Cuba: Antes y después de El Arca de Noé II

Una elefanta y varios rinocerontes caminan por la Pradera Africana del Zoológico Nacional de Cuba. De las selvas de Namibia a las abiertas praderas cubanas.

Para los animales trasladados desde el Parque Nacional Etosha, en Namibia, hasta el Zoológico Nacional de La Habana, el problema mayor es la adaptación.
Siguiendo la tradición de los antiguos guerreros romanos, los militares cubanos, después de terminar sus misiones y/o contiendas en territorios extranjeros, regresaban a la patria portando algún trofeo vivo.

Unos optaron por traer hijos adoptados (a quienes luego abandonaron), otros importaron mujeres de físico inusual que, al no soportar ciertos tratos, terminaron regresando a sus orígenes.

Los más estrafalarios se trajeron a modo de recuerdo, chimpancés, guacamayas, tortugas gigantes, suricatas y algo más que simples anécdotas para mostrar y recordar.

Y por mera competencia, el actual emperador cubano se armó un paradisíaco coto de caza escondido entre la agreste belleza de Cayo Saetía; una isla, ubicada al sureste de Holguín entre la bahía de Nipe y el océano Atlántico. Donde puede dispararles a búfalos, toros, antílopes elands, jabalíes, cebras, camellos, avestruces, extravagantes reptiles y otros animales de lejanas latitudes.

Amantes de lo natural (no de la naturaleza), y como Nerón, en eso de darle al pueblo pan y circo, aceptaron una donación de animales africanos que en el año 2011 viajó desde el Parque Nacional Etosha, en Namibia, hasta el Zoológico Nacional de La Habana.

La humanitaria operación se llamó “El Arca de Noé II”, y en su momento despertó cuestionamientos por parte de la Sociedad Nacional para la Prevención de la Crueldad contra los Animales, que emitió declaraciones expresando su preocupación porque estos animales capturados en estado salvaje, tendrían que soportar un vuelo largo y agotador a su nuevo destino, y además no se sabía si alguna organización de bienestar animal había revisado las instalaciones cubanas, sus normas de atención y la inserción a la vida social animal.

La realidad es que los ejemplares importados, como cualquier turista foráneo, cuentan con atención distinguida; los problemas fueron más bien de adaptación.

El chacal de lomo negro sufrió una fuerte depresión al descubrir que la falta de pelambre en su homólogo cubano no es por un típico peinado caribeño, es el resultado de una severa escabiosis. Los ungulados extranjeros sintieron similar reacción al constatar que sus equivalentes isleños no necesitaban pezuñas, los veterinarios se las quitan, y las venden a muy buen precio en el mercado negro, para la confección artesanal de hebillas de pelo.

Dos leones descansan bajo la sombra en el Foso de los Leones. Octubre de 2012, en La Habana

En la cávea de los carnívoros reina la pasividad. Guepardos, hienas manchadas y pardas han visto disminuir considerablemente la cuota de alimentos pero viven convencidos que dicha reducción se debe a la campaña mundial en contra de la obesidad. Debido a la falta de agua se organizó un pequeña sedición en el estanque de los hipopótamos; pero todo se solucionó, después de una larga charla, los artiodáctilos entendieron que Cuba es un país “bloqueado”.


Trauma serio, el de un león que viajó para hacer cría y al ver las leonas cubanas alimentándose de plátano fruta y cabezas de pescado, no hay quien le haga aparearse y tiene pésimo el carácter.

Por lo demás, todo normal. El Zoológico Nacional, ya está listo, esperando el 26.