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National Public Radio: En Cuba, surge un mercado libre del mercado campesino


Carretilleros en Cuba
Carretilleros en Cuba

Los días de las tarimas vacías parecen haber terminado, pero los precios de los alimentos nunca han sido más altos.

En Cuba, surge un mercado libre del mercado campesino

Nick Miroff, NPR
La Habana, 7 de diciembre de 2012


Cuba no tiene escasez de tierras fértiles, pero el país gasta 1,500 millones de dólares al año para importar alrededor del 70 por ciento de sus alimentos.

Ahora, las autoridades parecen estar dispuestas a dar un paso más, al tolerar el surgimiento de lo que se podría describir como el mercado más libre de Cuba.

Este mercado de las afueras de La Habana sólo existe de noche: aparece todos los días después de la puesta del sol en un fangoso terreno baldío. Decenas de deteriorados y asmáticos camiones agrícolas y antiguos tractores Chevy y Ford llegan cargados de cebollas, calabazas, frutabomba y col. Debe ser la mayor congregación de vehículos cincuentenarios de fabricación estadounidense en todo el planeta.

El mercado no tiene ni letreros ni letrinas, lo que refuerza la impresión de que las autoridades cubanas no han aceptado plenamente su permanencia. Las ventas se hacen en efectivo, bajo la tenue luz de linternas y pantallas de teléfonos celulares. Tampoco parece haber policías, que son omnipresentes en otras partes de Cuba.

Mercados mayoristas de productos agrícolas como éste existen, desde luego, en toda América Latina, donde los campesinos pueden conducir hasta la ciudad y vender libremente sus cosechas. Pero en Cuba no ha habido nada parecido en medio siglo.

Armando Manso manejó 400 kilómetros desde su finca en la provincia de Villa Clara, con el sedán Chevy Bel Air 1957 de la familia lleno hasta el tope de ajo. Es la clase de gestiones que en el pasado no eran permitidas por un gobierno que ha dedicado décadas a microadministrar la producción y distribución de alimentos, a menudo con desastrosos resultados.

"En la calle, dondequiera, se me tiraba la policía y me quitaba todo lo que traía”, dice Manso. "Antiguamente cualquier cosa era una locura. Ahora lo que hacemos es legal", agrega.

Al igual que otros agricultores privados aquí, Manso todavía tiene que cumplir con una cuota de producción anual que le obliga a vender cerca de la cuarta parte de su cosecha al gobierno, a precios artificialmente bajos. Pero desde que Raúl Castro, de 81 años, asumió de su hermano la presidencia de Cuba, ha ido revirtiendo gradualmente el sistema de control estatal en la isla.

Castro ha entregado [en usufructo] millones de hectáreas de tierras estatales a agricultores privados y cooperativas, suficientes como para atraer de vuelta al campo a cubanos como Ramón González.

"Ahora con estas facilidades la gente trabaja más porque se sienten más estimulados", afirma González. Vestido con una camisa azul de Best Buy mientras despacha sacos de boniato, cuenta que hace tres años renunció a su plaza de mecánico con el gobierno y se integró a una cooperativa. “Según las ventas que uno tenga es la ganancia que tiene”, remarca.

Los días de las tarimas vacías parecen haber terminado en Cuba, pero los precios de los alimentos aquí nunca han sido más altos. Hasta ahora, el cambio hacia un modelo más orientado al mercado no ha sido popular entre aquellos cubanos que dependen de pensiones del gobierno y sueldos estatales de poco más de 20 dólares mensuales como promedio. Para ellos, el precio de un aguacate o una libra de tomates puede igualar el salario de un día.

Pero mientras Castro se queja de en sus discursos de las costosas importaciones e insta a los cubanos a producir más, su gobierno aún no ha tomado medidas elementales como dejar que los agricultores compren camiones y tractores nuevos.

"Hasta que el país no logre liberar un mercado de equipos y suministros, los problemas van a continuar", apunta el economista de la Universidad de La Habana Juan Triana. Pero ese es sólo un factor, entre muchos.

Los principales clientes en el mercado mayorista nocturno son los vendedores ambulantes [carretilleros] que han inundado las calles de Cuba desde que Castro les autorizó a trabajar legalmente. La mayoría son hombres jóvenes como Alejandro Cruz, quien conduce un triciclo de fabricación casera con una improvisada tarima montada en la parte de atrás. Su trabajo como empresarios independientes les ha destapado las aspiraciones.

"No, no, demasiado control", dice Cruz. "Tenemos que soltarnos, para que haya dinero en la calle y la gente pueda ganarse la vida sin miedo".

Un carretillero que se quejaba de que la policía le decomisa su mercancía lo ve de otra manera. Al preguntarle qué pensaba de las nuevas regulaciones que obligan a los vendedores a limitar el tamaño de sus carretillas y a vestir de uniforme, se lleva la mano al cuello y dice: “Cada vez que sale algo bueno, lo ahogan”.
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