Las máquinas que producen algodón de azúcar, el tiovivo, las bicicletas que dan vueltas y hasta los alimentos que allí se venden corren sin la intervención del Estado.
Un barco volador hecho a mandarriazos con trozos de metal hace las delicias de los niños en cualquier pueblo de Cuba. El parque de diversiones “24 de Febrero”, en Guantánamo es un ejemplo de los servicios privados que comienzan a llenar los espacios dejados al pairo por el Estado.
Las máquinas de hacer algodón de azúcar, el tiovivo, las bicicletas y todo cuanto allí se vende corre sin la intervención del gobierno.
Como verdaderos trashumantes, vendedores de baratijas, meriendas, payasos, magos, comediantes, adivinos, dueños de bicicletas de diversos tipos, carruajes tirados por chivos, o quienes rentan películas y video juegos, se esparcen por toda Cuba ofreciendo estas opciones que no se encuentran establecimientos estatales.
Los héroes que muchos esperan
Para establecerse en un pueblo donde se estén efectuando las fiestas populares o carnavales, como más se le conoce en Cuba, solo necesitan de un documento que las autoridades tramitan con inusitada rapidez y enseguida montan un puesto en la acera para revender artículos comprados en las tiendas en divisa, prendas confeccionadas por costureras o bisutería.
Niover García Fournier ha visto como los cuentapropistas llevan todo el peso en estas tareas, “para la gente son héroes, porque van de provincia en provincia y eso es difícil. La población debe agradecerle a ellos, por la inventiva y por suplir las necesidades que el Estado no ha suplido”, opina.
“La mayoría de las ofertas, y las mejores, las ponen los particulares. Hacen caramelos, bombones artesanales. Hace un par de días que terminaron las fiestas en Guantánamo y ellos van de carnaval en carnaval. Es una labor heroica pues ellos a veces se pasan varios meses sin regresar a su casa. Aquí el Estado tiene muy poca participación”, concluye.
Para Félix Rivero Cordoví, residente en Bayamo, Granma, “el cuentapropista es quien ha solucionado la diversión en los últimos años. Gracias a los particulares, que vienen con esos aparatos, que no tienen mucha seguridad, pero gracias a esos aparatos los niños pueden divertirse un rato”, afirma.
El traslado de los pesados equipos lo llevan a cabo también transportistas privados y aunque algunas empresas estatales alquilan sus camiones, la mayoría de las veces los mismos cuentapropistas hacen el traslado de una provincia a otra.
Ropas manufacturadas o compradas y vueltas a revender es una de las variantes de los últimos años. “Esto era una tienda ambulante –afirma Rivero- y ni con el discurso del presidente se pudo detener esto”, declara y agrega que “los trámites para los permisos de venta cuestan entre 250 y 400 pesos en moneda nacional, más lo que hay que pagar ‘por fuera’ para que dejen vender por ejemplo las ropas que no son artesanales. El soborno es muy grande, hay que sobornar a todo el mundo”.
Aunque a veces las opciones varían entre una provincia y otra la generalidad es que los revendedores, quienes están a cargo de las rústicas diversiones, cocineros y adivinos lleven las mismas ofertas a lo largo y ancho de la isla.
Las máquinas de hacer algodón de azúcar, el tiovivo, las bicicletas y todo cuanto allí se vende corre sin la intervención del gobierno.
Los héroes que muchos esperan
Para establecerse en un pueblo donde se estén efectuando las fiestas populares o carnavales, como más se le conoce en Cuba, solo necesitan de un documento que las autoridades tramitan con inusitada rapidez y enseguida montan un puesto en la acera para revender artículos comprados en las tiendas en divisa, prendas confeccionadas por costureras o bisutería.
“La mayoría de las ofertas, y las mejores, las ponen los particulares. Hacen caramelos, bombones artesanales. Hace un par de días que terminaron las fiestas en Guantánamo y ellos van de carnaval en carnaval. Es una labor heroica pues ellos a veces se pasan varios meses sin regresar a su casa. Aquí el Estado tiene muy poca participación”, concluye.
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Para Félix Rivero Cordoví, residente en Bayamo, Granma, “el cuentapropista es quien ha solucionado la diversión en los últimos años. Gracias a los particulares, que vienen con esos aparatos, que no tienen mucha seguridad, pero gracias a esos aparatos los niños pueden divertirse un rato”, afirma.
Ropas manufacturadas o compradas y vueltas a revender es una de las variantes de los últimos años. “Esto era una tienda ambulante –afirma Rivero- y ni con el discurso del presidente se pudo detener esto”, declara y agrega que “los trámites para los permisos de venta cuestan entre 250 y 400 pesos en moneda nacional, más lo que hay que pagar ‘por fuera’ para que dejen vender por ejemplo las ropas que no son artesanales. El soborno es muy grande, hay que sobornar a todo el mundo”.
Aunque a veces las opciones varían entre una provincia y otra la generalidad es que los revendedores, quienes están a cargo de las rústicas diversiones, cocineros y adivinos lleven las mismas ofertas a lo largo y ancho de la isla.
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