Eso se llama tener un plan. Que le aporte buenos beneficios económicos o no, ya eso es otra cosa. Pero Raymundo Cuesta tiene un objetivo.
"Un socio está vendiendo dos yeguas, a 6.000 pesos cada una (unos 550 dólares en total). Si pudiera comprarlas, una la utilizo para acarrear materiales de construcción y la otra la preparo para montar niños y darles vueltas por el barrio", expresa Raymundo quien, mientras expone su proyecto, mira a un punto indefinido en el horizonte.
Al menos está entusiasmado. Busca en la calculadora de su añejo teléfono celular y saca cuentas. "¿Ves lo que te digo, socio? Invierto 12.000 pesos, pero en año y medio recupero la plata. ¿En qué negocio se amortiza el dinero tan rápido?", se pregunta Raymundo con los ojos muy abiertos.
En muchos barrios en los arrabales de La Habana, un carretón tirado por un caballo es una manera de ganar dinero. Por transportar cemento, arena y botar escombros cobran 50 o 60 pesos, a veces más. Una vuelta a la manzana con un remolque con una veintena de niños, a cinco pesos cada uno, deja alrededor de 100 pesos en cada recorrido.
El problema de Raymundo es que su proyecto es irreal. A pocas horas de que 2015 termine, no posee dinero para realizar su plan salvador, que le permitiría ganar 100 pesos diarios y tener carne de cerdo o pollo suficiente en la nevera.
"Estoy buscando un socio. Te juro que es un bisnes rentable. Lo que pasa es (que) no todos poseen ambición empresarial", espeta. Y sus cinco probables socios, parados junto a una barra de un bar de mala muerte en la barriada de Santos Suárez, se desternillan de la risa.
Al igual que Raymundo, los cinco nacieron en La Habana. Habaneros como otros muchos, que escapan de la cruda realidad bebiendo ron pendenciero en cualquier andrajoso bar estatal de la ciudad.
Pudiera parecer que para estos hombres macilentos, que a falta de billeteras guardan sus arrugados pesos en los bolsillos de sus pantalones, cualquier pretexto les incita a empinar el codo y son tipos carentes de proyectos de vida en un país donde el futuro es mañana.
Pero sí que los tienen. Motivados con la propuesta de su amigo, cada uno desengaveta sus planes. El más viejo quiere seguir resolviendo la "jama" diaria con su pensión y con lo que se busca limpiando patios y jardines. El más joven desea encontrar una buena mujer, "malas que me han salido las dos que he tenido". Otro jura que en 2016 dejará de beber.
El que ha estado todo el tiempo callado y pensativo, suelta la bomba: "Para poder vivir mejor se tiene que morir quien tú sabe". Sus socios lo miran como si fuera un loco en trance y luego de mandarlo a callar, le dicen: "Men, se te soltaron los cables, ya el alcohol comenzó hacerte efecto".
No muy lejos del bar situado en Santos Suárez, otrora barriada de clase media en la capital, un grupo de seis jóvenes, sentados en una esquina, también tienen planes de futuro.
El grupo es variopinto. Un estudiante universitario, dos desempleados, uno que vende por la izquierda ropa traída de Ecuador, un recluta del Servicio Militar y un futbolista de la categoría de cadetes.
Acerquémonos a indagar sobre sus proyectos para 2016.
"Terminar el verde (Servicio Militar) y comenzar a estudiar telecomunicaciones", expresa el recluta. "Largarme de esta m...", dice uno que lleva tres años sin trabajar.
De los seis, cinco, si pudieran se marcharían de Cuba. Cuatro de manera definitiva. A otro le gustaría "flotar" (vivir) entre el primer mundo y la isla. El destino preferido, "Estados Unidos, talvez Canadá, Alemania, Japón, no sé, una nación donde el dinero me alcance y pueda vivir decentemente".
El chico del fútbol, el deporte con más seguidores en Cuba en las edades comprendidas de seis a 40 años, sueña con jugar en una liga europea y ganar salarios de "seis o cinco ceros, me da igual", acota con una sonrisa.
Algo está fallando en Cuba. Para redactar este trabajo, charlé con más de 20 personas, pensando que si no la mitad, la tercera parte sería optimista. Y lo que encontré: Que el 90% de los entrevistados ven su futuro fuera de su patria.
Si no pueden marcharse, al menos empatarse con un yuma (extranjero). Trabajar en un hotel cinco estrellas o una firma extranjera, no para vivir del salario, sino para robarle a sacos al Estado y al cliente. O, por inercia, esperar un golpe de suerte del destino que cambie las cosas en Cuba.
Los cubanos no confían en su Gobierno, ni en las relaciones con Estados Unidos. Tampoco en las propuestas disidentes para que se respeten los Derechos Humanos y políticos y la libertad de expresión y reunión.
La mayoría creció sin esos derechos ni libertades. Sólo quieren ser personas. Trabajar, tener un salario justo y consumir compulsivamente.
La palabra de moda es emigrar. Y la foto del año, la que alguien le hará a su pariente o vecino, dándole la vuelta a la manzana con una maleta. "La gente vieja dice que trae buena suerte y los viajes se cumplen", señala Osmel, cantinero de un hotel que sueña con irse pronto de Cuba.
Los que tienen negocios cruzan los dedos para que el régimen siga apostando por el empleo privado y disminuyan los impuestos.
"Si el Gobierno quiere que los cuentapropistas no hagamos trampas o nos veamos obligados a tener una doble contabilidad, debieran bajar los impuestos. Ahogan los negocios y obligan a vender a precios altos", dice Alberto, dueño de una cafetería.
Otros, como los bebedores habituales del destartalado bar del barrio de Santos Suárez, están convencidos de que a nadie en el Gobierno le importa las aspiraciones de prosperar de sus ciudadanos, sea en 2016 o 2059, cuando la revolución de los Castro cumplirá 100 años.
Entonces, dicen que lo mejor es tener unos pesos en el bolsillo y beber aguardiente barato.