Lo único que deseaban era escapar de la isla: los últimos momentos de un fusilado

Fotografía de archivo, tomada el 3 de abril de 2003, de la lancha de pasajeros "Baraguá" atracada en el puerto de Mariel, a donde fue conducida tras ser secuestrada el 2 de abril.

En abril de 2003 el dictador Fidel Castro ordenó la ejecución de tres hombres, en lo que fue calificado por gran parte de la comunidad mundial como un crimen que multiplicó el delito por ellos cometido: el secuestro de la lancha “Baraguá” que hacía el trayecto entre Regla y La Habana Vieja.

Lorenzo Enrique Copello, Bárbaro Leodán Sevilla García y Jorge Luis Martínez Isaac fueron juzgados rápidamente bajo la Ley No 93 de 2001 contra Actos Terroristas por intentar, el 2 de abril de 2003, desviar la embarcación a Estados Unidos.

Corrían tiempos difíciles en Cuba, las autoridades policiales habían desatado una cacería de brujas a la que denominó “Operación Coraza” contra traficantes y consumidores de drogas, así como involucrados en delitos de prostitución, proxenetismo, trata de personas, pornografía y corrupción de menores.

Entre los días 3, 4 y 5 de abril habían sido condenados a altas penas 75 opositores pacíficos, periodistas y bibliotecarios independientes arrestados en la Primavera Negra. Con esos juicios se puso en práctica, por primera vez, la temida Ley 88, conocida como Ley Mordaza.

Uno de los 75 sentenciados fue el fotógrafo y comunicador Omar Rodríguez Saludes, compañero de celda en el cuartel general de la Seguridad del Estado en La Habana, de uno de los jóvenes fusilados.

“El 722, con este número lo conocí en Villa Marista. Durante años, no supe su nombre hasta que en el 2010 salí de prisión y fue en España donde pude conocer su verdadero nombre: Jorge Luis Martínez Isaac”, explicó a Radio Televisión Martí el ex preso político.

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“La corta etapa que él estuvo en Villa Marista fue, realmente, torturante. Él era sacado diariamente en múltiples ocasiones a interrogatorio y esto se mantuvo hasta que a los tres o cuatro días se le entregó la petición fiscal de pena de muerte. Cuando se dio cuenta de que iba a ser fusilado, le dio un ataque de nervios: empezó a gritar, a llamar al guardia, decía que no merecía ser fusilado porque no había cometido ningún hecho de sangre”.

El 8 de abril sancionaron a los tres jóvenes a la pena capital acusados de ser “los tres principales, más activos y brutales jefes de los secuestradores”.

Testigos han asegurado que los secuestradores no ataron a ninguno de los viajeros de la lancha ni hirieron a nadie, aunque poseían un cuchillo y una pistola.

“Después del juicio donde se aplica la petición fiscal de pena de muerte, él llega a la celda muy abatido con las manos entrelazadas en el rostro. Sin embargo, al día siguiente, cuando el Consejo de Estado le ratifica la pena de muerte, llegó muy esperanzado a la celda. No sabía que le quedaba solamente horas de vida”.

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Reportaje de Yolanda Huerga

Los fusilados no fueron los únicos que recibieron el excesivo peso de la ley: Maikel Delgado Aramburo, Harold Alcalá Aramburo, Yoanny Thomas González y Ramón Henry Grillo fueron sancionados a cadena perpetua. Al resto de los involucrados les impusieron castigos que oscilaron entre los treinta y los dos años de prisión.

“Al caer la tarde del día 10 de abril, a los cuatro que estábamos en esa celda, nos dieron una comida, vamos a decir, especial, que consistía en medio pollo y arroz congrí. Minutos después sin tan siquiera haber probado bocado, él fue sacado nuevamente de la celda. Pero en este caso fue para una visita familiar. Toda su familia vino a verle y él estuvo muy contento, regresó a la celda muy esperanzado”, recordó Rodríguez Saludes.

Los familiares fueron informados de los fusilamientos después que los cuerpos ya habían sido enterrados.

“Su última noche la pasamos conversando mucho. Él era muy ocurrente, muy jocoso. Sus últimos momentos de vida los pasó así. Ya sobre la una de la mañana aproximadamente, se abre la puerta de la celda, bruscamente, y lo que veo son aproximadamente unos seis guardias militares vestidos de verde y preguntaron por el 722”.

“Les costó trabajo despertarle, puesto que estaba bajo los efectos de los tranquilizantes que le suministraban. Al levantarse, me miró como preguntándome ¿qué es lo que va a pasar ahora? Y así se fue. Fue el último momento en que lo vi. Salió de la celda sin saber que lo iban a fusilar. Me imagino cuando él se dio cuenta de que iba a ser su último respiro, cómo debió haber reaccionado”, lamentó el comunicador independiente.

“Esto fue un asesinato vil y cruel de Fidel Castro contra tres jóvenes que lo único que deseaban era escapar de la isla, de esa dictadura”, concluyó el ex prisionero de conciencia de la Primavera Negra del 2003.