LA HABANA. Si usted no puede pagar algo más de dos dólares -el salario de dos jornadas de trabajo en Cuba- para conectarse una hora a internet, o su magra pensión de jubilado le impide costear el equivalente a doce dólares mensuales y por la antena ilegal por cable recibir seriales, culebrones o programas de participación generalmente facturados en la Florida, quizás la mejor opción es gastar diez pesos (menos de 0.50 centavos de dólar), por un audiovisual que oferta "El Paquete".
Incluso, si tienes un USB o memoria flash, por 0.20 centavos de dólar, en cualquier puesto de venta de DVDs y enlatados televisivos, puedes descargar los últimos capítulos de los seriales estadounidenses Sucesor Designado, protagonizado por Kiefer Sutherland, o Quantico, con Priyanka Chopra y Jake McLaughlin en los roles centrales.
Escuche reportaje de Radio Martí sobre el uso de "El Paquete"
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“Algún día habrá que hacerle un monumento a las memorias flash. Aquí son super necesarias. Son pequeñas y te sirven para almacenar de todo: desde aplicaciones para móviles, programas de computación y audiovisuales hasta informaciones no publicadas en los periódicos estatales”, comenta Alberto, dueño de un puesto de venta de DVDs musicales, filmes, documentales y novelas producidas en Brasil, México, Turquía o Corea del Sur.
El 90 por ciento de los audiovisuales vendidos por los particulares, son descaradamente pirateados de canales televisivos de Estados Unidos.
Tras la muerte de Fidel Castro, el régimen decretó nueve días de duelo nacional. El prolongado luto dejó al borde del suicidio a Camila, 50 años, ama de casa a quien desde joven le ha gustado estar bien informada.
“Dios mío, fue demasiado. Reconozco la importancia histórica de Fidel Castro, pero desconectarnos del mundo y encadenar toda la radio y televisión nacionales ha sido una locura. Puede convertirse en un boomerang. Si el objetivo era resaltar el legado de Fidel, a estas alturas, mucha gente está hastiada y no quiere saber más nada de él”, subraya.
Desde el sábado 26 de noviembre, los medios locales no difunden noticias ni sucesos ocurridos en otras latitudes. En Cuba no se informó del accidente aéreo que en la noche del lunes 28 le costó la vida a la mayor parte del equipo de fútbol Chapecoense, de Chapecó, Santa Catarina, Brasil. La tragedia desplazó a segundo o tercer plano la muerte de Fidel Castro en casi toda la prensa internacional, especialmente en Latinoamérica.
La vida cultural, deportiva y social se congeló en Cuba. Hasta nuevo aviso, se detuvo la serie nacional de béisbol y se prohibió la venta y consumo de bebidas alcohólicas, ni siquiera en hoteles, paladares y bares privados.
Los seguidores del fútbol europeo están que trinan, pues se perderán el derbi Real Madrid-Barcelona, el sábado 3 de diciembre en el Camp Nou. Debido a las pompas fúnebres, la TV cubana no tiene previsto trasmitirlo en directo.
“Esto solo puede pasar en una dictadura. El gobierno se arroga el derecho de paralizar el país, prohibir que la gente beba o vea la pelota, solo para cumplir con su discurso ideológico. Fidel habrá sido muy trascendental, pero la vida continúa. Estas prohibiciones son un castigo para muchos de nosotros”, apunta un joven en el parque del Mónaco.
Cuando un deporte apasiona, los fanáticos se las arreglan para no perderse uno de los partidos con más teleaudiencia en el planeta. Los fans cubanos del Real Madrid y el Barça ya tenen un plan B. Las peñas futboleras de los dos clubes verán el derbi en casas conectadas de manera clandestina a la antena satelital.
Los inquilinos de esas viviendas se afilan los dientes. Esperan cobrar 2 cuc (unos 2.40 dólares) por persona. Eso sí, con el volumen bajo y sin formar gritería cuando Messi o Cristiano Ronaldo metan un gol.
En una casona de la barriada de Lawton, en la amplia sala, su propietario ha puesto tres hileras de diez sillas plásticas cada una, 30 asientos en total. “Pero seguro vendrán más de treinta. Cada vez que hay un derbi de altura, el ambiente en mi casa es lo más parecido a un mini estadio. Gritan, vociferan, discuten, aunque esta vez les pediré que se mantengan lo más callados posible. Siempre tengo cerveza, pero no sé si venderla, porque el duelo termina el domingo 4, día de Santa Bárbara”.
El ambiente de La Habana se ha tornado gris, feo, opresivo. La muerte de Fidel Castro ha traído consigo un ramillete de prohibiciones que ha provocado un clima asfixiante. El temor y la autocensura se han vuelto demenciales. A ello se une la chivatería entre vecinos, en centros laborales y estudiantiles, que en los últimos tiempos se encontraba en un perfil bajo, y en estos días ha vuelto a renacer. Hasta las opiniones en Facebook y otras redes sociales se están fiscalizando.
Un periodista español que ha viajado varias veces a la Isla, dice que esta vez “no encontró a nadie que opinara francamente, los habaneros entrevistados repiten como papagayos el mismo relato oficial. Antes de que Castro falleciera, hablé con cubanos que eran muy críticos con el régimen. Ahora temen entrar en controversia con la figura de Fidel difundida por el diario Granma. El ambiente se parece a Pyongyang y a las décadas de la era soviética en Cuba”.
Es cierto. El deceso de Castro ha neutralizado la polémica y el debate entre los cubanos sobre su desempeño, en particular en el terreno económico: muchos ciudadanos habían perdido el miedo y lo criticaban abiertamente.
En medio de una atmósfera de solemnidad, el fingimiento de la gente de a pie se ha dimensionado. Las fobias llegan al ridículo. Germán y tres socios del barrio, cansados de la abrumadora propaganda fidelista, decidieron comprar una botella de ron en el mercado negro y armar un partido de dominó.
“Compramos la botella con tremendo miedo. La escondimos en una mochila grande, dicen que si la policía te ve con un litro de ron, te lo quita y te pone una multa. En vez de jugar en el portal, pusimos la mesa en el patio, para que no nos vieran los 'chivatientes' del comité u otros recién surgidos. Y le dábamos agua al dominó discretamente. Todavía me pregunto a qué y por qué sentimos ese miedo. Es que los cubanos somos unos pendejos”, confiesa Germán.
Para amainar el temporal de panegíricos en la prensa estatal, durante el luto los cubanos se refugiaron en el alquiler de DVDs piratas. Y al igual que en tiempos que parecían superados, comenzaron a murmurar sus disgustos. Y del closet desempolvaron la careta, se la pusieron y volvieron a aparentar fidelidad a la dinastía castrista.
Nunca en Cuba hubo un duelo de tanta duración, que afectara tantas facetas de la vida nacional. “Si no escapo de esto me vuelvo loco”, expresa un muchacho que, junto a amigos de los dos sexos, escucha reguetón en sus audífonos.
"Menos mal que no tuvimos que vestirnos de negro", apunta una chica. Y otra añade: "Hubiera sido el colmo, muy pocos tenemos ropa negra, es calurosa para nuestro clima. Además, a los cubanos no nos gusta vestirnos de negro, preferimos el blanco. Cuando se murió mi abuela, a mi madre le prestaron un vestido carmelita oscuro".
Anécdotas aparte, han sido nueve días de Fidel, más Fidel y solo Fidel. Como para volar a Marte.