Rescatan del olvido, 90 años después, libro de la derecha cubana

“Biología de la democracia“ de Alberto Lamar Schweywer.

El libro "Biología de la democracia", del desaparecido pensador cubano Alberto Lamar Schweyer, se presentará este jueves 16 de febrero, a las 6:00 p.m, en la Humboldt International University, ubicada en 4000 W Flagler St, en Miami.

Que el sello Ediciones Exodus haya decidido publicar Biología de la Democracia, del escritor cubano Alberto Lamar Schweyer (Matanzas, 1902-La Habana, 1942), noventa años después de su primera y única edición, en 1927, es un feliz acontecimiento que indicaría además un derrotero a seguir para el rescate de la memoria histórica y literaria dentro del futuro panorama cultural de la isla.

¿Por qué un libro medular dentro de la historiografía isleña y continental es olvidado o, más exactamente, condenado al olvido por casi un siglo?

Por varios motivos probablemente, pero el principal de ellos sería justamente ese que define la pregunta: medular, por ser un libro medular.

Otro motivo sería que el autor es lo que se considera un intelectual de derecha, pecado imperdonable en el presente, pero que en Cuba, con esa anticipación al futuro que padecemos, lo era ya desde la época de la primera edición del libro, debido a un dramático escoramiento a la izquierda del pensamiento isleño que, valga decir, estaría entre las causas primordiales que explican la imposición y aceptación de una dictadura de extrema izquierda por parte de Fidel Castro a partir de 1959 y hasta el presente; como he apuntado en mi libro Mitos del antiexilio (2007).

De entrada, el libro motivó otro libro en su contra, aplaudido con entusiasmo por el resto de la intelectualidad isleña, La Biología y la Democracia, del prestigioso profesor de la Universidad de La Habana, Roberto Agramonte, quien, por cierto, terminaría nombrado como Ministro de Relaciones Exteriores en 1959 por un régimen que, paradójicamente, pareciera anticipado en el libro de Lamar Schweyer.

El escritor cubano Alberto Lamar Schweyer.

Biología de la Democracia sostiene la tesis de la inviabilidad de la democracia en América del Sur, lo que estaría determinado por el problema racial o, más exactamente, por el mestizaje racial del blanco, el negro y el indio a duras penas convivientes en un espacio dado por la única razón de la fuerza. Lo que propiciaría la impreparación, el desorden y la desorientación política provenientes de los estadios tribales trasplantados arbitrariamente de allende los mares u oriundos del continente y sometidos por la violencia, en un escenario de inconmensurables e inhóspitas extensiones geográficas que compelen más al descendimiento moral y la anarquía que al ascenso moral y al orden, medio bárbaro del que prestos se aprovecharan los más aptos para devenir caciques, caudillos y finalmente tiranos de toda laya que, con el tiempo, desparecerán del entorno para dar paso a democracias formales en que, ya sin el dictador, permanecerán las dictaduras dentro de las que se seguirán manifestando los mismos impulsos ancestrales de cada etnia, en la conformación de lo que el filósofo español José Ortega y Gasset denominó "compartimentos estancos", en su análisis de los prolegómenos que darían paso en su país a la Guerra Civil de 1936. Diagnóstico que, con contadas excepciones, acierta en la enfermedad que ha venido carcomiendo al sur del río Bravo desde la independencia al presente.

Independencia que, como muestra Lamar Schweyer, parecería tener origen más en una comedia de enredos divinos que en un histórico plan humano; en verdad algo similar al caso de un Cristóbal Colón que procurando llegar a la India termina descubriendo un Nuevo Mundo; o al de los artistas y pensadores del Renacimiento que procurando regresar a la Edad Antigua terminan arribando a la Edad Moderna.

Así, un espíritu menos borbónico y conservador entre el pueblo americano habría paradójicamente impedido la independencia del Imperio español, pues la aceptación de José Bonaparte como rey constitucional y su proclamación como tal en Venezuela es lo que da pie al movimiento popular de oposición al bonapartismo que, años después, cristalizaría en la independencia, lo que se repite en México y simultáneamente con sus variantes en Buenos Aires.

De modo que la guerra comenzada “en 1810 era ajena a todo principio, no ya democrático sino liberal. La Junta Patriótica de Caracas destituyendo a Emparán… lo hizo en defensa de Fernando VII y en nombre del pueblo, que un año después se declararía independiente de España, pero no de su monarquía” (Biología… pag. 82).

La diplomacia americana, quince años después de iniciada la revolución, y consumada la emancipación, recorría Europa a la búsqueda de un monarca conveniente, desde el francés “Duque de Orleans… hasta el italiano Duque de Lucca… fueron señalados como candidatos” (pags. 84, 85). El fracaso de tales planes se debe sólo a la genialidad y a la oposición de Simón Bolívar.

Aunque el diagnóstico de la enfermedad hecho por Lamar Schweyer es acertado, yerra quizá al ver en la raza y en su mezcla la causa que determina la misma.

El problema estaría en que aunque el autor procura desprenderse del pensamiento positivista (que tanto daño hizo a los pensadores cubanos del XIX y del XX, y parece que aún en el XXI, no lo logra del todo). Así, nuestro hombre se alejaría del positivismo social pero no del positivismo racionalista y cientificista que lo lleva dulcemente a los brazos del biologismo darwinista, de ahí el título de la obra, en busca de las causas del fenómeno cierto de la incapacidad americana para la democracia.

Y no es que la raza no sea importante en el desarrollo moral, político y social de los pueblos, sino que más importante que la raza sería el entramado de la cultura que determina sobre los pueblos. Y aunque, influido por el filósofo alemán Oswald Spengler, reconoce el factor cultural, Lamar Schweyer no le da el merecido valor y prefiere detenerse en las causalidades de la superficie, en la apuesta por los pigmentos de piel más o menos amalgamados en los desafueros y furores de la entrepierna explayándose por los vastos territorios del sur americano.

Pero, más allá de Spengler, tenemos al filósofo italiano Julius Evola con su obra La raza del espíritu, donde descreyendo de las diferentes investigaciones raciales emprendidas por las ciencias del siglo XIX y XX, por considerarlas falsamente objetivas, fundadas en una serie de dogmas asumidos en forma acrítica e incluso fanática, como el caso del evolucionismo de Darwin, especie de cientificismo novelado, se decanta por una raza del espíritu más que por una del cuerpo y señala que “la raza en sentido superior fue el signo de la nobleza frente al simple pueblo y fue justamente la nobleza la que anticipó la biología y la cultura racial”.

Lamar por otro lado, no es que sea un pensador antidemocrático sino que estima que, por las causas específicas del mestizaje racial mencionado, la democracia no sería viable en los pueblos americanos del sur, pero sí para Europa y EE.UU, idea dudosa esta última donde las haya, pues lo cierto es que nada más echar una ojeada desprejuiciada a la fecha, 1927, en que se publica su Biología…veremos a una Europa apenas salida de la carnicería de la Primera Guerra Mundial que se apresta, ni corta ni perezosa, a adentrarse en la carnicería de la Segunda. Para esa fecha se había fundado el movimiento fascista de Mussolini, en Italia, y el nazista de Hitler, en Alemania, y avanzaban ambos indetenibles en pro de sus objetivos; no precisamente democráticos.

Y, en el caso de EE.UU, olvida el autor que lo que triunfa en este país no es precisamente la democracia, sino la República constitucionalista que se sostiene, más que nada, en prevenciones contra la democracia, contra las mayorías acéfalas que en todas partes cuecen habas, cuecen al distinto en la hoguera inquisitorial nada más tener la oportunidad que da el poder de la cantidad, de las cifras, desasidas así de lo alto por vía de las élites nobles o ennoblecidas que puedan guiarlas con pulso firme. Por si las dudas, nada más mirar lo que ha venido ocurriendo en Norteamérica con el proceso de acelerada democratización que culminó en la presidencia de Barack Hussein Obama y la reacción a la misma que ha dado lugar a la presidencia de Donald Trump.

Lamar Schweyer estima que para América Latina lo apropiado, dadas las circunstancias de que la “democracia ha sido la oportunidad política de los inferiores, la relegación política del saber y de la incapacidad que predominan en las masas” (pag. 140), serían los regímenes presidencialistas, dictatoriales o no, que encarnen el aliento de las élites pulidas y emancipadas de las mayorías irresolutas e iletradas, idea que puso personalmente en práctica en Cuba con el apoyo al Gobierno del general Gerardo Machado y, antes, cuando se separó del Grupo Minorista, con el que participó en la famosa Protesta de los Trece, en 1927, por sus diferencias ideológicas con el resto de los integrantes. Motivo por el que el escritor Alejo Carpentier lo llamó “el traidor de los minoristas” en el texto Un ascenso de medio siglo.

Sin embargo, Lamar Schweyer no fue el único en apoyar a Machado, intelectuales como Gastón Baquero, Lydia Cabrera y Orestes Ferrara, vieron en la caída del general el comienzo, como efectivamente ocurrió, no de la libertad, sino de los problemas sin solución para la República y el declive hacia la incivilidad que llevarían a la infausta fecha de 1959.

Baquero, por ejemplo, señala la degradación hasta la insignificancia académica de la Universidad de La Habana a partir del fin del régimen machadista, por la manía de sustituir el talento en las cátedras por el aval revolucionario, de modo que Fidel Castro no inventaría aquello de la Universidad es para los revolucionarios, sino que lo impondría hasta la saciedad y la suciedad.

Me cuentan que en la isla se apuran también al rescate de Lamar Schweyer. En 2010 la editorial Letras Cubanas publicó su novela La roca de Patmo, pues razonarán que si lo viable para Latinoamérica es la dictadura, ellos estarían en lo correcto con su plusmarca de sesenta años de régimen totalitario, pero sinceramente estimo que la tendrán difícil en el uso teórico de la tesis lamariana, no ya por su máximo antimarxismo sino por su idea de que el poder ha de estar en manos de los hombres fuertes que encarnen el anhelo de las cimas políticas y sociales y no por los que encarnen, como en el caso de Cuba, las simas donde moran las pasiones de la masa dominada mayormente por las pulsiones alimentarias y reproductivas.

En tiempos de una clase intelectual inspirada por las musas nombradas Comedimiento, Amoldamiento, Aplanamiento y Acomodamiento, lo que resulta especialmente patético en el caso cubano, en la isla y en el exilio, la publicación de Biología de la Democracia cobra un especial significado pues el autor hace gala de pasarse por el forro de sus mismísimos riñones a esas nefastas musas y, además, de las dos virtudes que a mi entender no han de faltar al verdadero hombre de letras: videncia y valor para contarla.