La palabra fascista o ultraderecha aparecen en cada esquina del discurso de Maduro.Sus estrategas le han recomendado repetir esa palabra como si se tratara de un mantra que le mantendrá alejado de cualquier peligro y que le ayudará en todos sus propósitos.
Hay un grupo de palabras que con una desacostumbrada insistencia está repitiendo por estos días Nicolás Maduro y todo su entorno. Se trata de los duros términos de fascista, extramederecha y ultraderecha. Según la versión chavista hay una conspiración internacional, impulsada por Estados Unidos, para hacer caer a Maduro, una situación que ya comparan con el golpe de Estado que acabó con Salvador Allende en Chile. En esta operación, parecer ser, está participando lo peor de cada casa. Si se escucha cualquier intervención del presidente venezolano en la televisión estatal los improperios hacia la oposición no cesan y la palabra fascista o ultraderecha aparecen en cada esquina del discurso. Sus estrategas le han recomendado repetir esa palabra como si se tratara de un mantra que le mantendrá alejado de cualquier peligro y que le ayudará en todos sus propósitos. La carga negativa de la palabra fascista es suficiente para crear un consistente muro de contención para frenar el apoyo a unas protestas que siguen vivas en todo el país.
A pesar de convocar a una conferencia nacional de paz, de pobres resultados, el discurso de Maduro sigue enmarcado en unos parámetros de violencia verbal que más que pacificación representan el abono perfecto para la confrontación enconada, la polarización extrema y la deslegitimación de cualquier crítica. Además, el discurso oficial está atrapado en una contradicción que es la misma en la que se encuentra enlodada Cuba desde hace más de medio siglo: pues parece difícil conjugar la palabra democracia, respeto, humanismo y al mismo tiempo sostener una estrategia de derribo y aniquilación de la oposición, básicamente porque en ese caso sí se cae de forma irremediable en el fascismo que tanto preocupa al propio Maduro. El presidente venezolano debería hacer un ejercicio de auto-observación y darse cuenta de que el camino de la paz no es precisamente el que proyecta en sus alocuciones públicas.
El hecho de deslegitimar también de forma insistente las peticiones de los estudiantes, que se basan en demandas sociales sobre todo, como es la necesidad de poner freno a la inseguridad o a toma de medidas para acabar con la creciente inflación, representa un punto que puede redundar en el malestar de un colectivo que se ve denigrado desde instancias oficiales. Un presidente lo es de todos los ciudadanos del país, incluso de aquellos que se le oponen. El problema es que una parte del pueblo se siente sin representación ante las instituciones y es por ello que esta semana un líder estudiantil de Voluntad Popular sentenció que “ya no somos oposición, somos resistencia”. Porque el contrapeso de la oposición es necesario y su contraposición debe estar protegida como una garantía democrática.
El proceso político que el chavismo parece estar dispuesto a seguir en Venezuela, siguiendo los pasos de la Revolución cubana, violenta algunos principios y los cambios en el país requieren probablemente un consenso mucho más amplio que el arrojado por los resultados de las últimas elecciones en el país. Los descontentos con la Revolución bolivariana solo podrán ser subyugados aplicando más represión y probablemente, dejando a esos descontentos huérfanos de representación política se puede desembocar en mucha más crispación que cristalizará en más violencia.
Decir que todos los opositores son fascistas y que los líderes de la oposición son los ricos que quieren recuperar sus privilegios es una interesada reducción de los problemas que vive Venezuela y una injusta respuesta para todas aquellas personas que de forma legítima reclaman cambios para su país.
A pesar de convocar a una conferencia nacional de paz, de pobres resultados, el discurso de Maduro sigue enmarcado en unos parámetros de violencia verbal que más que pacificación representan el abono perfecto para la confrontación enconada, la polarización extrema y la deslegitimación de cualquier crítica. Además, el discurso oficial está atrapado en una contradicción que es la misma en la que se encuentra enlodada Cuba desde hace más de medio siglo: pues parece difícil conjugar la palabra democracia, respeto, humanismo y al mismo tiempo sostener una estrategia de derribo y aniquilación de la oposición, básicamente porque en ese caso sí se cae de forma irremediable en el fascismo que tanto preocupa al propio Maduro. El presidente venezolano debería hacer un ejercicio de auto-observación y darse cuenta de que el camino de la paz no es precisamente el que proyecta en sus alocuciones públicas.
El hecho de deslegitimar también de forma insistente las peticiones de los estudiantes, que se basan en demandas sociales sobre todo, como es la necesidad de poner freno a la inseguridad o a toma de medidas para acabar con la creciente inflación, representa un punto que puede redundar en el malestar de un colectivo que se ve denigrado desde instancias oficiales. Un presidente lo es de todos los ciudadanos del país, incluso de aquellos que se le oponen. El problema es que una parte del pueblo se siente sin representación ante las instituciones y es por ello que esta semana un líder estudiantil de Voluntad Popular sentenció que “ya no somos oposición, somos resistencia”. Porque el contrapeso de la oposición es necesario y su contraposición debe estar protegida como una garantía democrática.
El proceso político que el chavismo parece estar dispuesto a seguir en Venezuela, siguiendo los pasos de la Revolución cubana, violenta algunos principios y los cambios en el país requieren probablemente un consenso mucho más amplio que el arrojado por los resultados de las últimas elecciones en el país. Los descontentos con la Revolución bolivariana solo podrán ser subyugados aplicando más represión y probablemente, dejando a esos descontentos huérfanos de representación política se puede desembocar en mucha más crispación que cristalizará en más violencia.
Decir que todos los opositores son fascistas y que los líderes de la oposición son los ricos que quieren recuperar sus privilegios es una interesada reducción de los problemas que vive Venezuela y una injusta respuesta para todas aquellas personas que de forma legítima reclaman cambios para su país.