The Economist: Lo que revela de Cuba su industria turística

Turistas se toman una selfie durante un paseo en un auto clásico en La Habana.

Cuba es uno de los lugares más atractivos del mundo, y el deshielo con EE.UU. ha avivado el interés por visitarla, pero la ineficiente y a veces delirante economía revolucionaria actúa como una retranca para que la isla pueda realizar su potencial, observa la revista británica.

Pocos lugares en el mundo cuentan con tantos atractivos naturales como Cuba: soleada, bañada por cálidas aguas, de gente amable, ron ligero y deliciosa música afro-latina. Sólo que la gobierna una dictadura paralizada en el tiempo, y por eso recibe muchos turistas menos de los que debería, señala la revista The Economist en un reportaje sobre lo que revela acerca de la Mayor de las Antillas su industria turística.

Para algunos vacacionistas, se trata de ver La Habana Vieja antes de que la prosperidad la “eche a perder”, pero para otros la economía revolucionaria es un disuasivo: dice The Economist: “los grandes hoteles, de propiedad mayoritaria del Estado y a menudo administrados por compañías bajo el control de las fuerzas armadas, cobran precios de cinco estrellas por un servicio mediocre; las duchas son poco fiables; el Wi-Fi es atroz; y ascensores y habitaciones están mal conservados”.

Pese a que el número de visitantes estadounidenses ha aumentado desde que Barack Obama restableció las relaciones diplomáticas en 2015 y las aerolíneas norteamericanas comenzaron a volar a la isla, Cuba todavía gana, según la revista, menos de la mitad de los dólares que deriva del turismo la República Dominicana, un vecino tropical comparable en tamaño y menos famoso.

Citando al grupo de análisis Instituto Brookings, The Economist observa que, con mejores políticas, Cuba podría atraer para el 2030 tres veces más turistas (Superó los 4 millones en 2016). Eso generaría 10.000 millones de dólares al año en divisas, el doble de lo que obtiene ahora de sus exportaciones de mercancías, y un aporte muy necesario dado su colosal déficit presupuestario, que alcanzaría este año el 12% del PIB.

Sin embargo, que suceda o no depende , para los autores, de dos embargos: el que impone Estados Unidos y el que el régimen impone a su propio pueblo.

El primero es una molestia: las tarjetas de crédito estadounidenses no funcionan en Cuba, y los "yanquis" no están técnicamente autorizados a visitar la isla como turistas, solo en viajes de intercambio “de pueblo a pueblo”. Por otro lado, la incertidumbre sobre lo que hará Donald Trump con el embargo, sumada a la falta de liquidez de La Habana, frena la inversión extranjera en la creación de nuevas habitaciones.

Las muchas cadenas del emprendedor cubano

Y luego está el otro embargo: las muchas maneras en que el Estado cubano encadena a los emprendedores.

El dueño de un pequeño hostal privado se queja de que un inspector le dijo que tenía que recortar a la mitad su letrero porque era demasiado grande. No puede conseguir buenos muebles y accesorios en Cuba, y no le permiten importarlos porque las importaciones son un monopolio del Estado. Así que tiene que inventar, recurriendo a las reglas que permiten a las familias repatriadas llevar consigo sus efectos personales.

Los cubanos que disponen de algún dinero extra (típicamente los que tienen familiares en Miami o hacen negocios con turistas) se apresuran a renovar habitaciones y alquilarlas. Pero a nadie se le permite tener más de dos propiedades, y los que quieren operar más las inscriben a nombre de sus familiares, asumiendo un preocupante riesgo.

El reportaje describe los impuestos en Cuba como “confiscatorios”. Un volumen de negocios por encima de $ 2.000 al año es gravado con el 50%, y sólo algunos gastos son deducibles. En consecuencia, una cerveza vendida con un margen de beneficio de 100% no deja ninguno. Así casi nadie puede darse el lujo de apegarse a la letra de la ley y ser veraz en su declaración de impuestos.

Estar al margen de la ley, agrega The Economist, es común en el sector privado. Aunque según cifras del gobierno los cuentapropistas han aumentado de 144.000 en 2009 a 535.000 en 2016, todos deben encajar en alguna de las 201 categorías oficialmente autorizadas.

Ninguna ampara a médicos y abogados, quienes cuando ofrecen servicios privados lo hacen de manera tan ilegal como los vendedores ambulantes de langostas o de papas en el mercado negro. Otros operan en una zona gris. Un microempresario dice que tiene licencia de mensajero, pero que quiere repartir a domicilio verduras solicitadas online. "¿Es eso legal?", se pregunta. "No lo sé".

Moneda delirante

El calificativo de la revista para el sistema monetario cubano es "delirante". Un dólar americano equivale a un peso convertible (CUC), que vale 24 pesos moneda nacional (CUP). Pero en las transacciones que involucran al Estado, los dos tipos de peso son a menudo equiparados, de modo que las cuentas públicas no tienen sentido.

Empresas estatales ineficientes parecen ser rentables, cuando no lo son. Las compañías extranjeras pagan a una agencia empleadora, en CUC, por los servicios del personal cubano. Esos trabajadores son remunerados a su vez con la misma cantidad de CUP. Es decir, la agencia y el gobierno se apropian del 95% de sus salarios.

Cubanos consultados por esta revista británica de temas económicos dudan que haya grandes reformas antes de febrero de 2018, cuando Raúl Castro, de 86 años, debería entregar el poder a Miguel Díaz-Canel, su primer vicepresidente. Se dice que el más joven Díaz-Canel favorece un mejor acceso a Internet y un poco más de apertura. Pero el reportaje acota que la clase de reformas económicas que necesita Cuba podría perjudicar a muchos,

Por ejemplo, un abandono repentino de la tasa de cambio artificial haría quebrar al 60-70% de las empresas estatales, destruyendo dos millones de puestos de trabajo, según alerta el economista oficialista Juan Triana. Políticamente, eso es casi imposible. Sin embargo, sin precios realistas, Cuba no será capaz de asignar recursos de manera eficiente.

Y a menos que el país reduzca los obstáculos a la inversión privada en hoteles, servicios y cadenas de suministros, le va a costar mucho trabajo poder proporcionar a los turistas la relación calidad-precio que garantice una alta tasa de retorno, ya que, a diferencia de los cubanos ─concluye diciendo The Economist─ ellos sí disponen de alternativas.