Zoé Valdés no rehuye la polémica y asume lo políticamente incorrecto como una premisa en tanto intelectual.
Zoé Valdés es escritora y habanera, como a ella le gusta definirse, exiliada en París desde mediados de la década del 90. La verdad es que ella no necesita presentación pero, digamos, por pura formalidad, que estudió en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona de Cuba, hasta el cuarto año, y que en 2003 ganó el Premio Fernando Lara de novela con Lobas de Mar y que en 2004 se alzó con el Premio de novela Ciudad de Torrevieja con La eternidad del instante, dos de los más prestigiosos y mejor remunerados entre los galardones de las letras iberoamericanas. Además de una larga lista de otros premios, distinciones y reconocimientos por una obra que abarca poesía, ensayo, narrativa y cine. Personalidad apasionada, herética, erótica, crítica y frontal. No rehuye la polémica y asume lo políticamente incorrecto como una premisa en tanto intelectual. Esta es Zoé Valdés, estas fueron sus respuestas a MartíNoticias.Com.
MN. La nada cotidiana es la novela que la lanza a la fama y el reconocimiento internacional, fama y reconocimiento que, rara avis, hacen justicia al valor literario. Gusana, Patria, Traidor y Yocandra, sobre todo Yocandra, son personajes arquetípicos dentro de las generaciones de los hombres y mujeres nacidos y criados a partir de los finales de la década del cincuenta en Cuba. ¿Cómo se relaciona al presente Zoé Valdés con esa obra? La nada cotidiana resulta un arco tensado en una cuerda entre el dolor y el placer. ¿Cómo logró tensar, trenzar esos opuestos y disparar la flecha en el blanco?
ZV. Sí, es cierto, antes de La nada cotidiana había escrito esa otra novela Sangre azul, que también se publicó en Francia, incluso anterior a que se editara en Cuba. Yo no esperaba demasiado de La nada cotidiana, más bien poco, por esas mismas razones que esgrimes, en relación a los personajes arquetípicos, y porque además es una novela catarsis, no es para nada cartesiana. No es una novela sobre un período ínfimo y preciso de la historia de Cuba como se ha dicho para deslucirla, que han dicho de que se trata de una novela sobre el período especial; no, es una novela que empieza con un flash back, y de inmediato retoma con el año 1959, y sigue hasta el año 1995. Me gusta mucho la numerología, aprecio el sentido literario de la numerología en la vida: 1959-1995. La nada cotidiana es una novela catarsis, y sí, es un arco tensado entre el dolor y el deseo, o el placer, como apuntas, pero para mí es más importante el deseo. Precisamente estoy escribiendo la novela final que sellará la serie de seis novelas sobre mujeres cubanas: La nada cotidiana, La hija del embajador, Te di la vida entera, Café Nostalgia, Querido primer novio, y ésta del cierre, que todavía no daré el título, pero que es la novela con la que redondeó el círculo. No sé si lo volveré a abrir alguna vez, porque es una espiral demasiado caótica. Y en el camino del exilio intenté recobrar un orden. Estoy muy conectada con La nada cotidiana, nunca lo dejé de estar, lo que sucedió es que exploré otros temas, otros mundos, reorganicé mis lecturas, puse cosmos en mi caos, y he regresado al tema, más serena. Siempre intento escribir una novela como si tejiera un tapiz antiguo, eso se me ocurrió hace años, mientras observaba los tapices de La Dama con Unicornio, en el Museo Cluny. Me dije: algún día me gustaría escribir una novela como mismo están entretejidos esos tapices —de hecho en Café Nostalgia la referencia por capítulos es a esos tapices—, que cada hojita hilvanara con otra hojita, y que los hilos nos contaran su recorrido laberíntico. Me gustan los libros donde uno empieza perdiéndose entre el tejido de la escritura y se reencuentra entre las piernas del amante, lo mismo doblada dentro de su pañuelo, o en la palma de su mano, o encima de su espalda. Concibo la escritura como un acto lúdico y sensual, no es una pose, intento siempre homenajear al surrealismo. Y fíjate, volviendo a los tapices de la Dama con Unicornio, son seis, y mientras te escribo advierto que la serie lleva el número seis.
MN. “¿Quién fue esa primera y constante relación de Dánae? No hay sorpresas, fue Tierra Fortuna Munda. Por quien años más tarde ella dejará a su esposo y a sus hijas para recobrar su verdadera dimensión humana”. ¿Es su novela Querido primer novio un canto al amor lésbico, tierno e inquietante a la vez, o un canto a la madre tierra, al regreso seminal desde la urbanidad catastrófica que resulta La Habana bajo el castrismo tal un ciclón que aún no cesa? Tierra Fortuna Munda tiene unas reminiscencias de nigromancia, de culto a la kiyumba, nombre de semidiosa o capitana de caldero en prenda de Palo Monte ¿Es usted una iniciada en alguna de las ramas de las religiones afrocubanas, eso que el sabio Fernando Ortiz denominó sincretismo, y que pudiera no ser más que una de las disímiles vertientes de la gran corriente gnóstica occidental concretándose, manifestándose en el Caribe?
ZV. La primera y constante relación de Dánae fue una niña, igual que ella, una adolescente. Mi novela Querido primer novio es un canto al amor lésbico, tierno, inquietante, como apuntas, y también un canto a la madre tierra. Yo deseaba hacerle un homenaje al campo cubano, a los taínos, y a la kiyumba. Soy una iniciada, mi abuela era santera, y por mi padrino estuve muy relacionada con el Palo Monte, viví esa relación maravillosa entre los cultos afrochinocubanos (africano, chino y cubano) y la poesía que se desgaja de ellos. Nunca viví nada de eso con terror, lo asumí como algo natural. Pero lo asumo más como literatura, como lo hizo Lydia Cabrera, que como concepto exclusivamente religioso. A mi juicio la mayor narradora cubana se llama Lydia Cabrera. Querido primer novio es un homenaje a la obra de esta gran mujer, gran antropóloga e intelectual. A mí me interesan mucho los cultos de la tierra, la Diosa Blanca, la fertilidad, creo que esa relación fantástica, en el sentido mismo de la palabra, entre la tierra, el río, el mar, constituye el origen de nuestra riqueza artística, cultural, y que aún estamos muy absorbidos por la ciudad, por el asfalto. Yo soy muy de asfalto, sumamente urbana, pero mi cuerpo necesita de un buen revolcón en la tierra para poder escribir, en el sentido metafórico y en el literal.
MN. Hábleme del libro La ficción Fidel, de cómo lo concibió y de las dificultades que le ha acarreado publicar ese texto, ¿por qué cree que ha molestado tanto?
ZV. La ficción Fidel es un libro que ha venido escribiéndose desde hace años, porque no sólo en él reuní un conjunto de artículos que fui publicando aquí y allá, en el periódico El Mundo, en El Nuevo Herald, entre otros medios de prensa. También hay conferencias, o sencillamente existía el germen de otro libro muy personal, ficción pura, cuyo propósito era contar los sueños que los escritores cubanos han tenido con Castro, o sea, perdón, más bien las pesadillas. Y de este modo decidí reunirlo todo, pesadillas, artículos, conferencias, y principalmente, cotejar la historia tal como la he vivido, contada a mi manera. No me interesa la historia como no sea para escribir ficción. Lo explico en el prólogo. Yo fui un testigo bastante huidizo. Yo huía de la peste, en todos los sentidos, pienso que eso me libró de comprometerme con la basura. Mi modelo es Camus, Albert Camus, no Sartre. Las dificultades de este libro no han sido numerosas, pero sí profundas. Todas tienen que ver con la visión de algunos sobre mi supuesta intención de desprestigiar a una figura que para ellos supone el nec plus ultra de lo grandioso.
Yo no creo en sacralizaciones, mucho menos en el culto a la personalidad. Siempre he sido más bien sacrílega, hereje. Y te confieso que serlo, en contra de un dictador que ha durado cincuenta años en el poder oprimiendo a nuestro país, ha sido de un placer telúrico. Nunca me sentí mejor que cuando tecleaba afiebradamente ese libro en mi cabeza. Lo que importaba en aquel momento era narrar literariamente, y no pasar cuentas de manera científica, y en toda regla de pulcritud. La literatura es subversiva o no lo es. Tú lo sabes, la practicas con tu obra. Escribiste un texto maravilloso sobre mi amigo Fernando Arrabal. Un día, jugando con Arrabal, porque con él siempre se juega, no se habla, se juega, me comentó que uno de los momentos más orgiástico de su vida fue cuando escribió su Carta abierta a Fidel Castro, antes le había dirigido una al General Franco. Es cierto, hay una especie de orgía entre los sentidos, entre lo prohibido y lo oculto, entre lo que se puede y lo permitido, en el momento en que escribes en contra del odio, de la muerte, en contra de los dictadores, y más cuando ese dictador es de izquierdas, innovación a la cubana. O sea que las dificultades vinieron después de publicado el libro, en cuanto supe que esas dificultades empezaban me alegré, porque me dije, no pasará inadvertido, les molestará. Una vez más conseguí hincar con la palabra ahí donde les duele. Se supone que es nuestro cometido, ¿no?
MN. He leído que trabaja en una novela sobre la vida del ex gobernante y general cubano, Fulgencio Batista y Záldivar. ¿Cómo marcha ese trabajo? ¿Qué la motivó a escribir acerca de Batista? Alguna vez le oí decir que escribiría una novela basada en la vida del prócer independentista Carlos Manuel de Céspedes. ¿Abandonó ese proyecto o simplemente lo demora? ¿Qué tal una novela sobre José Julián Martí Pérez?
ZV. Trabajo en tres novelas, la sexta de la serie de mujeres cubanas, de la que te hablé en mi primera respuesta a esta entrevista. También trabajo en la de Fulgencio Batista y Zaldívar, y en una tercera que constituye la segunda de una trilogía en la que ya involucré a Remedios Varo, en La cazadora de astros. Esta segunda será sobre otra mujer del surrealismo. Y la tercera sobre una cubana del surrealismo. Pero esa cuarta está sólo en el pensamiento. Escribo mucho porque tengo miedo de quedarme muenga de una mano, o paralítica, o perder la memoria, que ya me sucedió en una ocasión, y porque tengo ganas de hacerlo. No se puede escribir sin ganas. Es algo muy relacionado con el sexo, sin ganas no se puede, sin amor cuesta trabajo. Mis modelos son muchas y muchos. Pero siento una fragilidad muy grande cuando pienso en Jean Rhys, tengo mucho en común con ella, o tal vez viva en un momento donde deseo aferrarme a ella, a su obra. Tuve un tiempo en el que viví muy agarrada a Baudelaire, otro a Proust, otro a Yourcenar, a Anaïs Nin, otro correspondía más bien a François Rabelais, o a Gustav Flaubert. De todos soy deudora. De Fernando Pessoa, de Octavio Paz, de Sándor Márai...
De Fulgencio Batista sencillamente me motivó su infancia. Stefan Zweig, que es otro de mis idolatrados, trató como nadie la infancia en las biografías que escribió. Y luego, me hechizaron en ese orden: la transformación del personaje, sus años brillantes, los menos, hasta el final. Pero no se trata de una biografía, es una novela pura, donde la dificultad que enfrento es que casi todo está dicho, escrito, incluso por él mismo, y lo peor: todo el mundo posee una opinión sobre el personaje, y con frecuencia, errada.
Carlos Manuel de Céspedes, pues, mira, trabajé en sus dos diarios de campaña, los dos últimos, hasta su muerte. Es una figura fascinante. Pero en cuanto a la novela, aparté la idea, de todos modos, Raúl Chao ya escribió una novela insólita, magnífica, sobre Céspedes, se titula Contramaestre, y se puede encontrar en la librería Universal.
En la novela que estoy escribiendo, casi terminada, hay una aparición muy teatral de José Martí, no sé si los lectores la apreciarán, porque como aparición es sumamente atrevida. De Martí siempre me gustó esa manera tan ardua, apasionada, y urgente que tenía de escribir. Y su poesía amorosa, erótica, y aquel poema homosexual de Martí, titulado Alfredo, que han querido tanto esconder. Yo soy muy martiana, me considero una mujer de Martí, tal como las describió Gonzalo de Quesada y Miranda, en Mujeres de Martí. Entre la elocuencia y el delirio, que se pueden expresar de disímiles maneras.
MN. ¿Cómo es su vida en París? ¿Cómo es la relación con su hija Luna? ¿Quién se ocupa en el hogar de los tediosos menesteres de llevar las cuentas, o cambiar un bombillo que se fundió, Zoé Valdés o su esposo Ricardo Vega?
ZV. Mi vida es muy sencilla en París, la mayor parte del tiempo trabajo, hago periodismo, imparto cursos, ahora formaré parte de un proyecto cultural que me interesa mucho. Luna y yo somos madre e hija, e intento ser amiga, creo que lo conseguimos. Pero vigilo el más mínimo detalle de ella, la escuela, las salidas, soy una madre cubana, ya sabes. No tan impertinente, tampoco tan permisiva. Los tediosos asuntos de las cuentas, bueno, tenemos un contable. Pero de los papeles se ocupa Ricardo, y de cambiar los bombillos los dos. Yo con más frecuencia, porque soy muy ferretera, y estoy en el detalle de la lámpara que se fundió, etc. Yo de niña siempre andaba en una chivichana, o con una carriola de madera, o me tiraba de las lomas de la Habana Vieja sentada en un patín. Siempre fui muy marimacha, de grande me gusta mecaniquear, pero no he sido dotada lo suficiente, y la mayoría de las veces provoco accidentes nefastos.
MN. La nada cotidiana es la novela que la lanza a la fama y el reconocimiento internacional, fama y reconocimiento que, rara avis, hacen justicia al valor literario. Gusana, Patria, Traidor y Yocandra, sobre todo Yocandra, son personajes arquetípicos dentro de las generaciones de los hombres y mujeres nacidos y criados a partir de los finales de la década del cincuenta en Cuba. ¿Cómo se relaciona al presente Zoé Valdés con esa obra? La nada cotidiana resulta un arco tensado en una cuerda entre el dolor y el placer. ¿Cómo logró tensar, trenzar esos opuestos y disparar la flecha en el blanco?
ZV. Sí, es cierto, antes de La nada cotidiana había escrito esa otra novela Sangre azul, que también se publicó en Francia, incluso anterior a que se editara en Cuba. Yo no esperaba demasiado de La nada cotidiana, más bien poco, por esas mismas razones que esgrimes, en relación a los personajes arquetípicos, y porque además es una novela catarsis, no es para nada cartesiana. No es una novela sobre un período ínfimo y preciso de la historia de Cuba como se ha dicho para deslucirla, que han dicho de que se trata de una novela sobre el período especial; no, es una novela que empieza con un flash back, y de inmediato retoma con el año 1959, y sigue hasta el año 1995. Me gusta mucho la numerología, aprecio el sentido literario de la numerología en la vida: 1959-1995. La nada cotidiana es una novela catarsis, y sí, es un arco tensado entre el dolor y el deseo, o el placer, como apuntas, pero para mí es más importante el deseo. Precisamente estoy escribiendo la novela final que sellará la serie de seis novelas sobre mujeres cubanas: La nada cotidiana, La hija del embajador, Te di la vida entera, Café Nostalgia, Querido primer novio, y ésta del cierre, que todavía no daré el título, pero que es la novela con la que redondeó el círculo. No sé si lo volveré a abrir alguna vez, porque es una espiral demasiado caótica. Y en el camino del exilio intenté recobrar un orden. Estoy muy conectada con La nada cotidiana, nunca lo dejé de estar, lo que sucedió es que exploré otros temas, otros mundos, reorganicé mis lecturas, puse cosmos en mi caos, y he regresado al tema, más serena. Siempre intento escribir una novela como si tejiera un tapiz antiguo, eso se me ocurrió hace años, mientras observaba los tapices de La Dama con Unicornio, en el Museo Cluny. Me dije: algún día me gustaría escribir una novela como mismo están entretejidos esos tapices —de hecho en Café Nostalgia la referencia por capítulos es a esos tapices—, que cada hojita hilvanara con otra hojita, y que los hilos nos contaran su recorrido laberíntico. Me gustan los libros donde uno empieza perdiéndose entre el tejido de la escritura y se reencuentra entre las piernas del amante, lo mismo doblada dentro de su pañuelo, o en la palma de su mano, o encima de su espalda. Concibo la escritura como un acto lúdico y sensual, no es una pose, intento siempre homenajear al surrealismo. Y fíjate, volviendo a los tapices de la Dama con Unicornio, son seis, y mientras te escribo advierto que la serie lleva el número seis.
MN. “¿Quién fue esa primera y constante relación de Dánae? No hay sorpresas, fue Tierra Fortuna Munda. Por quien años más tarde ella dejará a su esposo y a sus hijas para recobrar su verdadera dimensión humana”. ¿Es su novela Querido primer novio un canto al amor lésbico, tierno e inquietante a la vez, o un canto a la madre tierra, al regreso seminal desde la urbanidad catastrófica que resulta La Habana bajo el castrismo tal un ciclón que aún no cesa? Tierra Fortuna Munda tiene unas reminiscencias de nigromancia, de culto a la kiyumba, nombre de semidiosa o capitana de caldero en prenda de Palo Monte ¿Es usted una iniciada en alguna de las ramas de las religiones afrocubanas, eso que el sabio Fernando Ortiz denominó sincretismo, y que pudiera no ser más que una de las disímiles vertientes de la gran corriente gnóstica occidental concretándose, manifestándose en el Caribe?
ZV. La primera y constante relación de Dánae fue una niña, igual que ella, una adolescente. Mi novela Querido primer novio es un canto al amor lésbico, tierno, inquietante, como apuntas, y también un canto a la madre tierra. Yo deseaba hacerle un homenaje al campo cubano, a los taínos, y a la kiyumba. Soy una iniciada, mi abuela era santera, y por mi padrino estuve muy relacionada con el Palo Monte, viví esa relación maravillosa entre los cultos afrochinocubanos (africano, chino y cubano) y la poesía que se desgaja de ellos. Nunca viví nada de eso con terror, lo asumí como algo natural. Pero lo asumo más como literatura, como lo hizo Lydia Cabrera, que como concepto exclusivamente religioso. A mi juicio la mayor narradora cubana se llama Lydia Cabrera. Querido primer novio es un homenaje a la obra de esta gran mujer, gran antropóloga e intelectual. A mí me interesan mucho los cultos de la tierra, la Diosa Blanca, la fertilidad, creo que esa relación fantástica, en el sentido mismo de la palabra, entre la tierra, el río, el mar, constituye el origen de nuestra riqueza artística, cultural, y que aún estamos muy absorbidos por la ciudad, por el asfalto. Yo soy muy de asfalto, sumamente urbana, pero mi cuerpo necesita de un buen revolcón en la tierra para poder escribir, en el sentido metafórico y en el literal.
MN. Hábleme del libro La ficción Fidel, de cómo lo concibió y de las dificultades que le ha acarreado publicar ese texto, ¿por qué cree que ha molestado tanto?
ZV. La ficción Fidel es un libro que ha venido escribiéndose desde hace años, porque no sólo en él reuní un conjunto de artículos que fui publicando aquí y allá, en el periódico El Mundo, en El Nuevo Herald, entre otros medios de prensa. También hay conferencias, o sencillamente existía el germen de otro libro muy personal, ficción pura, cuyo propósito era contar los sueños que los escritores cubanos han tenido con Castro, o sea, perdón, más bien las pesadillas. Y de este modo decidí reunirlo todo, pesadillas, artículos, conferencias, y principalmente, cotejar la historia tal como la he vivido, contada a mi manera. No me interesa la historia como no sea para escribir ficción. Lo explico en el prólogo. Yo fui un testigo bastante huidizo. Yo huía de la peste, en todos los sentidos, pienso que eso me libró de comprometerme con la basura. Mi modelo es Camus, Albert Camus, no Sartre. Las dificultades de este libro no han sido numerosas, pero sí profundas. Todas tienen que ver con la visión de algunos sobre mi supuesta intención de desprestigiar a una figura que para ellos supone el nec plus ultra de lo grandioso.
Yo no creo en sacralizaciones, mucho menos en el culto a la personalidad. Siempre he sido más bien sacrílega, hereje. Y te confieso que serlo, en contra de un dictador que ha durado cincuenta años en el poder oprimiendo a nuestro país, ha sido de un placer telúrico. Nunca me sentí mejor que cuando tecleaba afiebradamente ese libro en mi cabeza. Lo que importaba en aquel momento era narrar literariamente, y no pasar cuentas de manera científica, y en toda regla de pulcritud. La literatura es subversiva o no lo es. Tú lo sabes, la practicas con tu obra. Escribiste un texto maravilloso sobre mi amigo Fernando Arrabal. Un día, jugando con Arrabal, porque con él siempre se juega, no se habla, se juega, me comentó que uno de los momentos más orgiástico de su vida fue cuando escribió su Carta abierta a Fidel Castro, antes le había dirigido una al General Franco. Es cierto, hay una especie de orgía entre los sentidos, entre lo prohibido y lo oculto, entre lo que se puede y lo permitido, en el momento en que escribes en contra del odio, de la muerte, en contra de los dictadores, y más cuando ese dictador es de izquierdas, innovación a la cubana. O sea que las dificultades vinieron después de publicado el libro, en cuanto supe que esas dificultades empezaban me alegré, porque me dije, no pasará inadvertido, les molestará. Una vez más conseguí hincar con la palabra ahí donde les duele. Se supone que es nuestro cometido, ¿no?
MN. He leído que trabaja en una novela sobre la vida del ex gobernante y general cubano, Fulgencio Batista y Záldivar. ¿Cómo marcha ese trabajo? ¿Qué la motivó a escribir acerca de Batista? Alguna vez le oí decir que escribiría una novela basada en la vida del prócer independentista Carlos Manuel de Céspedes. ¿Abandonó ese proyecto o simplemente lo demora? ¿Qué tal una novela sobre José Julián Martí Pérez?
ZV. Trabajo en tres novelas, la sexta de la serie de mujeres cubanas, de la que te hablé en mi primera respuesta a esta entrevista. También trabajo en la de Fulgencio Batista y Zaldívar, y en una tercera que constituye la segunda de una trilogía en la que ya involucré a Remedios Varo, en La cazadora de astros. Esta segunda será sobre otra mujer del surrealismo. Y la tercera sobre una cubana del surrealismo. Pero esa cuarta está sólo en el pensamiento. Escribo mucho porque tengo miedo de quedarme muenga de una mano, o paralítica, o perder la memoria, que ya me sucedió en una ocasión, y porque tengo ganas de hacerlo. No se puede escribir sin ganas. Es algo muy relacionado con el sexo, sin ganas no se puede, sin amor cuesta trabajo. Mis modelos son muchas y muchos. Pero siento una fragilidad muy grande cuando pienso en Jean Rhys, tengo mucho en común con ella, o tal vez viva en un momento donde deseo aferrarme a ella, a su obra. Tuve un tiempo en el que viví muy agarrada a Baudelaire, otro a Proust, otro a Yourcenar, a Anaïs Nin, otro correspondía más bien a François Rabelais, o a Gustav Flaubert. De todos soy deudora. De Fernando Pessoa, de Octavio Paz, de Sándor Márai...
De Fulgencio Batista sencillamente me motivó su infancia. Stefan Zweig, que es otro de mis idolatrados, trató como nadie la infancia en las biografías que escribió. Y luego, me hechizaron en ese orden: la transformación del personaje, sus años brillantes, los menos, hasta el final. Pero no se trata de una biografía, es una novela pura, donde la dificultad que enfrento es que casi todo está dicho, escrito, incluso por él mismo, y lo peor: todo el mundo posee una opinión sobre el personaje, y con frecuencia, errada.
Carlos Manuel de Céspedes, pues, mira, trabajé en sus dos diarios de campaña, los dos últimos, hasta su muerte. Es una figura fascinante. Pero en cuanto a la novela, aparté la idea, de todos modos, Raúl Chao ya escribió una novela insólita, magnífica, sobre Céspedes, se titula Contramaestre, y se puede encontrar en la librería Universal.
En la novela que estoy escribiendo, casi terminada, hay una aparición muy teatral de José Martí, no sé si los lectores la apreciarán, porque como aparición es sumamente atrevida. De Martí siempre me gustó esa manera tan ardua, apasionada, y urgente que tenía de escribir. Y su poesía amorosa, erótica, y aquel poema homosexual de Martí, titulado Alfredo, que han querido tanto esconder. Yo soy muy martiana, me considero una mujer de Martí, tal como las describió Gonzalo de Quesada y Miranda, en Mujeres de Martí. Entre la elocuencia y el delirio, que se pueden expresar de disímiles maneras.
MN. ¿Cómo es su vida en París? ¿Cómo es la relación con su hija Luna? ¿Quién se ocupa en el hogar de los tediosos menesteres de llevar las cuentas, o cambiar un bombillo que se fundió, Zoé Valdés o su esposo Ricardo Vega?
ZV. Mi vida es muy sencilla en París, la mayor parte del tiempo trabajo, hago periodismo, imparto cursos, ahora formaré parte de un proyecto cultural que me interesa mucho. Luna y yo somos madre e hija, e intento ser amiga, creo que lo conseguimos. Pero vigilo el más mínimo detalle de ella, la escuela, las salidas, soy una madre cubana, ya sabes. No tan impertinente, tampoco tan permisiva. Los tediosos asuntos de las cuentas, bueno, tenemos un contable. Pero de los papeles se ocupa Ricardo, y de cambiar los bombillos los dos. Yo con más frecuencia, porque soy muy ferretera, y estoy en el detalle de la lámpara que se fundió, etc. Yo de niña siempre andaba en una chivichana, o con una carriola de madera, o me tiraba de las lomas de la Habana Vieja sentada en un patín. Siempre fui muy marimacha, de grande me gusta mecaniquear, pero no he sido dotada lo suficiente, y la mayoría de las veces provoco accidentes nefastos.