El jueves 9 el diario Granma publicó el artículo “Historia con amnesia selectiva”, consagrado a Lituania. La autora, Aliana Nieves Quesada, hace en su trabajo amargas consideraciones sobre la supuesta ingratitud de los habitantes de ese país, que, según ella, fue “liberado… por el Ejército Soviético en 1944”. Ante ese obvio intento por cambiar la historia, resulta oportuno recordar los acontecimientos pasados.
Tras la revolución de octubre de 1917, varias comarcas del Imperio Ruso aprovecharon el debilitamiento de éste para independizarse. Fue el caso —entre otras— de Lituania, que se liberó en agosto de 1919. La existencia legal de esos nuevos estados fue reconocida en la posguerra por la misma Rusia y la comunidad internacional.
Tras el ascenso de Hitler al poder, Stalin lo caracterizó como el elemento más agresivo del imperialismo mundial. Pero el 23 de agosto de 1939 los ministros de Relaciones Exteriores de ambos tiranos suscribieron en Moscú el Pacto Mólotov-Ribbentrop. Aunque al documento se le dio el nombre oficial de Tratado de No Agresión, sus cláusulas secretas preveían el reparto del continente europeo entre Hitler y Stalin.
El execrable convenio prefiguró el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Una semana después de su firma, el Führer alemán, seguro de la complicidad soviética, atacó Polonia. El amo de Moscú hizo lo mismo, sólo que una quincena más tarde. Entre ambas potencias invasoras no hubo el menor roce: el cuarto reparto del país católico se consumó en base a lo acordado semanas antes en la capital rusa.
Comenzó entonces una verdadera orgía de ofensivas y anexiones. Las perpetradas por los nazis son muy recordadas, pero Stalin no se rezagó. Tras comenzar la digestión de su mitad de Polonia, el Ejército Rojo atacó Finlandia el 30 de noviembre de 1939. La resistencia del pequeño país nórdico fue heroica, pero sólo pudo durar hasta marzo de 1940.
Tres meses después, tocó el turno a las repúblicas bálticas, entre ellas Lituania. La versión oficial comunista es que en esos tres países, en el mismo mes —junio de 1940—, hubo sendas “revoluciones populares anti-burguesas”. El enunciado es ridículo; incluso analizando lo ocurrido con las oxidadas herramientas del marxismo se comprenderá que esa espontánea simultaneidad es imposible; no es así como marcha la Historia. En realidad, el Ejército Rojo se tragó por la fuerza esos estados independientes.
El nuevo zar del Kremlin no pudo disfrutar en paz el fruto de sus pillajes: en junio de 1941 sufrió el ataque de las tropas de Alemania y sus aliados. Finlandeses, bálticos y rumanos (estos últimos también habían sufrido en agosto de 1940 el despojo de la Besarabia) se unieron al esfuerzo de guerra hitleriano. En el caso de Lituania es fácil suponer que, a pocos meses de ser borrada del mapa, sus líderes y ciudadanos hayan decidido poner en práctica el refrán: Donde hay desquite, no hay agravio.
Al producirse la contraofensiva soviética, el Ejército Rojo reocupó Lituania. No, señora castrista, en 1944 el país no fue “liberado”, sino que volvió a caer en las garras de Stalin. Usted menciona “la peste parda”, pero se olvida de la escarlata. Parece que desconoce —o no quiere aplicar a ese país báltico— el pensamiento lapidario de Martí: “Cambiar de dueño no es ser libre”.
Con todos esos antecedentes, ¡podrá alguien asombrarse de que las actuales autoridades lituanas hayan prohibido el uso no sólo de la simbología nazi (cosa que la Nieves Quesada considera “algo lógico”), sino también de la hoz y el martillo y las banderas rojas, emblemas bajo los cuales el país perdió su libertad?
La articulista escribe que en marzo de 1990 Lituania “declaró su independencia y comenzó su andadura individual”. En puridad, esta afirmación no es cierta: Pese a que es verdad que ese mes el país báltico proclamó su separación de la URSS, no puede hablarse de “andadura individual”, pues los jefes del Kremlin siguieron considerándolo parte de la Unión Soviética y actuaron en consecuencia.
Por ende, en enero de 1991 no hubo una “supuesta agresión de la URSS al territorio lituano”. La matanza de civiles en las inmediaciones de la Televisión de Vilnius fue real, y la perpetraron fuerzas soviéticas cumpliendo órdenes de Moscú. En resumen: si la colega Nieves Quesada quiere hablar de “amnesia selectiva”, haría bien en revisar primero sus propias remembranzas.
Tras la revolución de octubre de 1917, varias comarcas del Imperio Ruso aprovecharon el debilitamiento de éste para independizarse. Fue el caso —entre otras— de Lituania, que se liberó en agosto de 1919. La existencia legal de esos nuevos estados fue reconocida en la posguerra por la misma Rusia y la comunidad internacional.
Tras el ascenso de Hitler al poder, Stalin lo caracterizó como el elemento más agresivo del imperialismo mundial. Pero el 23 de agosto de 1939 los ministros de Relaciones Exteriores de ambos tiranos suscribieron en Moscú el Pacto Mólotov-Ribbentrop. Aunque al documento se le dio el nombre oficial de Tratado de No Agresión, sus cláusulas secretas preveían el reparto del continente europeo entre Hitler y Stalin.
El execrable convenio prefiguró el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Una semana después de su firma, el Führer alemán, seguro de la complicidad soviética, atacó Polonia. El amo de Moscú hizo lo mismo, sólo que una quincena más tarde. Entre ambas potencias invasoras no hubo el menor roce: el cuarto reparto del país católico se consumó en base a lo acordado semanas antes en la capital rusa.
Comenzó entonces una verdadera orgía de ofensivas y anexiones. Las perpetradas por los nazis son muy recordadas, pero Stalin no se rezagó. Tras comenzar la digestión de su mitad de Polonia, el Ejército Rojo atacó Finlandia el 30 de noviembre de 1939. La resistencia del pequeño país nórdico fue heroica, pero sólo pudo durar hasta marzo de 1940.
Tres meses después, tocó el turno a las repúblicas bálticas, entre ellas Lituania. La versión oficial comunista es que en esos tres países, en el mismo mes —junio de 1940—, hubo sendas “revoluciones populares anti-burguesas”. El enunciado es ridículo; incluso analizando lo ocurrido con las oxidadas herramientas del marxismo se comprenderá que esa espontánea simultaneidad es imposible; no es así como marcha la Historia. En realidad, el Ejército Rojo se tragó por la fuerza esos estados independientes.
El nuevo zar del Kremlin no pudo disfrutar en paz el fruto de sus pillajes: en junio de 1941 sufrió el ataque de las tropas de Alemania y sus aliados. Finlandeses, bálticos y rumanos (estos últimos también habían sufrido en agosto de 1940 el despojo de la Besarabia) se unieron al esfuerzo de guerra hitleriano. En el caso de Lituania es fácil suponer que, a pocos meses de ser borrada del mapa, sus líderes y ciudadanos hayan decidido poner en práctica el refrán: Donde hay desquite, no hay agravio.
Al producirse la contraofensiva soviética, el Ejército Rojo reocupó Lituania. No, señora castrista, en 1944 el país no fue “liberado”, sino que volvió a caer en las garras de Stalin. Usted menciona “la peste parda”, pero se olvida de la escarlata. Parece que desconoce —o no quiere aplicar a ese país báltico— el pensamiento lapidario de Martí: “Cambiar de dueño no es ser libre”.
Con todos esos antecedentes, ¡podrá alguien asombrarse de que las actuales autoridades lituanas hayan prohibido el uso no sólo de la simbología nazi (cosa que la Nieves Quesada considera “algo lógico”), sino también de la hoz y el martillo y las banderas rojas, emblemas bajo los cuales el país perdió su libertad?
La articulista escribe que en marzo de 1990 Lituania “declaró su independencia y comenzó su andadura individual”. En puridad, esta afirmación no es cierta: Pese a que es verdad que ese mes el país báltico proclamó su separación de la URSS, no puede hablarse de “andadura individual”, pues los jefes del Kremlin siguieron considerándolo parte de la Unión Soviética y actuaron en consecuencia.
Por ende, en enero de 1991 no hubo una “supuesta agresión de la URSS al territorio lituano”. La matanza de civiles en las inmediaciones de la Televisión de Vilnius fue real, y la perpetraron fuerzas soviéticas cumpliendo órdenes de Moscú. En resumen: si la colega Nieves Quesada quiere hablar de “amnesia selectiva”, haría bien en revisar primero sus propias remembranzas.