Hebe de Bonafini, el ama de casa que no se doblegó ante el dolor por la desaparición de sus hijos durante la última dictadura militar argentina y se convirtió en una de las más emblemáticas luchadoras por los derechos humanos, falleció el domingo en Argentina. Tenía 93 años.
Bonafini, madre de dos hijos desaparecidos, histórica defensora y activista de los derechos humanos, fue una de las principales caras de la asociación argentina conocida en el mundo por la búsqueda de los hijos donados a otras familias en la dictadura argentina.
La muerte fue confirmada por su hija, que agradeció las muestras de cariño recibidas mientras estuvo internada en los últimos días en el Hospital Italiano de la ciudad de la provincia bonaerense de La Plata.
Queridísima Hebe, “símbolo mundial de la lucha por los Derechos Humanos, orgullo de la Argentina”, simplemente gracias y hasta siempre, la despidió en un homenaje personal la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner en su cuenta de Twitter.
Bonafini era una reconocida kirchnerista y una figura política en Argentina, donde el gobierno decretó tres días de duelo nacional.
Hebe María Pastor de Bonafini fue una de las fundadoras de la Asociación Madres de Plaza de Mayo en 1977, dos años después del golpe militar que puso en práctica el más feroz aparato represivo contra disidentes en Sudamérica. Como presidenta de la organización desde 1979 hasta su muerte,
De Bonafini primero luchó por la aparición con vida de dos de sus hijos desaparecidos y por el juicio y castigo de los militares, para después involucrarse en otras causas políticas y sociales.
Recibida por más de una decena de presidentes y reconocida en el mundo entero, la activista se volvió una figura controvertida a partir de sus posturas radicalizadas contra Estados Unidos, la plena adhesión a los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández y en el final de su vida por un escándalo de corrupción que involucró el programa de construcción de viviendas sociales de la fundación Madres de Plaza de Mayo.
De Bonafini nació en 1928 en la localidad de Ensenada, en provincia de Buenos Aires. A los 18 años se casó con Humberto Alfredo Bonafini, vecino del barrio, con quien tuvo tres hijos: Jorge, Raúl y Alejandra.
Ama de casa, con apenas estudios primarios completos, todos la conocían como Kika Pastor hasta que miembros de las fuerzas armadas secuestraron a su hijo mayor en febrero de 1977 y desde ese “mismo momento que desaparece mi hijo, me convierto en Hebe de Bonafini, que esa soy ahora, una madre”, dijo en una de sus últimas entrevistas.
Los hijos de De Bonafini eran militantes de organizaciones de izquierda, incluso uno de ellos estaba en “la lucha armada”, según su madre, quien admitió que sabía de la actividad política de ambos. A fines de 1977 desapareció Raúl.
Como otras madres, De Bonafini abandonó la rutina del hogar y salió a buscar a sus hijos.
Mientras recorría hospitales, juzgados, comisarías, cuarteles y morgues comenzó a cruzarse con otras mujeres con el mismo rostro de dolor. Ante la falta de respuestas, acordaron encontrarse el sábado 30 de abril de 1977 en la Plaza de Mayo, frente a la casa de gobierno, y marchar por la aparición de sus hijos.
Como en ese momento regía el estado de sitio, por el cual estaban prohibidas las reuniones de más de tres personas por ser potencialmente subversivas, comenzaron a caminar alrededor de la Pirámide de Mayo, en el centro de la plaza, en sentido contrario a las agujas del reloj. En el mismo lugar se juntaron al jueves siguiente y desde entonces la marcha se repite cada jueves.
El grupo original de madres participó en una multitudinaria peregrinación a la Virgen de Luján en octubre de 1977 y para reconocerse acordaron ponerse en la cabeza los pañales de tela de sus hijos, que con el tiempo se convertirían en el rasgo distintivo de la organización.
Para amedrentar a las mujeres, los militares secuestraron y asesinaron a Azucena Villaflor, la primera presidenta de Madres. Pero sus compañeras de lucha no cesaron en la búsqueda de sus hijos y afianzaron aún más sus lazos.
En medio de la peor censura, escribían en billetes el nombre de sus hijos que habían sido secuestrados por el ejército. Con ellos compraban en la feria para que comenzaran a circular y se conociera su drama. Cuando la policía se llevaba a una detenida, todo el resto se presentaba en la comisaría y pedía que las arrestaran. Cuando les exigían el documento a una en una marcha, todas las demás sacaban el suyo. Con tantos documentos para verificar por la policía, aprovechaban y se quedaban más tiempo en la plaza.
“Hace 30 años no imaginábamos que la dictadura fuera tan asesina, perversa y criminal. Por eso quiero hablarles de ellos, de los hijos brillantes, alegres, guerrilleros, alfabetizadores, increíbles, revolucionarios, convencidos”, dijo De Bonafini al celebrar los 30 años de la creación de las Madres de Plaza de Mayo.
“Estamos convencidas de que están en la multitud. Nadie se va para siempre. Somos su voz, su mirada, su corazón, su aliento. Vencimos a la muerte, queridos hijos”.
Las Madres de Plaza de Mayo denunciaron que 30.000 disidentes desaparecieron durante la dictadura. Las cifras oficiales reducen esa cifra a la mitad. De Bonafini, como otras integrantes de la organización, nunca quiso buscar los restos de sus hijos. Tampoco participó de comisiones investigadoras que sirvieron para condenar a los represores tras el retorno de la democracia en 1983 ni cobró las indemnizaciones del Estado.
“No importa cuántas listas de muertos pidan algunos, no importa que algunas personas cobren reparación económica. Jamás vamos a aceptar que nos reparen con plata lo que hay que reparar con justicia. Las madres amamos a nuestros hijos, los amamos por encima de todo y los hijos para nosotras jamás van a morir... No estamos locas, no pedimos imposibles. Aparición con vida es una consigna ética, de principio. Mientras haya un sólo asesino en la calle, nuestros hijos vivirán para condenarlo en nuestras bocas y en las de ustedes”, dijo la líder del grupo a principios de la década de 1990.
Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en las Torres Gemelas, De Bonafini lanzó una de sus más polémicas declaraciones: “Cuando pasó lo del atentado y yo estaba en Cuba visitando a mi hija, sentí alegría. No voy a ser hipócrita, no me dolió para nada”.
De Bonafini cuestionó duramente a los sucesivos gobiernos democráticos hasta que en 2003 fue recibida por primera vez en la casa de gobierno por el presidente electo Néstor Kirchner, quien luego impulsaría la derogación de las leyes de amnistía e indultos que protegían a los acusados de crímenes de lesa humanidad.
La activista se volvió una férrea defensora de Kirchner y de su esposa y sucesora Cristina Fernández y sus políticas. En plena pelea con el Grupo Clarín, el más poderoso conglomerado de medios del país, De Bonafini organizó un simulacro de juicio público y popular en la Plaza de Mayo contra periodistas críticos del gobierno y frente a los tribunales amenazó con “tomar” el edificio si la Corte Suprema de Justicia no avalaba una ley de medios audiovisuales impulsada por el kirchnerismo.
Esta cercanía con el poder político le valió duros cuestionamientos y la pelea con otros organismos de derechos humanos. En 2011 De Bonafini fue imputada por irregularidades en el manejo de fondos públicos destinados a un programa de construcción de viviendas sociales de la fundación Madres Plaza de Mayo. La activista luego fue sobreseída, pero su figura quedó manchada por el escándalo.
Con una pasión poco conocida por las carreras de autos, De Bonafini quedó viuda en 1982 y nunca rehízo su vida afectiva. La sobrevive su hija Alejandra.