En un ensayo para el Instituto Brookings, uno de los llamados “tanques pensantes” de los que ha sido miembro, el economista y latinoamericanista estadounidense Richard Feinberg analiza, en vísperas de una esperada transición generacional en Cuba, los rasgos y las causas del desempeño económico “profundamente decepcionante” de la isla durante los diez años de Raúl Castro como gobernante oficial.
Feinberg señala que desde febrero de 2008, cuando Castro asumió oficialmente la presidencia de los Consejos de Estado y Ministros, han sido constantes de la vida cotidiana en Cuba la escasez de artículos básicos, el racionamiento energético y la espiral ascendente de los precios. Los salarios de muchos trabajadores del Estado no alcanzan para cubrir las necesidades de sus familias, aun teniendo en cuenta ciertos subsidios del gobierno, y en consecuencia, la fuerza laboral se ha visto menguada por la emigración y el drenaje de cerebros.
“Aun aceptando las estadísticas oficiales”, el crecimiento del Producto Interno Bruto bajo Castro ha promediado un 2,4 %, menos de la mitad del 5 % anual necesario para poner a la isla en un camino de crecimiento sostenible. Y ese estancamiento crónico, dice, permea a casi toda la economía estatal.
La producción agrícola, que emplea al 13 % de la fuerza laboral, se mantuvo en muchos cultivos durante el decenio al mismo nivel o por debajo de los niveles del 2005. En el sector energético la producción de petróleo nacional fue inferior en 2016-17 a la de diez años antes.
Pese a la recuperación en algunas áreas, la producción industrial se mantuvo por debajo de los niveles de 1989. La de níquel, principal producto de exportación cubano, también disminuyó.
Igualmente perturbadoras son para el especialista las bajísimas tasas de ahorro e inversión nacionales, de un 10 % del PIB (la mitad del promedio latinoamericano y del Caribe), que resultan en una incapacidad para reemplazar equipos depreciados y profundizan la descapitalización del país, con el consiguiente saldo crónico de interrupciones, entregas atrasadas, escasez y mercancía de mala calidad.
Especialmente desconcertante le parece al autor la abrupta disminución de las exportaciones de bienes de Cuba, que han colapsado a menos de $ 3 mil millones anuales (2016), por debajo de los niveles de 2006. Esto, a pesar del reiterativo llamado del gobierno a aumentar exportaciones (y sustituir importaciones).
Durante algunos años, la voluntad de los gobiernos de Venezuela para intercambiar petróleo por personal médico cubano por encima del valor del mercado infló las exportaciones de servicios cubanas y ayudó a equilibrar la balanza decuenta corriente de Cuba. Pero a medida que ese colchón se desinfla, acota Feinberg, Cuba ha venido experimentando una crisis severa y debilitante en su balanza de pagos, de $ 15.000 millones en 2013 a $ 10.400 millones en 2016.
Para el estudioso la contracción de las importaciones explica la creciente escasez que enfrentan los consumidores, mientras que las restricciones a la importación de bienes de capital continúan devaluando el ya exhausto inventario.
Pese a numerosos planes, resoluciones y regulaciones encaminados a tratar de mejorar la eficiencia de las empresas del Estado, el autor encuentra varias explicaciones para la inercia de la economía estatal.
Como entidades económicas, estas están ampliamente protegidas de los vaivenes de los precios y rara vez sufren sanciones de mercado en caso de incumplimiento. A nivel individual, los administradores no son recompensados por asumir riesgos o innovar; los trabajadores reciben salarios por debajo del nivel de subsistencia.
Feinberg precisa que ningún cubano, ni siquiera con el puñado de subsidios estatales, puede vivir con 30 dólares mensuales, por lo que se recurre al hurto a gran escala de los almacenes del Estado, al mercado negro, o a buscarse un segundo empleo en el sector privado.
Sin embargo, el académico considera que la explicación más poderosa del estancamiento de la economía cubana es la más obvia: que Cuba sigue siendo un Estado hipercentralizado donde todo el poder se concentra en el vértice de la pirámide de toma de decisiones.
El economista observa que el aparato del Estado y el Partido Comunista de Cuba (PCC) coinciden en el Consejo de Estado y el Buró Político del PCC (y los generales de las fuerzas armadas). Las decisiones importantes, y otras que no lo son tanto, deben recibir el cuño de aprobación en estos niveles superiores.
Los ejecutivos de las empresas estatales están habituados a recibir instrucciones anuales detalladas para administrar sus negocios. No están acostumbrados a tomar iniciativas ni a ser recompensados por hacerlo. Los proyectos de inversiones extranjeras en la Zona Especial de Desarrollo del Mariel (ZEDM), han requerido las firmas del Consejo de Ministros, y a menudo la del propio Raúl Castro.
La misma hipercentralización también ha frustrado muchos esfuerzos para descentralizar la toma de decisiones y asignar recursos a los gobiernos locales (provincias y municipios). Sin entrenamiento ni personal suficiente, los funcionarios locales se esfuerzan por hacerse cargo de nuevas responsabilidades; pero, sobre todo, las instituciones locales también carecen de la autoridad y los recursos para dar vida a aspiraciones de descentralización regional.
En Cuba el poder y el dinero ─resume Richard Feinberg─ permanecen en La Habana, en manos de los altos funcionarios y burócratas.
Pero estos males macroeconómicos, añade, eclipsan el surgimiento de una economía más compleja y diversificada, con el despegue, a pesar de las muchas restricciones, de un sector privado que ha progresado de frágiles microempresas a pequeños negocios capaces de acumular capital y dar empleo a cuatro de cada diez cubanos en edad laboral.
Su robusto crecimiento, dice, asustó de tal manera al Estado que a mediados de 2017 se suspendió la emisión de nuevas licencias para ciertas actividades y se amenazó con más trabas a los particulares.
Por otra parte, en medio de la mediocridad económica general el turismo internacional ha descollado como el sector más dinámico de la economía cubana bajo Raúl Castro, con más del doble de arribos, y una onda expansiva resultante en mejores ingresos (salarios, bonificaciones, propinas) para los empleados de la industria estatal, y también para la economía privada conectada al turismo (casas particulares, paladares, cooperativas de construcción y taxis).
Feinberg cree que la combinación de la empresa estatal, los socios internacionales y el sector privado nacional en el éxito relativo del turismo podría extenderse a otros sectores económicos e implementar un modelo cubano para el crecimiento, particularmente en los sectores de agricultura y energía, cuya insuficiencia lleva al país a hacer importaciones por valor de miles de millones de dólares cada año.
El economista recuerda que hoy a muchos en la isla les interesan más las oportunidades de bienestar para sus familias que las historias heroicas de la Sierra Maestra; y se pregunta si el gobierno que sucederá a Castro en abril próximo, una vez plenamente instalado, tendrá la fuerza y el coraje políticos, la imaginación y la competencia para resucitar de su prolongado estancamiento a la aletargada economía nacional, implementando reformas audaces y de cara al futuro.