Son tantas las sandeces que se dicen sobre Cuba, que uno ya no sabe cuál de ellas resulta más insultante.
A veces me pregunto si los cubanos somos muy malagradecidos, incapaces de apreciar las maravillas que disfrutamos "gracias a la revolución" o si es que el mundo cada vez está más lleno de tontos, cómplices –por una razón u otra- de la dictadura castrista y sinvergüenzas a los que nada les importa nuestra (mala) suerte y que nos desprecian de todo corazón.
Son tantas las sandeces que se dicen sobre Cuba, que uno ya no sabe cuál de ellas resulta más insultante. Que Cuba es el país del futuro, uno de los mejores en la lista de Happy Planet; que el mundo tiene mucho que aprender de la agricultura cubana; una funcionaria de la CEPAL que presenta como panacea la planificación centralizada de la economía, tal y como la aplica el gobierno cubano; que las votaciones circenses del Poder Popular son las elecciones más democráticas del mundo; que las reformas timbiricheras van en la dirección correcta, viento en popa y a toda vela...
Recientemente, corresponsales extranjeros acreditados en La Habana solo vieron lo que el régimen quiso mostrarles del Combinado del Este (las aulas, los jardines, las palmeras) pero eso les bastó para referirse al humanismo –según lo entiende el teniente coronel Roelis Osorio, jefe del penal- y las bondades del sistema penitenciario cubano.
Ante tanta maravilla, ¿qué significan los muertos en huelga de hambre, los que se suicidan en las celdas de castigo, los reos que se auto-agreden porque nadie les hace caso, los sicópatas disfrazados de carceleros? ¿De qué valen los testimonios de los presos que no se dejan doblegar y de sus familiares que sufren? ¿Qué importancia tienen las denuncias de los activistas de derechos humanos y los siempre inoportunos periodistas independientes?
Acabo de leer algo que parece un chiste de humor negro. Un estudio aparecido en el British Medical Journal asegura que los años de hambruna del Periodo Especial fueron beneficiosos para la salud de los cubanos.
Según dicho estudio, en aquellos años, debido a la drástica disminución en la ingestión de calorías y la consiguiente disminución del peso corporal de las personas, se redujo considerablemente en Cuba la mortalidad por diabetes y enfermedades cardiovasculares.
También asegura el estudio que fue muy beneficioso para los cubanos que la dieta forzosa se viera complementada por las largas caminatas y los viajes en bicicleta a los que nos vimos obligados porque la falta de combustible hizo que colapsara el transporte público.
Los que vivimos aquellos duros años 90, cuando parecíamos zombis a los que de tan flacos las raídas ropas se nos caían del cuerpo, no sabemos si reírnos o indignarnos ante la desfachatez de estos doctores que deben ser adoradores de Joseph Mengele.
En aquellos años disminuiría la mortalidad por diabetes y enfermedades cardiovasculares, pero aumentaron los muertos por suicidio, los devorados por los tiburones o ahogados en el estrecho de la Florida, y ya que hablan de la conveniencia de combatir el sedentarismo, como no, también de los ciclistas fallecidos en accidentes de tránsito o que murieron peleando para que los maleantes no les arrebataran sus bicicletas.
De eso y de enfermedades propias de campo de concentración, como la polineuritis que padecieron millares de cubanos y que el régimen atribuía al alcohol y el hábito de fumar para no admitir que se debían a la desnutrición, no deben saber mucho los autores del estudio. Tampoco debe interesarles particularmente. Después de todo, se trata del Tercer Mundo, específicamente de cubanos.
Los cubanos, que se iban para el trabajo con solo un vaso de agua con azúcar o un cocimiento de jengibre, hojas de naranja o caña santa como desayuno, se desmayaban en las guaguas, en la calle, los niños en las aulas, pero es posible que no hayan sido demasiados los cubanos que fallecieron de inanición durante el Periodo Especial.
Según el estudio, en los primeros años de la década del 90, la dieta de los cubanos se redujo de 3 000 calorías diarias por persona a 2 200. Poco, pero suficiente para no morirse de hambre. En 1946, la doctora Adelheid Wawerka sentenció que "una dieta de sólo 1 500 calorías diarias es demasiado pequeña para vivir, pero demasiado grande para morir". Los cubanos, siempre tan excepcionales, tuvimos a nuestro favor, 700 calorías de más para sobrevivir. Al menos en el estudio del British Medical Journal.
En realidad, estuvimos más cerca de la "inanición científica" de que hablaba la doctora Wawerka que de las 2 200 calorías que dicen en el British Medical Journal y que aun hoy son pocos los cubanos que pueden ingerir.
Los tiempos del picadillo de cáscaras de plátano y la polineuritis afortunadamente pasaron, pero la dieta de los cubanos de a pie (por supuesto que no hablo de la elite privilegiada y de los ricos que ya hay) sigue bien distante de las ideales 2 500 calorías que debe consumir diariamente un adulto. Se calcula que la dieta diaria de un cubano promedio -de los que comen arroz y frijoles y de vez en cuando, con suerte y sobre todo bastante dinero, vegetales, huevo y alguna carne- está por debajo de las 1 500 calorías.
Así y todo, el estudio del British Medical Journal considera que éramos un pueblo más saludable en los años del Periodo Especial. En vez de quedarnos como estábamos, bien flacos y dándole a los pedales de las bicicletas chinas, nos ha dado por recuperar libras, enfermar de diabetes y sufrir infartos. ¡Y mira que nos quejábamos del Periodo Especial! ¡Uno nunca sabe lo que tiene hasta que no lo pierde! ¡Malagradecidos que somos!
Publicado en Primavera Digital el 22 de abril del 2013
Son tantas las sandeces que se dicen sobre Cuba, que uno ya no sabe cuál de ellas resulta más insultante. Que Cuba es el país del futuro, uno de los mejores en la lista de Happy Planet; que el mundo tiene mucho que aprender de la agricultura cubana; una funcionaria de la CEPAL que presenta como panacea la planificación centralizada de la economía, tal y como la aplica el gobierno cubano; que las votaciones circenses del Poder Popular son las elecciones más democráticas del mundo; que las reformas timbiricheras van en la dirección correcta, viento en popa y a toda vela...
Recientemente, corresponsales extranjeros acreditados en La Habana solo vieron lo que el régimen quiso mostrarles del Combinado del Este (las aulas, los jardines, las palmeras) pero eso les bastó para referirse al humanismo –según lo entiende el teniente coronel Roelis Osorio, jefe del penal- y las bondades del sistema penitenciario cubano.
Ante tanta maravilla, ¿qué significan los muertos en huelga de hambre, los que se suicidan en las celdas de castigo, los reos que se auto-agreden porque nadie les hace caso, los sicópatas disfrazados de carceleros? ¿De qué valen los testimonios de los presos que no se dejan doblegar y de sus familiares que sufren? ¿Qué importancia tienen las denuncias de los activistas de derechos humanos y los siempre inoportunos periodistas independientes?
Acabo de leer algo que parece un chiste de humor negro. Un estudio aparecido en el British Medical Journal asegura que los años de hambruna del Periodo Especial fueron beneficiosos para la salud de los cubanos.
Según dicho estudio, en aquellos años, debido a la drástica disminución en la ingestión de calorías y la consiguiente disminución del peso corporal de las personas, se redujo considerablemente en Cuba la mortalidad por diabetes y enfermedades cardiovasculares.
También asegura el estudio que fue muy beneficioso para los cubanos que la dieta forzosa se viera complementada por las largas caminatas y los viajes en bicicleta a los que nos vimos obligados porque la falta de combustible hizo que colapsara el transporte público.
Los que vivimos aquellos duros años 90, cuando parecíamos zombis a los que de tan flacos las raídas ropas se nos caían del cuerpo, no sabemos si reírnos o indignarnos ante la desfachatez de estos doctores que deben ser adoradores de Joseph Mengele.
En aquellos años disminuiría la mortalidad por diabetes y enfermedades cardiovasculares, pero aumentaron los muertos por suicidio, los devorados por los tiburones o ahogados en el estrecho de la Florida, y ya que hablan de la conveniencia de combatir el sedentarismo, como no, también de los ciclistas fallecidos en accidentes de tránsito o que murieron peleando para que los maleantes no les arrebataran sus bicicletas.
De eso y de enfermedades propias de campo de concentración, como la polineuritis que padecieron millares de cubanos y que el régimen atribuía al alcohol y el hábito de fumar para no admitir que se debían a la desnutrición, no deben saber mucho los autores del estudio. Tampoco debe interesarles particularmente. Después de todo, se trata del Tercer Mundo, específicamente de cubanos.
Los cubanos, que se iban para el trabajo con solo un vaso de agua con azúcar o un cocimiento de jengibre, hojas de naranja o caña santa como desayuno, se desmayaban en las guaguas, en la calle, los niños en las aulas, pero es posible que no hayan sido demasiados los cubanos que fallecieron de inanición durante el Periodo Especial.
Según el estudio, en los primeros años de la década del 90, la dieta de los cubanos se redujo de 3 000 calorías diarias por persona a 2 200. Poco, pero suficiente para no morirse de hambre. En 1946, la doctora Adelheid Wawerka sentenció que "una dieta de sólo 1 500 calorías diarias es demasiado pequeña para vivir, pero demasiado grande para morir". Los cubanos, siempre tan excepcionales, tuvimos a nuestro favor, 700 calorías de más para sobrevivir. Al menos en el estudio del British Medical Journal.
En realidad, estuvimos más cerca de la "inanición científica" de que hablaba la doctora Wawerka que de las 2 200 calorías que dicen en el British Medical Journal y que aun hoy son pocos los cubanos que pueden ingerir.
Los tiempos del picadillo de cáscaras de plátano y la polineuritis afortunadamente pasaron, pero la dieta de los cubanos de a pie (por supuesto que no hablo de la elite privilegiada y de los ricos que ya hay) sigue bien distante de las ideales 2 500 calorías que debe consumir diariamente un adulto. Se calcula que la dieta diaria de un cubano promedio -de los que comen arroz y frijoles y de vez en cuando, con suerte y sobre todo bastante dinero, vegetales, huevo y alguna carne- está por debajo de las 1 500 calorías.
Así y todo, el estudio del British Medical Journal considera que éramos un pueblo más saludable en los años del Periodo Especial. En vez de quedarnos como estábamos, bien flacos y dándole a los pedales de las bicicletas chinas, nos ha dado por recuperar libras, enfermar de diabetes y sufrir infartos. ¡Y mira que nos quejábamos del Periodo Especial! ¡Uno nunca sabe lo que tiene hasta que no lo pierde! ¡Malagradecidos que somos!
Publicado en Primavera Digital el 22 de abril del 2013