De pronto te preguntas por qué no se escriben más libros como estos. La respuesta está en que no hay tantos escritores, poetas, como Orlando González Esteva, que desarma la palabra para ver qué tiene adentro. Es de esos creadores que no se conforman con el salto de la frase sobre la página en blanco: González Esteva espera ver el deterioro del último párrafo para darle fin a la idea.
No hay libros viejos ni vencidos.
Estoy desempacando regalos de fin de año (2017), estoy saliendo de algunas deudas de lecturas y películas que no quiero postergar para este año y en ese pase de cuentas absurdo que me he impuesto brinca sobre la mesa de noche –es un decir, en realidad es una banqueta donde caben manuscritos, una botella de alcohol, dos tazas de té usadas y un bulto amenazante de sobres sin abrir ¿?- un libro que me regalara Orlando para poder abrazar 2018 con una mejor esperanza.
Se trata de “La edad de papel” (Libros de la espiral, Ciudad México, 2016), que lleva fotografías del notabilísimo artista Abelardo Morell. Es un libro rematado en tela, de tapa dura y lomo recio y anguloso, como exigiendo espacio para estar en cualquier anaquel.
El poeta González Esteva escribe acerca del “papel de piedra” – sí, papel de piedra- descubierto y puesto en uso por un taiwanés a finales del siglo XX y muy utilizado en la actualidad. Pero Esteva se va mar adentro en la imaginación y no le da carácter de amalgama sino que le da peso, el peso real de la piedra y comienza a fabular qué pasaría si hubiera pergaminos, libros, editoriales y hasta periódicos… hechos de “papel de piedra”.
Las fabulaciones en este libro, a manera de viñetas repensadas hasta el vaciado de la creatividad, se enfilan en las figuraciones de una “edad de papel de piedra”, y se remontan a la utopía de llevar tal sueño a la práctica.
Juguetón y provocativo, el escritor se atreve a imaginar para nosotros que hubiera un periódico de “papel de piedra”:
“Ir detrás de una mosca enarbolando un periódico de “papel de piedra” ofrecería al insecto la oportunidad de posarse sobre algunos de los objetos más caros a su perseguidor y propiciar, represalia de represalias, que él mismo los hiciera pedazos”.
No es González Esteva de los escribas comunes. Tengo un par de libros suyos, muy anteriores a éste que comento ahora, “Fosa común”, 1996, que es un canto a las hormigas; “Casa de todos”, Ediciones sin Nombre, 2009 y “Los ojos de Adán”, Editorial Pre-Textos, 2012. Cada uno es un laberinto que se hace más difícil y disfrutable en cada página.
¿Por qué son malditos, periféricos, y raros algunos escritores? ¿Qué ponemos delante: nuestra incapacidad de comprenderlos, el mazazo que nos pegan con sus obras fantásticas o la velocidad y sapiencia que han tenido para alejarse de lo común?
Al igual que con Alejandra Pizarnik, Arthur Rimbaud, Ezequiel Vieta, Juan Francisco Manzano o Paul Verlaine – a esa altura y a esas distancias practicables- González Esteva recrea un mundo que no existe, escribe en Estados Unidos, un país que le dio abrigo para curarlo de la nostalgia o el olvido, y nos devuelve una escritura hecha de lo que ha visto en los lugares comunes por los que camina cada día. Por eso es como la sombra, que se acerca y se aleja, se aleja y se acerca… en cada relectura.
“La edad de papel” contiene historias que no han ocurrido, pero pudieran sucederle al buzo que somos todos cuando nos metamos en una biblioteca hecha de libros de “papel de piedra”, la batalla en una fotocopiadora para embutir una pesada lámina y reproducirla al infinito; el deshecho, el tacho de basura a donde iría una hoja no estrujada de “papel de piedra”. Todo cabe en la imaginación y el goce de González Esteva.
El libro cierra con una esperanza para quienes nos hemos imaginado que la tecnología digital va a acabar con el libro de papel, con el papel mismo y sus usos. Entonces el poeta escribe su ‘Oda al papel higiénico’:
“Quien teme la desaparición del papel a manos de la tecnología digital debe reconsiderar sus temores advirtiendo que hay roles que ésta, tan avasalladora en sus pretensiones, difícilmente podrá asumir. Si el temor persiste, bastará depositar delante de quien lo padece un rollo de papel higiénico: mudo, le hablará a gritos”, concluye el autor.
Nació en Palma Soriano, Cuba. Reside en Estados Unidos desde 1965. Es realizador del programa Entre Nosotros, de Radio Martí. Sus poemas, que al decir del escritor Octavio Paz hacen “estallar en pleno vuelo a todas las metáforas”, aparecen publicados en Mañas de la poesía, El pájaro tras la flecha, Escrito para borrar, Fosa común, y otros. Este artículo fue publicado originalmente en el blog Cruzar las alambradas.