La nación cubana inhala una peligrosa sensación de vacío del poder, y exhala una extraña tensión. Al general lo cuestionan todos dentro de la isla, los de arriba y los de abajo, a veces por ir muy rápido y otras por no avanzar. Cuba, el Estado que hasta ayer fuera el más autoritario de la región, ha comenzado a emitir un alarmante sonido, resultado de una interesante fusión donde convergen voces disidentes silenciadas o irrespetadas; el desencanto de un país que ya sabe que su "futuro mejor" no forma parte de la agenda de gobierno; las ambiciones de poder que nacen y se desarrollan dentro de las filas dirigentes; el freno productivo de una ancianidad mayoritaria, anquilosada por temor y por desidia; y la constante evasión de una juventud que agotada de tanta mentira y presión, se formula interrogantes que no consigue responder. En tales circuntancias, llegó Raúl Castro a Nueva York.
Pero sin lugar a dudas, y pese a varias protestas, la visita del General es sobre todo un éxito personal; pues aunque cínico, amargado y misántropo, Raúl es también un hombre hábil que sabe venderse bien, y a precio accesible para los interlocutores que necesita deslumbrar.
Por norma protocolar, la agenda del mandatario cubano en Estados Unidos está atestada de reuniones donde no escasean los regalos; y, entonces, y para facilitar el trabajo de sus cordiales anfitriones, amigos, familiares y chicharrones, me complace informar que en materia de "presente o donación", el General agradece que le obsequien artículos con valor de uso. Detesta las nimiedades, le empalagan las medallas y, aunque adora los honores, le hartan las simplezas y los homenajes simplones.
Raúl es un ser humano que honra la comodidad, es un iconoclasta y, para dormir, prefiere que le regalen cremas corporales de fragancia Amber, sábanas Frette y Pratesi, pijamas de algodón, y ropa interior marca Haro que se envía de Suiza a Madrid para bordarla con sus iniciales R. C. Y justo, para que parezca y no es, por la coincidencia de iniciales usa Roberto Cavalli.
Pero el principal dilema para el actual Presidente de Cuba, no está en los Estados Unidos, ni en la excelente publicidad que para él implica este viaje, ni en recibir regalos que puedan estimular sus sueños de faraón. El reto más importante que enfrenta hoy Raúl Castro lo está esperando en La Habana, donde su incapacidad para acelerar los cambios que pide el país le ha lesionado su propia base política. El desafío del regreso está en el cómo reforzar su autoridad dentro de Cuba sin provocar traumatismos ni quebrantar esas frágiles estructuras que lograron sus reformas; y en aceptar su imparable pérdida de poder, frente al cada día más creciente espíritu libertario de una población que va descubriendo derechos.
No lo puedo asegurar, el escenario es complejo; pero un intento de viraje al centralismo opresivo y un aumento de la represión para mantener el control, aunque ambas darían al traste con un conflicto interior, no tiene nada de improbable.