El sacerdote católico cubano, Alberto Reyes Pías, de la diócesis de la provincia de Camagüey, denunció el domingo en sus redes sociales que muchos de los firmantes de la reciente carta de católicos y laicos cubanos exigiendo libertades, han sido intimidados y otros han tenido miedo a firmar la misiva.
La carta abierta publicada en Internet el 24 de enero alerta sobre la grave situación económica y social en Cuba y realiza numerosas demandas al Estado.
Lee también Cientos de católicos llaman a tomar acción ante colapso económico, político y social en CubaAhora el sacerdote dice que mucha gente se ha adherido públicamente a esta carta pero se cuestiona: "¿es significativo que sólo poco más de 600 personas la hayan firmado? ¿No somos un país de más de once millones de habitantes? ¿Nos equivocamos al pensar que la carta refleja el sentir de la mayoría de los cubanos? Pero basta hablar con la gente para darse cuenta de que hay mucho más de lo que está en las firmas.
El padre Reyes Pías reflexiona lo siguiente:
"Más allá del número de personas en Cuba que no interactúan en las redes sociales, mucha gente ha tenido miedo de ver su nombre apoyando un texto con el cual están plenamente de acuerdo, algunos han firmado y luego han pedido que se retire su firma, por la misma razón: “¿y si nos pasa algo…?” Algunos han sido coaccionados a no firmar o a retirar sus firmas. En todos, el mismo denominador común: miedo, miedo, miedo, un miedo paralizante que se nos ha metido en los tuétanos y que nos detiene, un policía interior severo y amenazador. Un matrimonio decía a un sacerdote: “Padre, hemos retirado nuestros nombres porque nos da miedo tener problemas en el trabajo, apoyaremos la carta con nuestra oración”.
A veces nos bloqueamos entre dos versiones de lo mismo, sin analizar la opción que podría llevarnos a lo que nuestro espíritu quiere. Por una parte, tenemos miedo a manifestarnos, a pedir cambios, a decir lo que sentimos como verdad, por si nos pasa “algo”. Por otra parte, convivimos con el miedo: a la policía, a la Seguridad del Estado, a los chivatos del barrio, a los que puedan saber algo de nuestras gestiones ilícitas para “resolver” la vida, al comentario que “se nos escapó”...
Si optamos por el segundo tipo de miedo, lograremos sobrevivir, pero viviremos y moriremos en medio de sobresaltos, y con la certeza de que nunca nada será diferente, ni para nosotros ni para nuestros hijos. En el primer caso, claro que puede haber consecuencias, pero estaremos caminando hacia la vida que queremos, para nosotros y para los nuestros, estaremos haciendo algo por la Cuba que soñamos, con la esperanza de que algo podrá ser diferente.
Nos pasa como la mujer abusada que vive con miedo a su esposo, pero que no se separa porque tiene miedo de lo que él podría hacerle. ¿No es mejor enfrentar el miedo que puede llevarnos a un camino diferente? ¿O acaso creemos que no tenían miedo aquellos que en Europa del Este empezaron a ir a las plazas lunes tras lunes, en las llamadas “manifestaciones de los lunes”, a pedir libertad? ¿Acaso creemos que los que se les fueron uniendo poco a poco tampoco tenían miedo, porque ya había otras personas haciéndolo? ¿Alguien piensa que el día en que Mahatma Gandhi se plantó ante los ingleses lo hizo sin miedo, o que los indios que lo siguieron tampoco lo sentían? ¿No tenían miedo los negros que, siguiendo las indicaciones de Martin Luther King, entraban a restaurantes para blancos y se negaban a irse hasta que la policía venía y los detenía? ¿No tenían miedo los otros que, a los pocos minutos, volvían a hacer lo mismo, hasta que las oficinas de detención colapsaban? ¿No tuvieron miedo los dos millones de personas que a lo largo de 670 km hicieron una cadena humana a través de Lituania, Letonia y Estonia para decir pacífica pero enfáticamente que no querían estar bajo la ocupación soviética?
Un gobierno puede reprimir a una persona, en un lugar, en un momento, pero no puede reprimir a todas las personas, en todos los lugares, en todos los momentos.
¿Y si resulta que estoy cansado?
Sí, ¿y si resulta que estoy cansado de aguantar, de mentir, de vivir envuelto en mis miedos?, ¿y si resulta que quiero una Cuba diferente, plural, abierta, culta, económicamente floreciente, una Cuba sin golpes, sin groserías, sin bajezas?, ¿y si resulta que no me quiero ir a buscar esos ideales fuera, sino que los quiero dentro, donde nací, donde crecí, y donde quiero morirme? ¿Y si resulta que estoy cansado de esperar los cambios y empiezo a preguntarme qué puedo hacer?
Todos nosotros aprendimos a caminar con miedo e inseguridad, y aquellos que hoy sabemos montar bicicleta, nadar, patinar, bailar…, lo logramos no porque no tuvimos miedo, lo logramos porque lo intentamos, a pesar del miedo".