La visita a La Habana este viernes 14 de agosto del jefe de la diplomacia estadounidense, John Kerry, para dejar formalmente inaugurada la Embajada de Estados Unidos, es la quinta de un Secretario de Estado de Estados Unidos a la isla, según indica en sus anales la Oficina del Historiador de esa cancillería.
La dependencia confirma lo que señalaba en estos días en el diario madrileño El País el historiador cubano Rafael Rojas: Que la más cercana en el tiempo a la de Kerry ocurrió entre el 9 y el 10 de marzo de 1945, cuando realizó una visita oficial a la capital cubana Edward Reilley Stettinius, último titular de Exteriores del presidente Franklin D. Roosevelt y primero de su sucesor Harry Truman. Ocupaba entonces la presidencia de Cuba Ramón Grau San Martín.
Cinco años antes, del 20 al 30 de julio de 1940, había estado en La Habana el secretario de Estado Cordell Hull, uno de los fundadores de las Naciones Unidas y el Secretario de Estado que ha ocupado por más tiempo el cargo (1933-1944), como Roosevelt la presidencia, debido al advenimiento de la Segunda Guerra Mundial.
Hull, uno de los redactores años después de la Carta de la ONU, y acreedor al Premio Nobel de la Paz 1945, no hizo una visita oficial a la isla, sino que participó en Cuba en la Conferencia Panamericana de ministros de relaciones exteriores.
La segunda visita de un canciller estadounidense a Cuba también tuvo como motivo una conferencia panamericana. Frank Billings Kellogg asistió con el presidente Calvin Coolidge a la Sexta Conferencia Internacional de Estados Americanos entre el 15 y el 17 de enero de 1928.
La primera visita
La visita anterior, y primera de un Secretario de Estado de Estados Unidos a Cuba tuvo lugar casi 16 años antes, en abril de 1912, cuando estaba por cumplir 10 años la República surgida de las guerras de independencia de los cubanos y aún estaba fresca la ayuda decisiva que había brindado la potencia del norte.
Nombrado secretario de Estado en 1909 por el presidente William Howard Taft, el exsenador por Pennsylvania Philander Chase Knox permaneció nueve días en la isla, y visitó Guantánamo, Santiago de Cuba y La Habana, donde se entrevistó con el presidente José Miguel Gómez y su secretario de Estado, Manuel Sanguily.
Su visita formaba parte de una gira por América Latina y el Caribe para ofrecer a los gobiernos del área seguridades sobre los propósitos de Washington con la inminente apertura del canal interoceánico acometido en Panamá.
Knox llegó a la isla en la estela de un suceso que obligaba a recapitular una historia reciente, si bien breve, de estadounidenses y cubanos como hermanos de armas.
El año anterior habían sido extraídos del puerto de La Habana los restos del Acorazado "Maine", cuya explosión en febrero de 1898, atribuida entonces a una mina española, contribuyó a desencadenar la guerra de Estados Unidos contra España, y su entrada a favor de los cubanos en la segunda Guerra de Independencia. En marzo de 1912, fueron repatriados los restos de los marinos estadounidenses y tuvo lugar una ceremonia en el litoral de la capital cubana a la que asistieron "en grandes masas" los habaneros, mientras se trasladaba y depositaba en el mar lo que quedó del Maine.
Libre de sospechas
A Sanguily –como José Martí–, una especie de hombre del renacimiento de la Cuba de entresiglos (escritor, abogado, orador, profesor de historia y geografía)– y, además, coronel veterano del ejército mambí, le correspondió darle la bienvenida al diplomático visitante durante un banquete ofrecido por el presidente Gómez.
Exaltado a menudo por la historiografía castrista como un cruzado temprano del antiimperialismo, enemigo de las intervenciones militares de Estados Unidos bajo la política del Big Stick y de la Enmienda Platt que concedió a Washington ese derecho en Cuba, Sanguily es, entre las figuras políticas de la República naciente, una de las menos sospechosas de proamericanismo.
En su bienvenida a Knox, Sanguily advirtió del peligro de la dominación estadounidense en el hemisferio que, sugirió, sería como que la Estatua de la Libertad apagara su antorcha en las aguas del estuario del Hudson. Pero también reconoció la huella positiva en Cuba de los que entonces eran llamados simplemente "los americanos", sin el delimitador prefijo "norte" (como escribiera una vez nuestro desaparecido colega Ramón Cotta, este es el único país que tiene la palabra "América" en su nombre).
Y el tribuno y diplomático cubano no se refirió sólo al derramamiento de sangre americana en nuestra guerra, sino a cómo el coloso del norte, con 135 años de experiencia como nación independiente, ayudó a la joven República a nacer moderna, y material y legalmente segura, y a no repetir errores ajenos. Una ayuda invaluable que ha sido reconocida, contra el escamoteo oficialista, por historiadores cubanos como el respetadísimo y ya desaparecido Manuel Moreno Fraginals.
He aquí algunos extractos del discurso de bienvenida del secretario de Estado de Cuba, Manuel Sanguily, a su colega estadounidense Philander Chase Knox:
"Participando en nuestra áspera lucha con la metrópoli española los americanos anticiparon probablemente algunos años a nuestra independencia, a la vez que aseguraron a nuestro favor el éxito indeciso en una guerra muy larga y devastadora, ahorrándonos igual calamitoso período de furores, de sangre y de ruinas… Después, en una sociedad desquiciada y abatida, con sus métodos mejores, y para nosotros nuevos, corrigieron errores perjudiciales supliendo las deficiencias del abandono y removiendo obstáculos que el pasado habría atravesado en el camino de nuestra regeneración, con lo que se abrieron ante nosotros más amplios y luminosos horizontes".
"Además, señor Secretario, nosotros en todos los órdenes de la vida os necesitamos, como por múltiples motivos de diversa índole nos necesitáis también vosotros, por lo que deben consistir nuestros comunes propósitos en la mutua utilidad por la prestación y el cambio de servicios recíprocos y equivalentes".
"Apenas hace algunas semanas que el (pueblo) de esta ciudad rindió el último tributo de su piadosa ternura a los restos de los marinos que sucumbieron en el “Maine”, y en grandes masas, apiñado en la orilla del mar, siguió, suspenso el ánimo, el viaje postrero de la fantástica nave. Allá en el horizonte, al caer la tarde, lo que había quedado de la pavorosa catástrofe –el casco mutilado– se sumergió para siempre; pero en todos los hogares cubanos, como en tantos hogares americanos, los corazones latieron al unísono, recordando pasados días de de ansiedad, de dolor y de gloria, y en unos y en otros se evocaron con religiosa unción la memoria trágica del 'Maine' y la noche siniestra en que, al resplandor del gran desastre surgió a la vida esta nueva Nación americana".
"Nacida en tan excepcionales circunstancias ─vástago de tantos dolores─ siente ella que las raíces de su existencia y de sus derechos prendieron y se nutren en lo más hondo de su propio pueblo y de la conciencia del pueblo americano; y por eso, confiada y agradecida, tiende ella ahora su mano leal al amigo poderoso y noble".
(Para la versión en inglés de los discursos de Manuel Sanguily y Philander C. Knox haga clic aquí).