizado por Orlando J. Leal y Sabá Cabrera fuera del control del Instituto del Cine y con un punto de vista ajeno a la agit-prop. La confiscación y prohibición de ese corto por el ICAIC hizo que Néstor dejase definitivamente el organismo para irse a trabajar como camarógrafo en un noticiero de televisión. Y por su cuenta, con los recortes de negativo que le sobraban de esos noticieros, Almendros filmará Gente en la playa, uno de los cortometrajes más libres y hermosos que jamás se han hecho en Cuba.
Eran tiempos definitivos. Néstor tomará partido a favor de los autores de P.M. en su columna de la revista Bohemia, de la cual era crítico de cine, y muy pronto se verá atacado por Verde Olivo, órgano oficial del Ejército Rebelde, tras lo cual lo expulsaron de Bohemia. Después del cierre del magazine literario Lunes de Revolución, Almendros escogerá el exilio una vez más---lo cual no le fue fácil, pues su padre, a quien él respetaba, era ya un alto funcionario del Ministerio de Educación de Fidel Castro.
En Barcelona, su ciudad natal, Almendros recuperó su pasaporte español y se hizo amigo de los jóvenes que conformaban la entonces llamada “escuela de cine de Barcelona”. Estos le propusieron una película como director de fotografía, que Néstor aceptó, pero que tuvo que abandonar cuando la protagonista, la diva Sara Montiel, se negó a trabajar con un fotógrafo desconocido. Una vez más, Almendros hizo su maleta y se marchó.
Ya en Francia, envió Gente en la playa al Festival de Estrasburgo, donde su película fue elogiada por Edgar Morin, director del Museo del Hombre. Morín le presentó a Eric Rohmer y éste lo invitó a presenciar el rodaje de su cuento en una película de varios segmentos, Paris vu par.
Durante la filmación el director de fotografía, de cuyo nombre prefiero olvidarme, se peleó con Rohmer y se marchó. Desesperado por salvar la inversión del día, el productor Barbet Schroeder preguntó a su alrededor quién era operador y Néstor dijo que él. Sí, los milagros existen.
Almendros dejó de dar clases de español a sus alumnos particulares y se entregó por entero a la película de Rohmer---aunque sólo le habían dado un contrato por 48 horas, pues el productor Barbet Schroeder no había querido comprometerse con él sin ver primero las tomas reveladas.
Néstor no pudo firmar el cuento porque no tenía permiso de trabajo, pero sus imágenes gustaron tanto a Barbet que éste le llamó de nuevo para que hiciese la fotografía del próximo cuento, dirigido por Jean-Luc Godard. Néstor le dio las gracias y le dijo que le entusiasmaba la idea de trabajar con Godard, pero que no podía abandonar de nuevo sus clases, de las cuales vivía, y aprovechó para decirle a Schroeder que nunca le había pagado sus honorarios en aquel primer trabajo con Rohmer.
Barbet le pagó, abochornado, tras lo cual Néstor hizo el episodio de Godard y más tarde Ma nuit chez Maude, de Rohmer. Fue entonces que Francois Truffaut descubrió la fotografía de Néstor---lúcida, translúcida sin luces---y consideró que era la ideal para L'enfant sauvage, que ya preparaba. Y las películas de Truffaut sí que se veían en Hollywood. El resto, como se dice, es historia.
Almendros trabajó durante años con los mejores directores franceses y norteamericanos. Ganó un César por El último metro, de Truffaut, y un Oscar con Days of Heaven, de Terence Malik, además de otras nominaciones. La crítica le consideró un director de fotografía excepcional; un fotógrafo que, además, supo dirigir sus propios documentales.
Más allá de su talento, tres elementos ayudaron al éxito de Néstor Almendros: la sofisticación cultural que absorbió en su adolescencia en Barcelona; los estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana, que sorprenderán a los cineastas franceses acostumbrados a trabajar con fotógrafos que no eran más que técnicos; y la invención de la película Tri XXX, que le permitirá independizarse de los equipos pesados.
Cuando Néstor sintió que ya tenía el prestigio profesional necesario en París y en Hollywood, mundos obnubilados por la propaganda castrista, produjo y dirigió (con Jiménez Leal) Conducta impropia, el más poderoso alegato jamás hecho en el cine contra el régimen de La Habana. Luego realizó Nadie escuchaba, (con Jorge Ulla), sobre la violación sistemática de los derechos humanos en la isla.
En la plenitud de su fama y su carrera, Néstor murió de sida en Nueva York el 4 de marzo de 1992, a la edad de 62 años.