Muy mal anda ese movimiento deportivo, una vez líder en Latinoamérica --y entre los mejores del mundo-- para que los escenarios de puja atlética remeden cada vez más a una taberna que al espíritu olímpico.
Fue suficiente una jornada, la reanudación el martes de la Serie Nacional de Béisbol en Cuba --tras el receso obligado por la Serie del Caribe-- para que el deporte en la Mayor de las Antillas nos mostrase su lado más oscuro: la violencia se va haciendo cotidiana en los terrenos de juego.
Si Ken Griffey Jr. y Barry Larkin, como flautistas de Hamelin en pleno trópico hipnotizaron muchedumbres en La Habana Vieja, la visita a Cuba de esos ex astros de las Grandes Ligas de EE. UU. no logró impregnar a los criollos con su mensaje de paz.
Dos jugadores cubanos, el pitcher de Ciego de Ávila (y de la selección nacional) Vladimir García, más el jugador de cuadro y jardinero de Villa Clara, Ramón Lunar, protagonizan desde hace meses --en formato light-- una telenovela del corte de los Soprano.
Por tercera vez al cabo de tan poco tiempo, y la segunda en el actual campeonato, Vladimir apuntó desde temprano hacia la anatomía de Lunar, y no al centro de la mascota del receptor, como establecen las más sanas reglas de la competición.
El 22 de diciembre pasado, cuando jugaban avileños y villaclareños, el pitcher había fulminado al bateador con un bolazo --un remake, además, de lo ocurrido a finales del campeonato precedente-- así que el árbitro principal, Lorién Lobaina, decidió aquella vez expulsar al francotirador parapetado en el box.
Ocurrió entonces una interminable protesta de la dirección de Ciego de Ávila --violentando groseramente los reglamentos del campeonato-- hasta que una llamada telefónica desde la capital, dicen que originada en las oficinas del director nacional del béisbol, dispuso reanudar el pleito ¡con Lobaina removido del home plate, en salomónica permuta de umpires!.
Faltaba más. Hace dos noches, un calco de aquel lanzamiento asesino, solo que con Vladimir enfundado en el uniforme de Pinar del Río --ahora en funciones de jugador de refuerzo--, impactó a Lunar. Y esta vez el juez, apercibido de lo que le pasó a su colega en diciembre, optó por cuidarse en salud y velar por sus frijoles, ¡expulsando a Lunar!.
Muy mal anda ese movimiento deportivo, una vez líder en Latinoamérica --y entre los mejores del mundo-- para que los escenarios de puja atlética remeden cada vez más a una taberna que al espíritu olímpico.
¿Son impotentes los funcionarios del INDER --la organización que rige el deporte en la Isla-- para establecer allí la calma?
Dubitativo, hasta hoy, ante ciertos llamados que circulan por la internet, me convenzo ya de que mi lugar está del lado de los que claman por el degüello. Antes de que yaga el primer cadáver sobre un terreno de pelota es hora de que los burócratas del estadio Latinoamericano y de la Ciudad Deportiva firmen su renuncia.
Una vida humana es más valiosa que el automóvil Lada o el puñado de cupones de gasolina estatal que ciertos funcionarios se resisten a perder.
Si Ken Griffey Jr. y Barry Larkin, como flautistas de Hamelin en pleno trópico hipnotizaron muchedumbres en La Habana Vieja, la visita a Cuba de esos ex astros de las Grandes Ligas de EE. UU. no logró impregnar a los criollos con su mensaje de paz.
Dos jugadores cubanos, el pitcher de Ciego de Ávila (y de la selección nacional) Vladimir García, más el jugador de cuadro y jardinero de Villa Clara, Ramón Lunar, protagonizan desde hace meses --en formato light-- una telenovela del corte de los Soprano.
Por tercera vez al cabo de tan poco tiempo, y la segunda en el actual campeonato, Vladimir apuntó desde temprano hacia la anatomía de Lunar, y no al centro de la mascota del receptor, como establecen las más sanas reglas de la competición.
El 22 de diciembre pasado, cuando jugaban avileños y villaclareños, el pitcher había fulminado al bateador con un bolazo --un remake, además, de lo ocurrido a finales del campeonato precedente-- así que el árbitro principal, Lorién Lobaina, decidió aquella vez expulsar al francotirador parapetado en el box.
Ocurrió entonces una interminable protesta de la dirección de Ciego de Ávila --violentando groseramente los reglamentos del campeonato-- hasta que una llamada telefónica desde la capital, dicen que originada en las oficinas del director nacional del béisbol, dispuso reanudar el pleito ¡con Lobaina removido del home plate, en salomónica permuta de umpires!.
Faltaba más. Hace dos noches, un calco de aquel lanzamiento asesino, solo que con Vladimir enfundado en el uniforme de Pinar del Río --ahora en funciones de jugador de refuerzo--, impactó a Lunar. Y esta vez el juez, apercibido de lo que le pasó a su colega en diciembre, optó por cuidarse en salud y velar por sus frijoles, ¡expulsando a Lunar!.
Muy mal anda ese movimiento deportivo, una vez líder en Latinoamérica --y entre los mejores del mundo-- para que los escenarios de puja atlética remeden cada vez más a una taberna que al espíritu olímpico.
¿Son impotentes los funcionarios del INDER --la organización que rige el deporte en la Isla-- para establecer allí la calma?
Dubitativo, hasta hoy, ante ciertos llamados que circulan por la internet, me convenzo ya de que mi lugar está del lado de los que claman por el degüello. Antes de que yaga el primer cadáver sobre un terreno de pelota es hora de que los burócratas del estadio Latinoamericano y de la Ciudad Deportiva firmen su renuncia.
Una vida humana es más valiosa que el automóvil Lada o el puñado de cupones de gasolina estatal que ciertos funcionarios se resisten a perder.