El periodista independiente cubano Boris González Arenas fue detenido al mediodía del miércoles 9 de octubre en la entrada del edificio donde vive en La Habana. En cualquier país donde se respeten los más elementales derechos humanos, semejante “arresto” habría sido visto como una operación de secuestro.
“No tengo idea del motivo de este secuestro, porque no es otra cosa”, escribió en Facebook su esposa, Juliette Isabel Fernández Estrada.
Nunca recibió aviso judicial de ningún tipo. Al llevárselo en un automóvil con insignias de la Policía Nacional, jamás le dijeron por qué lo hacían. No alertaron a ninguno de sus familiares, que solo gracias a testigos presenciales pudieron saber cómo había desaparecido.
Cuando su esposa llamó a la estación de policía donde lo mantenían encerrado para preguntar por él, le aseguraron que no estaba detenido. Radio Televisión Martí también llamó, y nunca respondieron.
A quienes fueron a esa estación policial para interesarse por él igualmente les negaron que estuviera allí. De hecho, al devolverle la libertad de la que nunca debían haberle privado, lo trasladaron a otra unidad para que sus amigos no pudieran darle un abrazo cuando saliera del calabozo.
En diálogo con Radio Televisión Martí, González Arenas revela cómo transcurrieron las horas desde que lo llevaron a la estación policial de San Miguel del Padrón hasta que lo soltaron en la de Regla.
¿Cómo ocurrió todo?
A mí me detienen en la entrada de mi casa, me llevan en un carro de patrulla que no creo que fuera un carro de patrulla, porque era un carro nuevo con aire acondicionado; pero bueno, disfrazado de patrulla, y estoy casi seguro de que los oficiales, que supuestamente eran de la policía, porque estaban uniformados como tales, tampoco creo que fueran oficiales de la policía.
Ha pasado muchas veces; no lo digo especulando, sino porque ha pasado muchas veces. La mayoría de las veces, o siempre diría, un carro de patrulla no tiene el asiento de atrás. Cuando a mí me detienen en un carro de patrulla el asiento de atrás es plástico o es improvisado, y este tenía su forro del asiento nuevo, en perfectas condiciones, y además con aire acondicionado.
No me dejaron, por supuesto, avisarle a mi familia. Me llevaron a la estación de policía de San Miguel del Padrón. Eran tres oficiales de la policía, pero los que [me detuvieron] sí eran dos oficiales de estos de la Seguridad del Estado, muy jóvenes –a lo mejor llegaban a 30 años, pero no lo creo; podría decir que incluso 25 años--, que creo que están fotografiados por ahí, pero yo no los conocía personalmente.
Allí, en la estación de San Miguel del Padrón --a diferencia de otras ocasiones--, inmediatamente me ponen en un calabozo con otros siete reclusos. Éramos ocho en total allí; estuve todo el tiempo en el mismo calabozo.
El día siguiente [jueves 10], a las 2 de la tarde, me llama el jefe, me dice que vaya con él, y entonces ya fuera me están esperando estos de la Seguridad, los dos mismos que me habían detenido el día anterior.
Me entregan mis cosas: me pongo medias, cordones, cinturón, que todo eso me lo habían retirado. Me llevan esposado a la patrulla –esta sí es una patrulla [de la policía], porque tiene un asiento improvisado-- y me llevan a la estación policial de Regla.
Allí me sueltan, porque --deduzco, también sé que les ha pasado a otros-- estaban afuera mis amigos Oscar Casanella, Omara Ruiz Urquiola y Adonis Milán, no querían soltarme allí donde ellos estaban. Entonces lo que hicieron fue llevarme a Regla, y en Regla me tuvieron en una oficinita de esas, supongo que de interrogatorios, y a los 15 minutos entraron y me dijeron: “Bueno, Boris, puede irse”.
¿En algún momento alguien le dijo que su esposa había llamado, que había otras personas preguntando por usted?
No, no: eso no lo dicen nunca. Yo tuve la suerte allí de que, por una casualidad, una oficial me prestó su [celular], y pude llamar a mi esposa y decirle que estaba en San Miguel del Padrón, pero inmediatamente cortaron la comunicación.
Evidentemente, el teléfono de mi esposa estaba vigilado, cuando vieron que era una llamada mía a los 10 segundos la cortaron y después mi esposa llamó de vuelta a ese teléfono y no se escuchaba nada, ya no pude hablar con ella.
En la mayoría de las prisiones, corroboro que la mayor cantidad de las personas que están presas en Cuba, un por ciento importante son inocentes, y otro por ciento importante son personas que para nada merecían, por el delito que habían cometido, estar en una prisión.
A pesar de haberlo encerrado, no le impusieron cargos, pero ¿en algún momento le dijeron por qué lo detenían?
Cuando a mí me detienen lo pregunto; cuando me detienen aquí, en los bajos de mi casa, sí lo pregunto, y ellos me dicen: se le va a informar todo. No es cierto, no se me informa nada, por supuesto.
Cuando me meten en el calabozo, al poco rato viene este policía que estaba al frente –los otros desaparecen, a mí no me interrogan esta vez ni nada--, y viene con un acta [que establece cargos de] escándalo público, y me dice, tengo que explicarle, a todo el que viene se le levanta un acta […]. Entonces le dije que no, que no la iba a firmar. El sencillamente la recogió; me dijo: no, no, es que yo le tengo que informar.
Yo pensé que a lo mejor me ponían una multa cuando saliera, porque ya me lo han hecho. Después de golpearme, de secuestrarme e incomunicarme, además me ponen una multa. Y cuando digo a mí, por supuesto, es la acción contra muchos opositores aquí en Cuba, o diría que la mayoría.
Ni siquiera volvieron a interrogarme de salida. Todo lo que pasó fue que, cuando me llevaron a [la estación de policía de] Regla, uno de estos oficiales me dice: “¿Cómo están tus hijos?” Le respondí: “Espero que bien, porque hace 24 horas que por culpa de ustedes no los veo”. Y después me preguntó: ¿Cómo está el fútbol?, porque mi hijo practica fútbol, y le dije: “Bueno, espero que bien”. El hombre hizo así y se viró, cerró la puerta y se fue. No hubo más intercambio con ellos.
Mientras lo mantuvieron encerrado en el calabozo, ¿de qué hablaba con los reclusos?
Cuando estaba yo en el calabozo no tenía ni idea realmente, es que ni me acordaba de las elecciones [en la Asamblea Nacional]. Entonces me vino a la mente, por algo que se dijo, de que estaban las elecciones y dije, bueno, a lo mejor [el arresto] es simplemente por las elecciones. Les expliqué a los presos, porque preguntaban: “¿Por qué tu estas aquí?”. Entonces les expliqué las elecciones.
Ninguno de los internos allí sabía que [el jueves] había elecciones. Incluso me preguntaban: “¿Pero el presidente no es Díaz-Canel?” Para que sepan el grado de conocimiento popular de que en Cuba se estaba desarrollando un proceso eleccionario.
Puedo asegurar que la población no tiene ni idea de que había elecciones [el jueves]. Y segundo, no entienden por qué. Los que lo sabían, porque habían visto el noticiero, decían: “¿Y por qué elecciones, si las elecciones ya fueron?”
O sea, no entienden que la Constitución mandaba que se hiciera una nueva Ley Electoral; que la Ley Electoral disponía que entonces tenía que haber unas nuevas elecciones para crear el nuevo cargo, porque antiguamente no era presidente: ahora ya tenemos un presidente. Y nada de eso lo entiende nadie. A eso súmale que hay un por ciento muy grande de la población que tenía desconocimiento absoluto de que en Cuba había un proceso eleccionario ayer 10 de octubre.