Intentar analizar las estrategias de los hermanos Castro es un ejercicio puro de abstracción. Su manera de mover fichas en el tablero político suele ir contra la lógica. La encarcelación de 75 disidentes ordenada por Fidel Castro en la primavera de 2003 fue un desacierto. La presión exterior llevó al general Raúl Castro a enmendar el error.
En febrero de 2010, la muerte tras una prolongada huelga de hambre del opositor pacifico Orlando Zapata Tamayo fue el detonante para que el gobierno iniciara negociaciones a tres bandas con la iglesia nacional y el canciller español Miguel Ángel Moratinos.
Empeñado en tibias reformas económicas, el régimen de Castro II necesitaba reconocimiento internacional y atraer inversiones extranjeras. La liberación y posterior destierro de casi un centenar de presos políticos le permitió a la autocracia verde olivo soltar lastre, comprar tiempo y un poco de oxigeno político.
No mucho. El suficiente para pasar de puntillas por el escenario mundial y aminorar las criticas de gobiernos occidentales a las repetidas violaciones de derechos humanos y políticos.
Los presos políticos constituyen un arma formidable en el régimen de los Castro. Son monedas de cambio. Una pieza valiosa en cualquier negociación. Siempre ha sido así. Después de la victoria de Bahía de Cochinos, en abril de 1961, Fidel Castro canjeó soldados enemigos por compotas de frutas y puré de papa en polvo.
Era habitual que a su paso por el Palacio de la Revolución, los dignatarios foráneos llevaran en el bolsillo una lista de presos a liberar a cambio de un crédito, ayuda económica o respaldo al régimen. Un ceñudo comandante denegaba o autorizaba la liberación de un opositor. No todos tienen el mismo valor para los mandatarios locales: depende del eco mediático que tengan fuera de la isla.
Son como presas de caza. Armando Valladares, Huber Matos, Eloy Gutiérrez Menoyo o el poeta Raúl Rivero eran reos cotizados. Su libertad se medía en mayores concesiones de gobiernos europeos o votos a favor en una tribuna internacional. No se conocen datos ni referencias de la cantidad de dinero o préstamos a largo plazo que en estos 54 años ha significado la excarcelación de un disidente.
Con vistas a negociar con viento a favor, las cárceles cubanas siempre han estado repletas de opositores. En los años 70 eran miles. Cientos en el siglo 21. En estos momentos hay un problema. Las cárceles están vacías. Sigue el acoso, la represión y las detenciones arbitrarias a los demócratas pacíficos por parte de los servicios especiales. Pero tras las rejas no hay pesos pesados de la disidencia que sirvan para establecer un trato ventajoso.
Al gringo viejo y enfermo de Alan Gross se pensaba sacarle mejor partido. Obama e Hilary Clinton reclaman su libertad sin conceder nada a cambio. Entonces decidieron encerrar a un disidente de etiqueta. En la lista de espera debe haber otros con los cuales el régimen piensa que podría obtener mejores réditos. Es ahí donde Antonio Rodiles entra a jugar.
Miriam Celaya, periodista y bloguera alternativa, considera que el probable enjuiciamiento a Rodiles por la figura de resistencia, encierra varias lecturas. Y pudiera ser un globo de ensayo para medir el barullo internacional.
También, considera Celaya, tras la victoria en las elecciones presidenciales de Hugo Chávez y Barack Obama, garantizado el petróleo por 6 años y el billete verde girado desde Estados Unidos gracias a las medidas en pos de la reunificación familiar aprobadas por el presidente Obama, los mandarines militares se sienten fuertes.
Súmele además, la trayectoria alcanzada por Rodiles en sus debates libres sobre la problemática nacional o su Demanda por otra Cuba que ha puesto a la defensiva al gobierno de La Habana, analiza la reportera.
Antonio Rodiles es un disidente liberal, abierto y moderno. Sobrino del general Samuel Rodiles Planas, al frente de una legión de veteranos combatientes convocados habitualmente para linchar verbalmente y repartir bofetones entre las Damas de Blanco y opositores pacificos.
La figura jurídica endosada a Rodiles es una burla a la inteligencia humana. ¿De qué manera un hombre se puede resistir a una detención violenta rodeado por docenas de tipos adiestrados en técnicas de defensa personal? La única forma de resistencia que tiene la oposición cubana es gritar bien alto sus desacuerdos y condenar los abusos. La ración de golpes siempre viene de la acera de enfrente.
La presunta condena de Antonio Rodiles crea un nuevo y mal precedente en el mapa nacional. Es un mensaje de ida y vuelta a los opositores, periodistas independientes y blogueros. Nadie está salvo. El régimen ofrece dos salidas: o te callas o compras un billete de avión solo con pasaje de ida. Quienes no acepten las reglas de juego podrían ir a tras las rejas unos cuantos años.
Regresa la etapa del miedo. El chirriar de autos con cristales ahumados frente al domicilio. El toque severo en la puerta. La incertidumbre en tu vida familiar y personal. Es la naturaleza del régimen. Aplastarte y censurarte con el uso de la fuerza. La esencia de una doctrina basada en la prisión hacia quienes piensan diferente. Siempre fue así.
Llegó la hora de llenar las cárceles. Vuelven los viejos tiempos.
En febrero de 2010, la muerte tras una prolongada huelga de hambre del opositor pacifico Orlando Zapata Tamayo fue el detonante para que el gobierno iniciara negociaciones a tres bandas con la iglesia nacional y el canciller español Miguel Ángel Moratinos.
Empeñado en tibias reformas económicas, el régimen de Castro II necesitaba reconocimiento internacional y atraer inversiones extranjeras. La liberación y posterior destierro de casi un centenar de presos políticos le permitió a la autocracia verde olivo soltar lastre, comprar tiempo y un poco de oxigeno político.
No mucho. El suficiente para pasar de puntillas por el escenario mundial y aminorar las criticas de gobiernos occidentales a las repetidas violaciones de derechos humanos y políticos.
Los presos políticos constituyen un arma formidable en el régimen de los Castro. Son monedas de cambio. Una pieza valiosa en cualquier negociación. Siempre ha sido así. Después de la victoria de Bahía de Cochinos, en abril de 1961, Fidel Castro canjeó soldados enemigos por compotas de frutas y puré de papa en polvo.
Era habitual que a su paso por el Palacio de la Revolución, los dignatarios foráneos llevaran en el bolsillo una lista de presos a liberar a cambio de un crédito, ayuda económica o respaldo al régimen. Un ceñudo comandante denegaba o autorizaba la liberación de un opositor. No todos tienen el mismo valor para los mandatarios locales: depende del eco mediático que tengan fuera de la isla.
Son como presas de caza. Armando Valladares, Huber Matos, Eloy Gutiérrez Menoyo o el poeta Raúl Rivero eran reos cotizados. Su libertad se medía en mayores concesiones de gobiernos europeos o votos a favor en una tribuna internacional. No se conocen datos ni referencias de la cantidad de dinero o préstamos a largo plazo que en estos 54 años ha significado la excarcelación de un disidente.
Con vistas a negociar con viento a favor, las cárceles cubanas siempre han estado repletas de opositores. En los años 70 eran miles. Cientos en el siglo 21. En estos momentos hay un problema. Las cárceles están vacías. Sigue el acoso, la represión y las detenciones arbitrarias a los demócratas pacíficos por parte de los servicios especiales. Pero tras las rejas no hay pesos pesados de la disidencia que sirvan para establecer un trato ventajoso.
Al gringo viejo y enfermo de Alan Gross se pensaba sacarle mejor partido. Obama e Hilary Clinton reclaman su libertad sin conceder nada a cambio. Entonces decidieron encerrar a un disidente de etiqueta. En la lista de espera debe haber otros con los cuales el régimen piensa que podría obtener mejores réditos. Es ahí donde Antonio Rodiles entra a jugar.
Miriam Celaya, periodista y bloguera alternativa, considera que el probable enjuiciamiento a Rodiles por la figura de resistencia, encierra varias lecturas. Y pudiera ser un globo de ensayo para medir el barullo internacional.
También, considera Celaya, tras la victoria en las elecciones presidenciales de Hugo Chávez y Barack Obama, garantizado el petróleo por 6 años y el billete verde girado desde Estados Unidos gracias a las medidas en pos de la reunificación familiar aprobadas por el presidente Obama, los mandarines militares se sienten fuertes.
Súmele además, la trayectoria alcanzada por Rodiles en sus debates libres sobre la problemática nacional o su Demanda por otra Cuba que ha puesto a la defensiva al gobierno de La Habana, analiza la reportera.
Antonio Rodiles es un disidente liberal, abierto y moderno. Sobrino del general Samuel Rodiles Planas, al frente de una legión de veteranos combatientes convocados habitualmente para linchar verbalmente y repartir bofetones entre las Damas de Blanco y opositores pacificos.
La figura jurídica endosada a Rodiles es una burla a la inteligencia humana. ¿De qué manera un hombre se puede resistir a una detención violenta rodeado por docenas de tipos adiestrados en técnicas de defensa personal? La única forma de resistencia que tiene la oposición cubana es gritar bien alto sus desacuerdos y condenar los abusos. La ración de golpes siempre viene de la acera de enfrente.
La presunta condena de Antonio Rodiles crea un nuevo y mal precedente en el mapa nacional. Es un mensaje de ida y vuelta a los opositores, periodistas independientes y blogueros. Nadie está salvo. El régimen ofrece dos salidas: o te callas o compras un billete de avión solo con pasaje de ida. Quienes no acepten las reglas de juego podrían ir a tras las rejas unos cuantos años.
Regresa la etapa del miedo. El chirriar de autos con cristales ahumados frente al domicilio. El toque severo en la puerta. La incertidumbre en tu vida familiar y personal. Es la naturaleza del régimen. Aplastarte y censurarte con el uso de la fuerza. La esencia de una doctrina basada en la prisión hacia quienes piensan diferente. Siempre fue así.
Llegó la hora de llenar las cárceles. Vuelven los viejos tiempos.