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Veteranos celebran en Tampa y Ft. Lauderdale 50 años de Industriales


Foto de archivo. Varios aficionados del equipo de Industriales animan a su equipo.
Foto de archivo. Varios aficionados del equipo de Industriales animan a su equipo.

Los festejos debieron tener lugar en el estadio del Cerro, con "azules" de dentro y de fuera.

En ocasión del 50 aniversario del legendario equipo cubano de béisbol Industriales, una decena de sus más recordados veteranos se encuentran desde principios de mes en Miami .

Son ellos Rey Vicente Anglada, Armando Capiró, Enrique Díaz, Armando Ferreiro, Antonio "Tony" González, Pedro Medina, Javier Méndez, Juan Padilla, Lázaro Valle y Lázaro Vargas.

Este viernes y sábado se enfrentan, reforzados por ex compañeros que viven en Estados Unidos, en el parque de un preuniversitario de Tampa. El próximo fin de semana jugarán en Fort Lauderdale, el lugar más cercano a Miami que pudieron conseguir los organizadores del proyecto.

El encuentro pudo haber cumplido el sueño esbozado por el cineasta cubano Ian Padrón en su documental “Fuera de Liga” (fue exhibido una vez, tras años de prohibición, en un canal secundario de La Habana): el deporte, y la hermandad entre todos los cubanos, están por encima de la política.

Casi al final de la cinta Orlando “El Duque” Hernández, tres veces campeón de las Grandes Ligas con los Yankees de Nueva York, se abre la camisa, muestra la camiseta de Industriales, y dice que su corazón es azul.

Desde el principio, el proyecto del cincuentenario, organizado por Somos Cuba Entertainment Group, estuvo cargado de simbolismos: cuando llegaron al Aeropuerto Internacional de Miami, los diez veteranos de la novena capitalina salieron del avión vistiendo la tan amada por unos, y odiada por otros, franela azul.

Entre quienes les fueron a recibir estaba René Arocha, el primero en dar el salto que todos en algún momento, si bien en silencio, acariciaron: jugar en la meca mundial del béisbol: las Ligas Mayores de EE. UU.

Arocha no llegó al Hall de la Fama, pero demostró que era posible. Fidel Castro debe estar todavía maldiciéndole por abrir la caja de sus soldaditos de plomo: sus deportistas-mascota entrenados para dedicarle las medallas a cambio de alguna migaja --una casita, un carrito—y para inflar a costa de sus vidas malgastadas la gloria del deporte revolucionario.

A todos se les recuerda por jugadas o batazos dignos de la Gran Carpa, pero que se quedaron atorados en el techo de las Series Nacionales cubanas o en el marco de los deslucidos campeonatos internacionales contra bisoños jugadores amateur. Al abusador equipo semi profesional de Cuba le llamaban entonces “La Aplanadora Cubana”.

Pero si al decir de Carlos Varela la política no cabe en la azucarera, tampoco cupo nunca --más allá de los lanzamientos de primeras bolas y otros actos inaugurales-- en el Latino, la casa de los Industriales. Allí se podía ir a disfrutar de la pelota pura, y dura, y apasionada. “El estadio del Cerro, no Miami, debió haber sido el escenario natural para este cincuentenario”, me dice desde La Habana el periodista y comentarista deportivo Iván García.

Escenario de una celebración con todos: los que viajaron a Miami, y los que nunca viajaron, y Kendrys Morales, Yunel Escobar, “El Duque” Hernández, Manuel Hurtado y decenas más de los que vistieron el uniforme azul y luego se fueron –por la puerta trasera-- a buscar su futuro.

Pero fuera de su leal Habana es aquí, en Miami, la segunda ciudad de los cubanos, tan amada y odiada como el propio equipo azul, donde se concentra la mayor cantidad de fanáticos industrialistas del planeta. De modo que Miami pudo haber sido una digna sede suplente para festejar el medio siglo del “dream team” de la pelota cubana. De no haber sido por el Caballo de Troya.

Resulta que algunos ambiciosos miembros de la emblemática escuadra capitalina, y luego del equipo Cuba, hicieron algo más que dedicar sus medallas al Comandante; quisieron sumar más puntos a los de su indiscutible gloria deportiva, rebajándose al nivel de jenízaros, de brigadistas de respuesta rápida.

He rebobinado y reproducido una y otra vez el video, y los trompones que se ve que le dieron en aquel terreno de Winnipeg en el verano de 1999 Juan Padilla y Javier Méndez a Diego Tintorero, un exiliado kamikaze conectado con los sufrimientos de los presos políticos, son demasiado brutales,demasiado despiadados para ser sinceros. Tintorero los asumió sin ripostar uno, y ayudó a exponer así la médula fascista del castrismo.

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Ahora Padilla le cuenta a El Nuevo Herald que él sólo se defendió de un hombre que se le venía encima con un letrero, y que Tintorero es quien tiene que disculparse. Pero ahí están los videos para avergonzarlo, si es que le queda vergüenza.


(Video cortesía de Telemundo 51)

Tras ver su performance en la Mesa Redonda de la TV cubana es muy difícil creer que su presencia y la de Méndez en Miami no forman parte de una provocación orquestada y dirigida a lastimar al exilio y acusarlo –una vez más, a pesar de los hechos-- de intolerante. A esos conspiradores de verdeolivo les importan un bledo los Industriales, los cubanos, o su reconciliación. Su negocio es mantenernos divididos.

Si como parece no sólo no se han arrepentido, sino que se han vuelto a prestar para peones del veneno, ojalá que en el doble juego del sábado 31 en Fort Lauderdale se le escape un roletazo a Padilla, y Méndez deje caer un fly, y se ponchen los dos en todos sus turnos al bate. No es que vayamos a olvidar lo que hicieron, pero tal vez la oportunidad de abuchearlos nos ayude a quitarnos la picazón. A perdonarlos, no lo sé. Tal vez todavía no es hora.
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    Rolando Cartaya

    Rolando Cartaya (La Habana, 1952) periodista, traductor e investigador. Trabajó por varias décadas en Radio Martí desde 1989, donde fue periodista, editor y director y guionista de programas radiales. Actualmente labora en la Fundación para los Derechos Humanos en Cuba. Fue vicepresidente en la isla del Comité Cubano Pro Derechos Humanos.

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