"Tu miedo no me importa"

Amelia Calzadilla. (Captura de video/Facebook)

Esta frase la escuche en una filmación proveniente de Cuba. Una voz de mujer que sintetizaba el sentir de otras muchas, todas, hartas de un coctel que dura 63 años, en el que solo se mezclan represión y miseria. Expresión que refleja, a mi modesto entender, la probabilidad de jornadas muy cruentas y dolorosas que deben conducir a una Patria nueva, donde no haya verdugos ni victimarios.

Esa fue una de las voces que escuche en las redes esta semana. Un comentario que solo se produce en una sociedad atemorizada como la cubana, donde prima el terror, las personas se autocensuran y procuran que sus seres queridos no rompan el círculo del miedo por los perjuicios que puedan acarrearles.

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Otro testimonio desgarrador que tuve la oportunidad de ver fue el de una madre de tres niños que denuncia la precaria situación que enfrenta junto a su familia. Una contundente e irrefutable evidencia del fracaso del totalitarismo castrista, además, de mostrar el sacrificio inútil de amplios segmentos de varias generaciones de cubanos de trabajar a favor de un proyecto que ha devastado la Isla y muchos de los valores de su ciudadanía.

El castrismo en cualquiera de sus derivados, venezolano, nicaragüense, boliviano y un eventual colombiano si Gustavo Petro llega al gobierno, solo conduce al fracaso y a la frustración. Es una propuesta ineficiente en todas sus expresiones, a excepción de su innegable habilidad para imponer un estricto control social basado en la represión y la desinformación.

La juventud debería considerar con mucha ponderación las propuestas políticas milagrosas. Cierto que en la política se aprecian manejos muy malos que deben ser erradicados, pero no deben ser motivo para creer ciegamente en un iluminado que solo asegura que lo cambiará todo para construir un futuro luminoso. Hay que instruirse, conocer el pasado y aprender que “mis derechos terminan donde empiezan los de los otros”.

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El ejemplo de Cuba, Venezuela y Nicaragua deberían servir de modelo a las nuevas generaciones que esperan “conquistar el cielo” sin entender que una vida confortable dentro de la justicia solo se alcanza con trabajo. Lo demás está por verse.

Los cubanos, en una notable mayoría, abrazaron a su Mesías y repudiaron lo que lo negara. En aquella barahúnda de histeria desenfrenada, como la calificara el historiador y periodista Enrique Encinosa, representantes de todas las generaciones cerraron los ojos y se prestaron a cazar a quienes disintieran. Fueron ellos los que ayudaron a destruir el país; conduciendo a las generaciones emergentes al grado de desesperación que muestra esta madre cuando acusa al gobierno, consciente de las represalias que puede padecer, de inepto, corrupto y complaciente con todo lo mal hecho.

Cierto que ha sido el liderazgo castrista y todos sus funcionarios, incluidos policías y militares, los que han sostenido al régimen de oprobio por más de seis décadas, pero también han contribuido a su sostenimiento, y a la formación de las colonias de Venezuela y Nicaragua, quienes hayan prestado sus habilidades y talentos a divulgar y convencer a la denominada mayoría silenciosa de lo justa y provechosa de la obra totalitaria.

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Un régimen totalitario no permite feudos, solo están relativamente libres de sus mandatos quienes se les oponen. Sin embargo, el resto de la ciudadanía debe conducirse como disponen las autoridades, lo que motiva un nivel de complicidad muy alto, y una comprensión del miedo que trasciende la individualidad de la persona. Un síndrome de indefensión que transforma al ciudadano en una jauría sin voluntad, pero que llega a un momento de ruptura, como ocurrió con esta madre, que pide que la detengan, y exhorta al resto de las madres de la Isla a unirse, para reclamar, de una vez por todas, respeto a sus derechos y una vida digna.

Esta angustiada madre le dice mentiroso al régimen cuando desnuda una de sus falsedades fundamentales, al proclamar que los “bienes son del pueblo”. Todos escuchamos y leíamos, repetido hasta el cansancio, “esto es del pueblo”, y hay que tener coraje para desmentirlo, como ha hecho esta señora, que está padeciendo numerosas represalias y abuso de las autoridades.

Solo resta confiar que se sumen más madres, la ciudadanía a su reclamo para alcanzar un país, “con todos y para el bien de todos”.