Ante la posibilidad de perder su ‘patria literaria’ el escritor cubano Lorenzo García Vega (Matanzas 1926 - Miami 2012) se inventó Playa Albina, un recodo de Miami que supo dibujar al pie de la mesa hasta los últimos momentos de su vida.
Ahora la editorial Almenara nos alumbra con –probablemente- uno de sus últimos títulos, Rabo de Anti-nube (Diarios 2002-2009), con edición y prólogo del ensayista y poeta cubano Carlos A. Aguilera.
Un outsider, un tipo incómodo, Lorenzo fue Premio Nacional de Literatura en Cuba en 1952 con la novela Espirales del cuje.
Diez años después de abandonar Cuba saltó sobre la yugular del grupo en que creció como escritor, con su desgarrador relato Los años de Orígenes (Monte Ávila Editores, 1978) y hasta la fecha, pasando luego por Cuaderno del Bag Boy (Ed. Casa Vacía, 2016) no hizo más que escribir y reescribir cada paso hacia adelante y hacia atrás en su camino desde y para la escritura.
El diarismo de García Vega en este otro tomo de sus memorias pasa de la acidez de haber tomado rumbo hacia un túnel donde se sabía solo, sin grupo generacional y escribiendo contra todas las modas, enfocado en una narrativa de autodestrucción, pero también como una especie de cronista encubierto de todo lo que iba modificando con sus propias lecturas.
Fechado en marzo de 2009, en la boca misma del libro, Lorenzo apunta en Rabo de Anti-nube: “Esto, este diario, viene a ser la temperatura del Agua Bendita. Deberá ser un mediador implacable”.
Visto así, la descripción, las precisiones de Lorenzo en las siguientes seiscientas páginas vuelven a dibujar la cartografía de sus obsesiones, como si reescribiera sobre sus anteriores obsesiones.
Para este poeta obstinado en alargar cada encuentro con el lector, la vejez, la destrucción del cuerpo y las distancias con cualquier roce o asomo familiar son un principio para seguir escribiendo.
En este tomo no son sino los sueños esa brújula que lleva al escriba a dinamitar cada frase. Sueña para escribir -¿no habría sido al revés?-, y relata que un día antes del 20 de mayo de 2009 se le habrían aparecido algunas aproximaciones para lo que podría servir en su escritura: fotos, fantasmas, luces difusas y la huella de que se siente lejos de todo. Al despertar, escribe:
“Noche, ¿cómo diríamos?, otra de esas noches de mayo, ¿cómo diríamos?, pescuezos mochos. Por decir algo. Un apagón de ceniza, por decir algo. Me voy a acostar, tengo los ojos congestionados, y las sombras de las doce de la noche”.
El camino recorrido
García Vega salió de Cuba en 1968, y desde entonces vivió en España, Venezuela, Nueva York y finalmente Miami, ciudad-laboratorio y aposento final a la que llamó Playa Albina.
El territorio Lorenzo está en una esquina de la Comala literaria de Juan Rulfo, la Yoknapatawpha de William Faulkner y los territorios soñados como Santa María y Macondo, de Juan Carlos Onetti y García Márquez, respectivamente.
Playa Albina es su reposo para una escritura otra, pero también su propio campo de turbaciones.
En una pregunta sobre Playa Albina, del ensayista Jorge Luis Arcos en 2008, la definió así:
“Muchas veces, junto a un pozo, aparecen Barberán y Collar, dos aviadores españoles que murieron trágicamente, después de haberse fijado en el imaginario cubano. Esto fue en la década del treinta. Pero ¿quién sigue recordando eso?"
"La noche, la noche la estoy sintiendo "afuera", y esto mientras estoy metido dentro de la casa. ¿Cómo es todo eso? Hay unos ruidos carmelitas, y el recuerdo de unos feísimos muebles carmelitas del tiempo de mi infancia. Pero ¿cómo podré narrar eso? No sé, pero eso me está persiguiendo".
"Nunca dejo de tener miedo. Debe ser que la muerte está cerca”.
Desde el trabajo manual de empujar carritos de compra en un supermercado Publix en Miami, García Vega también empujó su escritura hacia el abismo que vendría con su muerte.
En el prólogo a El oficio de perder (Renacimiento, Sevilla, 2005), el ensayista y narrador Antonio José Ponte se enfoca en la imposibilidad de Lorenzo por hilar una historia lineal, de origen y fin:
“A Lorenzo García Vega, como a cualquier otro memorialista, lo frenan ciertos escrúpulos. ¿Cómo un lenguaje, el del hoy en el que se escribe, puede saber lo que pasó en otro lenguaje, el correspondiente a un día lejano? O, para decirlo en la hermosa fórmula de Bousanquet citada por Robbe-Grillet que García Vega cita: se trata de “un paisaje en el que no tengo ya medios de penetrar, pero en el que hago llover tiempo".
"Memorialista perdedor, amén de los escrúpulos gremiales atormentan a García Vega otras cautelas. Declara ser asaltado por desniveles que le imposibilitan toda continuidad, confiesa su incapacidad para revisar lo ya escrito: 'La chapucería que hago es lo único que sé hacer”. Y puede, en suma, considerarse perdedor por no dar con la forma adecuada'”.
Junto a Ponte, también co-director del portal Diario de Cuba, es bueno significar que otros dos ensayistas y poetas de un mismo tiempo generacional literario se han interesado en la obra de García Vega y son Aguilera –su prologuista en Almenara- y Pablo de Cuba, que junto a Duanel Díaz dirige la editorial Casa Vacía y quien obtuvo el Cuaderno del Bag Boy y lo publicó 2016.
Aguilera, sicalíptico como es prácticamente en cada acercamiento que hace a un fenómeno literario que le interese, reinterpreta así una zona de la obra de García Vega como pocos lo han hecho:
“No se puede hablar de la literatura de LGV y no hablar de lo fecal, de su visión extrema y coprolálica de la vida, de su discurso escatológico".
"Y no solo lo digo por sus constantes alusiones a la mierda, a lo que se excreta, a la fecalidad… (como ya sabemos, en muchos lugares la mierda ni siquiera es algo negativo, y para la antigua alquimia era el preámbulo del oro, la nigredo que podía transmutar en aurum philosophicum)”.
Queda leer a Lorenzo, leerlo en Cuba o ser leído por los cubanos en la isla, que han padecido esa ausencia en una gama tan amplia que va desde la poesía, el ensayo, la narrativa de ficción hasta estas traídas y llevadas memorias.
La obra de García Vega comprende entre otros, los siguientes títulos: el compendio de memorias El oficio de perder (2004), y los diarios Rostros del reverso (Monte Ávila, 1977); también Ritmos acribillados (1972), Collages de un notario (1992), Espacios para lo huyuyo (1993), Poemas para penúltima vez (1948-1989) (1991), Vilis (1998), No mueras sin laberinto (primera antología de su obra publicada en la Argentina, 2005), Cuerdas para Aleister (2005) y Devastación del Hotel San Luis (2007).
Esta reseña está acompañada de un breve video donde Lorenzo lee un texto dedicado a su amigo Armando Pinto. Agradecemos la gentileza del fotógrafo Pedro Portal por facilitar este material audiovisual.
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