De prisionero en un campo de trabajo forzado en la década de 1960 a una de las principales figuras políticas de la actualidad en Cuba, el cardenal Jaime Ortega logró mediante un estilo de no confrontación una rara posición de influencia para alguien ajeno al Partido Comunista.
Con la visita del papa Francisco la semana próxima a la isla caribeña, el papel de Ortega en el aumento de poder de la Iglesia Católica en Cuba ha generado tanto elogios como desdén.
Una parte de la comunidad disidente de Cuba y los exiliados cubanoestadounidenses de línea dura en Miami creen que Ortega se ha vuelto muy compinche del Gobierno y que debería hacer más por los Derechos Humanos y la democracia.
Ortega goza de un inigualable acceso entre líderes religiosos al gobernante Raúl Castro, y ha sido un aliado del papa Francisco desde los años que compartieron en el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).
El sacerdote, de voz suave y sonrisa fácil, negoció la liberación de 126 prisioneros políticos en 2010 y 2011. También tuvo un papel en la distensión anunciada el año pasado entre Cuba y Estados Unidos, que llevó a la reanudación de las relaciones diplomáticas tras 54 años de hostilidades.
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Algunos expertos han comparado sus cautos llamamientos por un cambio y apertura religiosa en la isla a los esfuerzos de Karol Wojtyla en la Polonia comunista antes de convertirse en el papa Juan Pablo II.
"Como Ortega, Juan Pablo II tenía una actitud de no polemizar que permitía a los comunistas ver sus propias deficiencias", dijo Andrea Bartoli, decano de Relaciones Internacionales en Seton Hall, una universidad católica cerca de Nueva York. "La moderación y la apertura están conectadas. Es porque no se polemiza que se pueden abrir esos espacios", agregó.
Otros creen que el sacerdote ha abandonado a las víctimas de la opresión a cambio de un asiento en la mesa del poder.
"La Iglesia tiene el mismo discurso que el régimen castrista", dijo Berta Soler, líder del grupo disidente católico Damas de Blanco.
Ortega fue objeto de duras críticas cuando dijo a la radio española Cadena Ser en junio que no había prisioneros políticos en Cuba. Dos semanas después, la principal organización disidente de Derechos Humanos en la isla publicó un reporte en el que se refería a 60 prisioneros políticos.
El mismo Ortega pasó ocho meses en un campo de trabajos forzados en 1966-67, cuando el Gobierno revolucionario de Fidel Castro detenía a figuras religiosas, hombres homosexuales y otras personas consideradas enemigos. Ortega se muestra introspectivo en vez de enojado sobre esa época. Dijo que el sufrimiento que vio fue una "experiencia única" que le enseñó una gran lección de compasión.
Aunque se considera un hombre de diálogo, Ortega también dirige ocasionalmente un ataque contra sus críticos.
"No se hace muy presente en el pueblo de Cuba. Sí, la disidencia, esta que se llama la disidencia, se ve más presente en medios extranjeros, en el sur de la Florida, en blogs, en cosas así, se ve cierta presencia", afirmó.
Autoridades eclesiásticas dicen que el trabajo de Ortega es defender principios como libertad religiosa y el bienestar de los cubanos, y no promover una agenda político partidaria.
"Así fue con Jesús Cristo. Lo recocieron, lo aplaudieron y después fue sacrificado, y después se reconoció. Eso es aparte del compromiso social de la Iglesia", dijo Orlando Márquez, portavoz de la Iglesia en Cuba y editor de su revista mensual, Palabra Nueva.
Ortega, quien declinó pedidos para una entrevista, ayudó en las negociaciones secretas que terminaron en el histórico anuncio de Castro y el presidente estadounidense Barack Obama, en diciembre, de que los antiguos enemigos de la Guerra Fría restablecerían las relaciones diplomáticas.
Cuando el papa Francisco envió cartas para Castro y Obama en una delicada etapa de las negociaciones, Ortega fue su mensajero, según la segunda edición del libro Back Channel to Cuba, publicado este mes.