La primera vez que Eugenio, 18 años, estudiante de telecomunicaciones, navegó por internet fue en el otoño de 2013 durante un trabajo de clase en el Instituto Técnico Superior José Antonio Echevarría, al suroeste de La Habana. “Yo tenía conocimientos de computación, pues desde niño tengo un ordenador en casa. Pero ni siquiera sabía abrir una cuenta de correo o utilizar ciertas herramientas en la web. Los alumnos de otras provincias estaban peor. Casi ninguno sabía manejar un ordenador”, cuenta Eugenio.
Desde los años 90, el Estado verde olivo ha implementado cursos de computación en escuelas primarias, secundarias y preuniversitarias. “Pero por una u otra causa, la mayoría de las máquinas en los colegios están rotas o subutilizadas. Las clases de computación son de muy poca calidad. Sin contar que son ordenadores de segunda generación. En las primarias ni siquiera hay conexión a intranet, una red local. Solo en los niveles universitarios hay acceso a internet”, señala Danilo, profesor de computación de sexto grado.
Vivir de espaldas a internet condena a la economía y a los profesionales cubanos a competir en notable desventaja. El gobierno machaca con los mismos argumentos desde hace 20 años. Acusan al bloqueo (embargo) económico de Estados Unidos por la lenta conexión en las universidades de la Isla. Ese subterfugio ha acomodado a un grupo de burócratas a permanecer cruzados de brazos.
En Cuba solo un 10% de los ciudadanos se conectan con alguna frecuencia a la red. No se conocen estudios de factibilidad que demuestren el daño irreparable a la economía y la educación provocado por un ancho de banda nacional similar al de cualquier universidad pública de Estados Unidos.
Es cierto que debido al embargo, Cuba no ha podido enlazarse a los diversos cables submarinos estadounidenses que bordean el archipiélago. A mediado de los años 90, la Isla se conectaba a la red de redes de manera satelital. La lentitud en la conexión era desesperante. Bajar archivos de videos podía demorar un día.
Pero con la llegada a la Casa Blanca de Barack Obama hubo un cambio de política hacia Cuba en materia de internet. Todavía herramientas de Google como Chrome o Google Mapas no se pueden utilizar desde la Isla, por las prohibiciones del embargo. Pero en 2010, Washington otorgó licencia a una empresa anclada en la Florida para comercializar internet de banda ancha hacia Cuba.
“Se pensaba reactivar un viejo cable submarino que pasa muy cerca del poblado marítimo de Cojimar, al este de La Habana. Pero la apuesta del gobierno fue optar por una conexión conjunta con Venezuela y Jamaica tras aprobar un crédito de 70 millones de dólares. La operación con una empresa norteña costaba 18 millones”, apunta un experto en internet que labora en la empresa estatal de telecomunicaciones ETECSA.
La historia del cable submarino ALBA 1 está salpicada por una trama de corrupción que no ha sido desmentida por los medios oficiales. “Un tercio del dinero se robó o se dilapidó. El trabajo fue de pésima calidad. Varios ingenieros y altos cargos de ETECSA aun están esperando ser procesados. Uno de los implicados desertó en Panamá. Otros son intocables”, señala una fuente que trabajó en el proyecto.
Después de tres años de silencio en la prensa cubana, el cable que en apariencia nos traería una conexión de internet tres mil veces más rápida, en el invierno de 2013 llegó a la costa del poblado oriental Siboney, Santiago de Cuba, provincia a 900 kilómetros al este de La Habana.
Desde hace una década, el país cuenta con un trazado de fibra óptica capaz de transmitir altos volúmenes de datos y voz. Según un ingeniero en telecomunicaciones, “se debe modernizar las redes para ofrecer servicio a domicilio, soportes de internet para telefonía móvil y crear zonas de wifi en diferentes ciudades y puntos céntricos. La inversión puede rondar los 65 millones de dólares. Pero se amortizaría en corto plazo. Si la expansión se ha ralentizado ha sido por causas políticas, no comerciales”.
El temor del régimen a que una comercialización amplia y barata de internet revele políticas demagógicas, corrupción de altos funcionarios o se pueda tener acceso a informaciones que ofrezcan otras perspectivas noticiosas, sigue siendo un freno poderoso.
La indiscutible capacidad de las redes sociales de aglutinar y crear matrices de opinión es un motivo adicional para que el gobierno de Castro calcule con demasiada cautela su futura expansión. Igual que ocurre en China, la autocracia cubana ha creado una policía informática capaz de vigilar todas las conexiones en la web que se produzcan desde la Isla.
En la educación pública, hasta el nivel universitario no es posible conectarse a internet. “Esto provoca un atraso en la formación de ciudadanos modernos. No se puede entender que en Cuba se comercialice internet a un precio escandaloso, solo para privilegiados, y en las escuelas primarias, secundarias y preuniversitarias no tengamos internet”, dice Amalia, profesora de noveno grado.
El gobierno de Castro se enorgullece de exportar sus métodos de enseñanzas al continente americano. Pero debe aprender en materia de conectividad de otras naciones en América. Desde fines de los 90, los gobiernos de Chile, Brasil y Colombia impulsan el acceso a internet en la educación pública. Existen diversos proyectos estatales y privados para que cada alumno de nivel primario tenga un ordenador portátil en la clase.
“Nos estamos quedando peligrosamente atrás. Los métodos pedagógicos modernos hacen hincapié en el pensamiento crítico del alumno. Es necesario potenciar la capacidad creativa y el uso de las herramientas de internet y desechar la memorización de contenidos que aún se utiliza en Cuba. Internet no es el enemigo. Y sus beneficios requieren que se masifique y a todos se abran las puertas del saber”, señala Eduardo, profesor de preuniversitario.
De momento, el régimen de Castro solo abre el resquicio de una puerta.