César, Churchill, Martí, Zayas, Díaz del Castillo y Cortés frente a la impostura intelectual

Hernán Cortés.

¿Quén es el autor de Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Díaz del Castillo o Cortés? ¿Qué ha desatado la polémica? ¿El celo intelectual por los derechos de autor o una motivación más oscura?

El historiador francés Christian Duverger acaba de publicar un polémico libro, Crónica de la eternidad, en el que pretende negar a Bernal Díaz del Castillo la autoría de la obra Historia verdadera de la conquista de la Nueva España para otorgársela nada menos que a Hernán Cortés.

El diario español ABC publica esta semana que el historiador francés no se limita a dudar de la autoría del soldado Díaz del Castillo como autor, sino que va más allá al apuntar como única identidad posible del verdadero autor de aquella obra al propio Hernán Cortés, quien lo habría escrito –según indica– en los tres años finales de su vida, de los que no hay noticia, o no había, porque el nuevo libro también aporta pruebas documentales de que en esos años (1543-46) el conquistador creó una academia en su casa de Valladolid de la que se saben sus miembros, lecturas y debates, gracias a un relato posterior ahora identificado.

Parece que el libro de Duverger cambia algunas percepciones, no tanto por la negación de la autoría de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España a Díaz del Castillo, como por abrir el debate a la probabilidad de que el escritor sea Cortés, presentado por una interesada tradición y por una más interesada posmodernidad como una personalidad brutal que asesina a los indios para apoderarse de su oro.

Dice el ABC que es una visión que no teníamos sobre los intereses intelectuales de Cortés, que ahora aparece claramente como un hombre del Renacimiento. No sólo como un conquistador sino también como un pensador de su conquista.

Duverger asegura al ABC que demuestra en su obra "que Cortés cita tres veces un libro de Guevara, el Libro áureo de Marco Aurelio, en el que se utiliza un recurso que dio la idea a Cortés de usar un narrador ficticio. Guevara en 1528 inventa una correspondencia del emperador estoico y esas cartas las escribía Guevara, como mezcla de historia y novela. Creo que Cortés pensó que podría hacer esa mezcla de historia y elementos ficticios. Es algo culto e inteligente en un punto accesible para un soldado raso", apunta el historiador.

Quizá, aseguramos nosotros, la verdad es que Cortés no sería una mentalidad renacentista ni tampoco una mentalidad medieval, sino que, como la mayoría de los conquistadores de América, sería una mentalidad medieval-renacentista. Lo cual no menoscaba en nada si tenemos en cuenta que el Renacimiento no es otra cosa que la etapa final de la última gran era de la humanidad: la era medieval. El punto es que el Renacimiento es puente entre esa gran era y la era que le precede: La de la antigüedad greco-latina.

El autor de este artículo estima que la obra Historia verdadera de la conquista de la Nueva España es, sobre todo, por el tema, los personajes, la acción y la nueva manera de nombrar la nueva realidad, la primera gran novela americana. La primera y, en muchos sentidos, superior a las que le sucedieron en el tiempo.

Claro, la polémica ha explotado porque, acorde con el pensamiento progre, no es lo mismo que el autor de una obra cumbre sea un simple soldado de conquista que el General de dicha conquista, eso sería demasiado para su afán rebajador e interesadamente igualitarista.

Pero lo cierto es que, más allá de la obra en disputa, Cortés mostró ser excelente escritor con sus "Cartas de relación", dirigidas al emperador Carlos V. En estas cartas, el gran conquistador describe su viaje a México, su llegada a Tenochtitlán, capital del imperio azteca, y algunos de los eventos que resultarían en la toma de México.

Así como otros españoles que también describieron la gran ciudad de Tenochtitlán, Cortés describe este lugar con un exquisito tono de asombro y de maravilla. Así, la ubicación de la ciudad en medio de un lago rodeado de montañas, la arquitectura espléndida y esplendorosa y, obviamente, la riqueza material inconmensurable dada en el oro que destella al sol, sería la envidia de cualquier autor del presente.

Pero a Cortés le persigue no ya la leyenda negra de la conquista americana fabricada por los órganos de propaganda del protestantismo anglosajón en contra del catolicismo español, sino la leyenda negra que sigue al escritor que, además de obra escrita, hace obra política y militar. En este caso una leyenda negra fabricada por los órganos de propaganda de la izquierda que quiere al escritor no en la hechura de la historia, sino en la del burdel o la buhardilla en la hechura de la histeria.

En el texto de la autora cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda Una anécdota de la vida de Cortés se lee: "Hernán Cortés, una de las mayores figuras que puede presentar la historia; Hernán Cortés, que quizás no ha sido colocado a su natural altura (...) Hernán Cortés, tipo de su nación, en aquel tiempo en que era grande, heroica, fanática y fiera (...) Hernán Cortés, digámoslo en fin, debía tener y tuvo la suerte común a todos los genios superiores. Persiguíolo la envidia, afanóse por denigrarlo la calumnia, asecháronlo la deslealtad y la perfidia, abrigada en aquellos mismos corazones que aprendieron del suyo a no temblar jamás en tantos peligros de que reportaron juntos indestructible fama".

Si ya en tiempos de Cortés y de Avellaneda la altura producía vértigo, qué no producirá en la posmodernidad descendente que apuesta a que todas las culturas son iguales menos la occidental que sería la peor y a que, miren ustedes, sería lo mismo "La última cena" de Leonardo Da Vinci que el abigarrado tatuaje en la piel de la espalda de un aborigen australiano dando cuenta de la última cena caníbal.

La Conquista del Imperio Azteca llevada a cabo por Cortés al frente de un puñado de españoles hambreados, a punta de espada, bravura e ingenio, es probablemente la hazaña militar más grande, eficaz y exitosa de la historia. Ni siquiera las conquistas llevadas a cabo por Julio César serían comparables a la campaña de Cortés en México. Por cierto, que pocos se acuerdan a estas alturas que César fue además de excelso militar, excelso escritor.

Tampoco muchos se acuerdan de que Winston Churchill además de gran estadista y estratega militar que salva el honor de Inglaterra frente a la invasión alemana de Adolfo Hitler –por otra parte un buen pintor– fue dotado de una precisa prosa que le lleva a ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1953.

A José Martí, por ejemplo, se le conoce más por ser el hombre que organiza y encabeza la revolución independista de 1895 en la isla, que por ser el enorme escritor que revoluciona el idioma español de su tiempo con obras como Diario de Campaña: (De Cabo Haitiano a Dos Ríos).

Siguiendo en el ámbito insular, si Alfredo Zayas Alfonso no hubiese pasado a la historia como presidente de la República de Cuba, entre 1921 y 1925, sin dudas lo hubiese hecho como intelectual, dado que el político y periodista, nacido en la habanera barriada de El Cerro el 21 de septiembre de 1861, cuenta en su haber con una sólida escritura literaria manifiesta en varios géneros; con obras como el riguroso Diccionario de voces usadas por los aborígenes de las Antillas Mayores y de algunas de las Menores y consideraciones acerca de su significación y de su formación, publicada en La Habana en 1914 y editada por segunda vez en 1921. Más intelectual, la verdad sea dicha, que muchos de nuestros intelectuales al uso y al abuso.

En la imprenta del reyno, 1632, Madrid. Portada de la primera edición de Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.

​Pienso, para concluir, que la polémica en torno a la escritura de Historia verdadera de la conquista de la Nueva España no es tanto una cuestión de defensa de los derechos de autor de Bernal Díaz del Castillo en contra de Hernán Cortés como un prejuicio de esos intelectuales ideologizados que, la voz engolada, opinan moderadamente ante los medios de difusión acerca de lo humano y lo divino, pontificando, profetizando, proponiendo, promoviendo, promoviéndose, sobre todo previéndose, siempre con una obra cumbre a punto de terminar, pero que nunca terminan, dotados de lo verbal, de una cultura de la oralidad, convenientemente situados en lo que ellos pomposamente llaman "postmodernismo" pero, paradójicamente, sin rebasar aún la era de los aedas, revoloteando, a veces pesadamente, en los estadios anteriores a la escritura, arriesgados trapecistas que, describiendo una extendida parábola en el espacio, en el espacio y en el tiempo, saltasen desde los primordiales cantares de gesta, pasando por alto la imprenta, hasta aterrizar en el presente de la virtuosa virtualidad.

Estos verbales, envarados además, ataviados de boina y desaliño, desbordando cariño, amor a la humanidad, a los pobres de la tierra, ecologistas y pacifistas, socialistas por más señas, defensores de la dictadura del centro, a todo trance y a veces en trance, diciendo una cosa y su contraria a un tiempo, apóstoles del lugar común, rebeldes contra Dios –acá nada arriesgarían puesto que de ateos presumen en una sociedad que presume de atea–, sumisos ante la demagogia desbordada de la opinión pública, casi púbica, demagogia establecida como dogma de vida, y a veces de muerte, estos verbales, mirarían por sobre el hombro no ya a César, Churchill, Martí, Zayas, Díaz del Castillo o Cortés, para decirle "¿Intelectual tú? Ja, intelectuales nosotros; tú serás, si acaso, un pobre político o perverso genocida de pueblos".