Un grupo de jóvenes entrena en el “skatepark” de Ciudad Libertad, en el oeste de La Habana. Aunque no es un deporte oficial en la isla, los instructores voluntarios trabajan con ellos en busca de un sueño.
Ariel Gomez, skater dice que "en 2020 el skate va a los Juegos Olímpicos en Japón, nosotros tenemos... nos viene a la cabeza como que podríamos mejorar, a lo mejor el gobierno nos presta más atención, porque la comunidad es pequeña, pero pudiera ser más grande, incluso aquí hay talento".
Ariel ha tratado de reunirse con el Instituto Cubano de Deportes, aunque sin mucho éxito.
Sin federación, entrenadores, ni espacios adecuados, es imposible que los skaters cubanos puedan competir en los torneos clasificatorios para Tokio-2020, como el que tendrá lugar en Los Ángeles.
Además, en un país donde el salario promedio mensual ronda los 50 dólares, conseguir equipo deportivo es una misión imposible, dejando al mercado negro como una opción incosteable.
Roberto Jose Perez, skater, argumenta que "en Cuba no hay tiendas ni hay ningún lugar donde puedas adquirirlos, pero bueno lo práctico mediante amigos y gente que nos donan y esas cosas."
A principios de los 80's, Alejandro Pando fue pionero del skate en la isla, una década después de que se pusiera de moda en California.
"Tenías que hacerte las tablas, tenías que estar inventando con las ruedas a ver cómo rayos las hacías, las cajas de bolas eran cajas de bolas de batidora rusa que se conseguían ahí mismo al lado del cementerio de los chinos, que eran 608ZZ, era la medida de la caja de bola rusa aquella para poner en las patinetas y esas cosas. No había nada." dijo Alejandro Pando, skater veterano.
Poco después llegaron las primeras tablas importadas y videojuegos que sirvieron de manuales. Pero el skate cubano no ha tenido tiempos de vacas gordas.
Pando lanzó una iniciativa en 2010 en la que comenzaron a grabar videos en los que los aficionados solicitaban ayuda a todo aquel que pudiera llevarles equipo.
A través de Internet, su mensaje caló en una comunidad mundial que opera como una fraternidad y que comenzó a llevar donaciones de América Latina, Europa y Estados Unidos.
Con esos fondos, construyen un parque dentro de un edificio abandonado que fuera cuartel militar y luego escuela. Un espacio de patinadores para patinadores.
"No se puede patinar en la calle, solamente podemos patinar aquí. Por la acera, a veces te meten preso (...). Aquí es donde la policía no nos molesta".
Aunque sueñan en grande, los patinadores saben que tienen años de atraso. Y admiten que es difícil que su imagen con tatuajes, piercing y pelo largo sea aceptada por las autoridades para representar a la isla.