En Venezuela, el PSUV de Chávez ha montado una verdadera cofradía de pícaros disfrazados de revolucionarios.
En América Latina todo es posible. Si el alemán Carlos Marx reviviera y observase el show que se ha montado con su ideología comunista, saldría corriendo espantado a firmar una planilla de inscripción en algún partido nazi.
En este continente de calor y aguardiente, música y guaracha, los marrulleros líderes políticos se apropian de teorías, citas y discursos que sirvan para sintonizar y obtener el voto de los pobres. Cualquier santo sirve. Prócer o iluminado. Intelectual, milonguero o trovador. Utilizan frases de Lincoln o Jefferson. Martí y Marx. Che Guevara y Mao. Jesuscristo o Sai Baba.
Saben estos profesionales del espectáculo político poner en trance a las masas. Y durante cinco horas que soporten a un hombre vestido de verde olivo gritando desde una tribuna. Manipulan las emociones como titiriteros. Y utilizan el valor simbólico de los muertos como nadie.
Un líder comunista cubano, Julio Antonio Mella, lo ilustró con una frase: “Hasta después de muertos somos útiles”. En Argentina, Perón sigue vivo, a conveniencia, en el ideario de algunos políticos oportunistas. Si no utilizan a Perón recurren a Evita. De lo que se trata es mantener viva la pasión por los espadones, el nacionalismo barato y el arrojo patriótico.
Es un estilo de hacer política. Una nueva forma de culto a la personalidad. Si en el estado canalla de Corea del Norte, tras la muerte del líder, los presentadores de televisión declamaron extensos poemas y panegíricos, en este lado del mundo los compadres que dirigen la comarca aluden a la Biblia, Bolívar o un Orisha.
Fidel Castro puede dar clases magistrales sobre la revalorización de personajes ilustres fallecidos. A no pocos intelectuales indiferentes o contrarios a su anárquica y autoritaria manera de gobernar, después de su muerte, su obra se utiliza con un desparpajo proverbial. De Virgilio Piñera, Lezama Lima y hasta de Guillermo Cabrera Infante, feroz crítico de Castro, ahora se habla de ellos como si fuesen amigos de cantina y sus nombres se pronuncian sin censura. En vida estuvieron condenados al olvido y el ostracismo.
En la liturgia política de América Latina, la mojigatería es una pistola caliente usada para incitar a las masas. Con el deceso del presidente Hugo Chávez, se palpa la habilidad peripatética de sus seguidores y, con el cadáver aún fresco, hacen campaña política.
No creo que Chávez haya sido un buen administrador de las riquezas y el erario de Venezuela. Ha disparado la inflación y los gastos públicos, debido a su estrategia de tener alborozados a los pobres de los cerros con puestos médicos y universidades territoriales (algo que es positivo) o regalando lavadoras, petrocasas y antenas satelitales con acceso gratis al canal TeleSur, por él instaurado.
Eso sí, el paracaidista de Barinas tenía carisma. Gancho entre los que nunca tuvieron nada. Su discurso polarizado o grosero con sus adversarios políticos puede deslucir en una conferencia internacional del primer mundo, pero por esas tierras de joropos y arepas, la insinuación de Chávez a su mujer, en un Aló Presidente cuando dijo “Prepárate, que esta noche te toca lo tuyo”, sienta bien en una sociedad de machos, que se consideran los tipos más viriles del planeta.
Cantar boleros en actos públicos y rezar por vírgenes y santos autóctonos era visto como un ‘pana’ del barrio. Formaba parte del marketing político chavista, etiquetado como Socialismo del Siglo 21. Esa conexión con los olvidados de siempre es lo que le permitió, botando la plata por la ventana, ganar dos magistraturas presidenciales. Otras cosas más serias no las resolvió.
Caracas sigue siendo la ciudad más violenta del mundo. Un auténtico matadero. Y Venezuela el país más corrupto del continente. Pero Chávez logró lo que quería. Tener capacidad de liderazgo en América Latina, tirando de la chequera y utilizando las ventas de petróleo a precio de saldo como política hemisférica.
Su cadáver tiene un simbolismo mayúsculo para sus camaradas en el partido. Y un morbo poderoso para seguir conectando con las capas más desfavorecidas del país. Nicolás Maduro lo sabe. E inició su campaña electoral amparándose en los restos de Hugo Chávez. Es la única manera viable que tiene de ganar una elección presidencial y seguir en la comparsa y las regalías, donde por detrás de la puerta, militares y políticos bolivarianos se reparten cheques en dólares.
En Venezuela, el PSUV de Chávez ha montado una verdadera cofradía de pícaros disfrazados de revolucionarios. Quizás, en medio de la efervescencia y el discurso patriótico, muchos venezolanos no lo perciban.
De afuera se ve más que desde adentro. Sobre todo si el que les escribe reside en Cuba. Una isla del Caribe donde los cadáveres exquisitos son carnaza de hechiceros políticos y tramposos ideológicos.
En este continente de calor y aguardiente, música y guaracha, los marrulleros líderes políticos se apropian de teorías, citas y discursos que sirvan para sintonizar y obtener el voto de los pobres. Cualquier santo sirve. Prócer o iluminado. Intelectual, milonguero o trovador. Utilizan frases de Lincoln o Jefferson. Martí y Marx. Che Guevara y Mao. Jesuscristo o Sai Baba.
Saben estos profesionales del espectáculo político poner en trance a las masas. Y durante cinco horas que soporten a un hombre vestido de verde olivo gritando desde una tribuna. Manipulan las emociones como titiriteros. Y utilizan el valor simbólico de los muertos como nadie.
Un líder comunista cubano, Julio Antonio Mella, lo ilustró con una frase: “Hasta después de muertos somos útiles”. En Argentina, Perón sigue vivo, a conveniencia, en el ideario de algunos políticos oportunistas. Si no utilizan a Perón recurren a Evita. De lo que se trata es mantener viva la pasión por los espadones, el nacionalismo barato y el arrojo patriótico.
Es un estilo de hacer política. Una nueva forma de culto a la personalidad. Si en el estado canalla de Corea del Norte, tras la muerte del líder, los presentadores de televisión declamaron extensos poemas y panegíricos, en este lado del mundo los compadres que dirigen la comarca aluden a la Biblia, Bolívar o un Orisha.
Fidel Castro puede dar clases magistrales sobre la revalorización de personajes ilustres fallecidos. A no pocos intelectuales indiferentes o contrarios a su anárquica y autoritaria manera de gobernar, después de su muerte, su obra se utiliza con un desparpajo proverbial. De Virgilio Piñera, Lezama Lima y hasta de Guillermo Cabrera Infante, feroz crítico de Castro, ahora se habla de ellos como si fuesen amigos de cantina y sus nombres se pronuncian sin censura. En vida estuvieron condenados al olvido y el ostracismo.
En la liturgia política de América Latina, la mojigatería es una pistola caliente usada para incitar a las masas. Con el deceso del presidente Hugo Chávez, se palpa la habilidad peripatética de sus seguidores y, con el cadáver aún fresco, hacen campaña política.
No creo que Chávez haya sido un buen administrador de las riquezas y el erario de Venezuela. Ha disparado la inflación y los gastos públicos, debido a su estrategia de tener alborozados a los pobres de los cerros con puestos médicos y universidades territoriales (algo que es positivo) o regalando lavadoras, petrocasas y antenas satelitales con acceso gratis al canal TeleSur, por él instaurado.
Eso sí, el paracaidista de Barinas tenía carisma. Gancho entre los que nunca tuvieron nada. Su discurso polarizado o grosero con sus adversarios políticos puede deslucir en una conferencia internacional del primer mundo, pero por esas tierras de joropos y arepas, la insinuación de Chávez a su mujer, en un Aló Presidente cuando dijo “Prepárate, que esta noche te toca lo tuyo”, sienta bien en una sociedad de machos, que se consideran los tipos más viriles del planeta.
Cantar boleros en actos públicos y rezar por vírgenes y santos autóctonos era visto como un ‘pana’ del barrio. Formaba parte del marketing político chavista, etiquetado como Socialismo del Siglo 21. Esa conexión con los olvidados de siempre es lo que le permitió, botando la plata por la ventana, ganar dos magistraturas presidenciales. Otras cosas más serias no las resolvió.
Caracas sigue siendo la ciudad más violenta del mundo. Un auténtico matadero. Y Venezuela el país más corrupto del continente. Pero Chávez logró lo que quería. Tener capacidad de liderazgo en América Latina, tirando de la chequera y utilizando las ventas de petróleo a precio de saldo como política hemisférica.
Su cadáver tiene un simbolismo mayúsculo para sus camaradas en el partido. Y un morbo poderoso para seguir conectando con las capas más desfavorecidas del país. Nicolás Maduro lo sabe. E inició su campaña electoral amparándose en los restos de Hugo Chávez. Es la única manera viable que tiene de ganar una elección presidencial y seguir en la comparsa y las regalías, donde por detrás de la puerta, militares y políticos bolivarianos se reparten cheques en dólares.
En Venezuela, el PSUV de Chávez ha montado una verdadera cofradía de pícaros disfrazados de revolucionarios. Quizás, en medio de la efervescencia y el discurso patriótico, muchos venezolanos no lo perciban.
De afuera se ve más que desde adentro. Sobre todo si el que les escribe reside en Cuba. Una isla del Caribe donde los cadáveres exquisitos son carnaza de hechiceros políticos y tramposos ideológicos.